Hace más de dos milenios, el pensador romano Marco Tulio Cicerón ya postuló una idea que hoy sigue vigente: el rostro es el principal comunicador de nuestro estado interno. Su famosa sentencia, "el rostro es el espejo del alma, y los ojos, sus delatores", resume cómo la cara y, en especial, la mirada, revelan inevitablemente el estado de salud, humor y carácter.
La cara y la mirada de Manuel Diosleguarde el pasado sábado en el angosto túnel de cuadrillas de la plaza de toros de Zamora eran absolutamente impactantes. El enjuto y serio rostro del joven torero charro era más afilado que nunca.
Los dientes apretados, las mejillas tensionadas, la mirada fija en el ruedo en el que minutos después se jugaría la vida en busca de darle la vuelta a la moneda de su situación profesional actual.
Ni una sonrisa, ni un gesto de complicidad con los que estaban a su alrededor. Todo era silencio y responsabilidad alrededor de Diosleguarde. La escena era conmovedora por sí sola aunque también digna de contemplar.
Cuando llegó el momento de liarse el capote de paseo tampoco cambió el rictus de Manuel. Enfundado en un precioso terno de tonalidad similar al del trágico percance en Cuéllar hace casi tres años hizo el paseíllo el salmantino, con la mirada fija al frente, seguro de sí mismo, sabedor de quien es capaz de revertir su situación.
Hasta que no asomaron los dos pañuelos en el palco presidencial tras la muerte de su primer toro no esbozó una sonrisa Diosleguarde, que había formado un auténtico lío. Una sonrisa que vino acompañada de un grito de alivio, de liberación, de superación después de tanto (e injusto) calvario.
A Manuel solo se le pasaba por la cabeza triunfar como fuera y que su apellido, Diosleguarde, volviese a sonar en los aficionados que esperaban ver si el toque de atención en la clase magistral en La Glorieta el pasado 12 de junio era de verdad.
Y vaya si lo fue. La tarde del salmantino en Zamora fue toda una declaración de intenciones, demostrando que todavía tiene mucho que ofrecer y que decir, y que los presagios de quienes le han visto en el campo durante este invierno no eran en vano. Diosleguarde está más vivo que nunca y toreando mejor que nunca.
No es fácil aprovechar una oportunidad de ese calibre de la forma en la que lo hizo Diosleguarde en Zamora, alternando junto a dos de las figuras del momento (Emilio de Justo y Borja Jiménez) y sabiendo que era su única oportunidad para volver a creer.
Ahora le toca a las empresas volver a confiar en un torero que de novillero tuvo un gran cartel y que ha demostrado que si se le da la oportunidad de subirse al tren, se agarra como sea para no perderlo.