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Un amor de verano
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TANTOS LIBROS POR LEER

Un amor de verano

Actualizado 24/06/2025 08:22

Para integrar mis puntuales recomendaciones de lectura en estas semanas ya veraniegas he escogido obras que o bien aluden en su argumento, sus escenarios o su atmósfera a esta luminosa estación del año, o bien por su temática o su extensión resultan especialmente adecuadas para estos largos días en que muchos de ustedes se entregan a una bien merecida holganza vacacional.

Varias de esas circunstancias concurren en mi propuesta de hoy, que ya desde su título, Verano y amor, remite al universo, real y metafórico, de los días estivales, con sus muy frecuentes, casi siempre románticos, a veces tórridos, siempre inolvidables amores juveniles. Se trata de un libro magnífico, lleno de poesía, de sensibilidad y de emoción, un libro conmovedor, que habla de la vida, del amor, de esos acontecimientos esenciales en la existencia de cada uno de nosotros y que nos acompañarán en el recuerdo mientras vivamos. Un libro, en definitiva, que no deberían dejar de leer, so pena de perderse una pequeña joya literaria y, lo que es más importante, unos vibrantes momentos de lectura.

Verano y amor (el título original en inglés es, al contrario, Love and summer, lo que nos lleva a preguntarnos acerca de los ignotos criterios que siguen las editoriales a la hora de traducir los títulos de los libros) fue la última novela del irlandés William Trevor antes de su muerte en 2016.

La acción de la novela transcurre en Rathmoye, un pequeño pueblo de Irlanda, durante un verano de finales de los años cincuenta. Vaya por delante que la descripción del ambiente rural, provinciano, tranquilo y algo aburrido de la vida del pueblo, en el que la existencia transcurre sin sobresaltos, sin especiales acontecimientos, en el que, en cita literal del texto, nunca ocurre nada, es uno de los logros del libro. Una placidez, un tedio, una ausencia de novedades de los que el fallecimiento de la señora Connulty, con cuyo funeral se abre la novela, constituye la excepción.

En ese capítulo inicial el autor nos pasea por el pueblo, al que en pocos trazos describe con maestría, sus cuatro calles, los principales comercios, los focos de la limitada vida comunitaria. Conocemos también a algunos de los ciudadanos de Rathmoye: por su lugar en la trama destacan sobre todo los hijos de la difunta, Joseph Paul y la señorita Connulty, a la que nadie en el pueblo conoce por otra denominación, privada de su nombre propio por la intransigencia opresiva de una madre que, al fallecer, permite una cierta liberación a la ya madura mujer; el anciano vagabundo Orpen Wren, su cerebro sumido en una nebulosa en la que se confunden pasado y presente, y que deambulará por la novela como lo hace, errático, por las calles del pueblo; y también Elli Dillahan, una joven sobre la que girará la trama y que se constituirá en el personaje principal del libro.

Criada en un orfanato, aún una chica, Ellie es enviada a servir a la granja del señor Dillahan, una casona remota y aislada, alejada de toda civilización. El granjero encontrará en la sumisa muchacha el consuelo al padecimiento que arrastra por haber perdido a su esposa y a su hijo recién nacido en un accidente del que él mismo ha sido responsable. La discreción de Ellie, su abnegación, su entrega callada y provechosa a su labor de sirvienta, acabará ganando no sólo la confianza sino el cariño del viejo Dillahan, con el que terminará contrayendo un matrimonio en el que no parece haber germinado la pasión.

La tranquilidad de la vida de la pareja se ve perturbada, no obstante, ese día del funeral de la señora Connulty, cuando Ellie vislumbra a distancia, en la ceremonia, a un joven desconocido que se pasea por el pueblo en bicicleta y que no deja de hacer fotografías en el cementerio. Se trata de Florian Kilderry, un veinteañero melancólico y soñador, pendiente de liquidar la venta de la casa solariega de sus padres para levantar el vuelo y lanzarse al mundo, al viaje, a la aventura. La aparición inopinada del chico altera el reposado sosiego, aunque tedioso e insulso para una joven, de la rutinaria normalidad de Ellie. La pasión, repentina e irrefrenable, el veraniego amor del título, empuja a la joven hacia una relación con Florian, que se desarrolla a espaldas no sólo del marido maduro sino del pueblo entero, cuyo ambiente clausurado, gris y algo opresivo limita las manifestaciones más intensas del sentimiento.

La joven se debate entre el impulso efervescente de su amor por Florian y una cierta sensación de culpa frente al bondadoso marido. Ellie vive con intensidad su amor, pero sufre, además, por una cierta tibieza del joven, que parece contemplar la experiencia como una más ligera aventura veraniega antes de su marcha definitiva de la comarca y de Irlanda: Esa noche Ellie lloró en sueños. Intentó despertar, temiendo que se oyeran sus sollozos. Ella los oía, pero cuando consiguió abrir los ojos, comprobó que su marido dormía plácidamente. Notó la almohada húmeda y le dio la vuelta. Por la mañana, las lágrimas habían desaparecido como si hubieran sido fruto de su imaginación, aunque sabía que no era así.

Más allá de esta trama, tampoco demasiado novedosa, la novela es genial por la penetrante descripción de los contradictorios sentimientos de la chica, por el modo en que se muestra la superficialidad confundida del joven, por la magnífica recreación de la soterrada, de la escondida convulsión que provoca en el pueblo la aparición del chico y el intuido idilio con la joven, y también, pero esta vía no debo mostrarla salvo que definitivamente les quiera arruinar la lectura, por las repercusiones que su aventura provoca en la íntima naturaleza de algunos otros personajes, singularmente de la señorita Connulty y, en menor medida, de su hermano Jean Paul. Y todo ello contado con la magistral capacidad de sugerencia e insinuación de un autor que con sabias y muy ligeras pinceladas nos traslada todas esas vertientes de las vidas de sus protagonistas.

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William Trevor. Verano y amor. Editorial Salamandra. Barcelona, 2011. Traducción de Victoria Malet. 224 páginas. 18 euros

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