El proyecto, sostenido principalmente por mujeres voluntarias, no solo ayudó a miles de personas en el barrio, sino que extendió su labor humanitaria hasta Capiatá, en Paraguay
Un espacio de acogida, dignidad y ayuda mutua en el barrio de Puente Ladrillo cierra sus puertas para siempre. Tras más de veinte años de actividad ininterrumpida, el Ropero de Puente Ladrillo ha anunciado el fin de su actividad, poniendo punto final a un proyecto que se convirtió en un auténtico faro de solidaridad y compromiso con las personas más vulnerables de Salamanca.
La historia de este proyecto se remonta a los albores del nuevo siglo. Con la llegada de las primeras familias migrantes a la ciudad, en el barrio surgió la necesidad de dar respuesta a problemas tan básicos como la falta de ropa, sábanas, material escolar o enseres del hogar. Así nació el Ropero, como una iniciativa vecinal sencilla pero poderosa, que buscaba ofrecer una solución humana a quienes atravesaban momentos de dificultad.
Durante más de dos décadas, su labor ha trascendido las fronteras del barrio y de la ciudad. Miles de kilos de ropa, juguetes y libros, donados por la ciudadanía salmantina, han sido clasificados y entregados a miles de personas. Su impacto solidario llegó incluso al otro lado del Atlántico, con envíos periódicos de ayuda humanitaria a la ciudad de Capiatá, en Paraguay, donde han sostenido bibliotecas, comedores sociales y talleres de corte y confección.
El éxito y la longevidad del proyecto no habrían sido posibles sin una red de colaboración constante. Desde el Ropero han querido expresar su más sincero agradecimiento a las innumerables asociaciones, colegios, parroquias y colectivos ciudadanos que han brindado su apoyo desinteresado a lo largo de los años.
Un agradecimiento que se hace extensivo a los 'amigos y amigas del Ropero', el ejército de personas voluntarias que han sostenido el proyecto con su esfuerzo, tiempo y un profundo sentido del compromiso social.
El comunicado de despedida reserva una mención especial para el alma del proyecto: el equipo de mujeres voluntarias que, día tras día, dieron vida al Ropero. Muchas de ellas, ya mayores, han dedicado años de su vida a recoger, clasificar y entregar ropa, convirtiendo un simple local en un espacio de respeto y empatía.
Ellas fueron las encargadas no solo de la logística, sino también de acoger con cariño a quienes llegaban en busca de ayuda, tejiendo una red de solidaridad eminentemente femenina que ha sido el corazón de la iniciativa.
El comunicado oficial resume el sentir de este adiós con unas palabras que definen su legado: “El Ropero de Puente Ladrillo cierra sus puertas, pero deja tras de sí una estela de humanidad y entrega que seguirá viva en la memoria de quienes lo hicieron posible y de quienes fueron acompañados a través de él”.