Cuatro profesionales de Salamanca relatan los desafíos y la vocación de sus trabajos nocturnos
Cuando el silencio envuelve las calles doradas de Salamanca y la mayoría de sus habitantes se entregan al descanso, hay un mundo que despierta. Son profesionales cuyas vidas transcurren al compás de la madrugada, entre hornos encendidos, rutas urbanas, locales que ofrecen un último refugio o el aroma inconfundible de los churros recién hechos. Cuatro de ellos nos abren las puertas a sus realidades, compartiendo la dedicación, el esfuerzo y las historias que se tejen mientras la ciudad duerme.
“Es un trabajo bonito, pero tiene que gustar porque es sacrificado”
Mientras Salamanca duerme, envuelta en el silencio de la madrugada, un universo de aromas, texturas y sabores cobra vida en el obrador de la Confitería Santa Lucía. Al frente de esta dulce sinfonía se encuentra Manuel Sánchez, también conocido como Manuel Santa Lucía, un gerente que personifica la dedicación y el amor por un oficio tan exigente como gratificante. Su jornada, y la de su equipo, comienza mucho antes de que el primer rayo de sol acaricie las piedras doradas de la ciudad.
Manuel Sánchez es pastelero y el ejemplo vivo de empresario multitarea: “Yo soy un poco de todo; soy el que hago la gestión, soy el gerente, pero cuando eres autónomo y es una pequeña empresa, pues igual tienes un día que ponerte el mandil, que otro salir de repartidor”. Esta polivalencia es crucial para el engranaje de un negocio que sirve a sus tres tiendas propias y abastece a hostelería salmantina, además de clientes particulares.
Aunque la pastelería no exige la nocturnidad extrema de la panadería, el despertador de Manuel suena implacable. “A mí madrugar me fastidia, pero, bueno, ya lo llevo”, confiesa. La organización del trabajo es clave y se adapta a las estaciones; el obrador se convierte en un hervidero de actividad organizada con la plantilla dividida en la elaboración de los productos. A partir de las 8:00 o 8:30, el género fresco sale a las tiendas y, poco después, a los profesionales.
La pastelería, tal como la vive Manuel Sánchez, es mucho más que un trabajo. “Estos trabajos son muy vocacionales. Los hemos vivido en casa”, afirma, subrayando una pasión a menudo heredada. Esta naturaleza choca con las expectativas laborales actuales. “Hoy en día es muy complicado encontrar gente para este tipo de trabajo porque a todo el mundo le gusta trabajar de lunes a viernes y tener libre el fin de semana”, reflexiona. El sacrificio es evidente: madrugones, trabajo en festivos y fines de semana.
Lejos de ser una rutina monótona, el trabajo en el obrador es un ejercicio constante de creatividad. “No es nada monótono”, asegura. El calendario marca picos de actividad y de productos: “Empezamos en primavera por la Semana Santa, luego llegan el Día del Padre y de la Madre, el verano, las navidades...”. En la pastelería hay clásicos que perduran, pero la innovación es una constante: “El mercado cambia, las tendencias de la gente van modificándose”, explica.
Al final, la pastelería es arte y técnica, tradición e innovación. “Es un trabajo bonito, cambiante, pero tiene que gustar, porque es sacrificado”, resume. Levantarse cada día a las cuatro y media, “llueva, nieve o haga calor”, es el testimonio de una vocación inquebrantable y el esfuerzo de personas como Manuel Sánchez y otros artesanos que endulzan el despertar de Salamanca.
“Salamanca es una ciudad tranquila y no suele haber ningún problema trabajando en la noche”
María Isabel Fernández Santiago acumula 34 años de experiencia como taxista, un tiempo que le ha permitido conocer en profundidad los ritmos y particularidades del servicio nocturno en la capital charra y los municipios de su alfoz.
Aunque actualmente trabaja menos en el turno de noche que antes”, sigue siendo una parte fundamental de su quehacer, especialmente “los fines de semana y cuando hay fiestas en los alrededores de Salamanca”. Como taxista del área metropolitana, su radio de acción se extiende a los pueblos del alfoz, siendo precisamente “en las fiestas de los pueblos de noche” cuando experimenta picos de mayor demanda.
La naturaleza de su trabajo nocturno varía significativamente a lo largo de la semana. “De lunes a jueves son urgencias médicas, alguien que tiene que coger un autobús o tren de madrugada, poco más”, detalla. Un panorama que contrasta con la actividad del fin de semana, cuando el ocio juvenil toma el protagonismo. “Los fines de semana hay más trabajo, con los jóvenes que salen de la ciudad a los pueblos del alfoz o de los pueblos a Salamanca, los llevamos y traemos”, explica.
A pesar de los posibles prejuicios asociados al trabajo nocturno, Fernández Santiago lo vive con normalidad: “No es complicado trabajar de noche, se lleva bien”. Además, añade, “Salamanca es una ciudad tranquila y no suele haber ningún problema trabajando en la noche”.
El interior de su vehículo se convierte a menudo en un espacio de desahogo para los pasajeros. “Nuestro trabajo es mucho, hacemos hasta de psicólogos, en un trayecto corto te cuentan muchas cosas y la verdad es que te pasan cosas muy curiosas a lo largo del día y de la noche”.
Su dedicación implica un horario extenso. Comienza su jornada “a partir de las 4 de la mañana hasta bien entrado el día”, lo que se traduce en “entre 12 y 14 horas de media diarias trabajando”. Una carga horaria considerable que es una realidad para muchos en su sector: “Muchas horas, pero no queda otra, somos autónomos y tenemos muchos gastos”.
Finalmente, destaca un gesto de compromiso y cuidado que va más allá del simple traslado. Una de las cosas que hacen habitualmente cuando trabajan de noche y dejan a una chica en el portal de su casa, “siempre esperamos a que entre dentro, a que encienda la luz y la veamos subir en el ascensor”. Un protocolo no escrito que “es algo que normalmente todos los compañeros hacemos”, demostrando una vocación de servicio que vela por la seguridad de quienes confían en ellos durante las horas más vulnerables.
“Lo que me ha dolido sacrificar en este trabajo, es la cantidad de fines de semana y noches que he privado a mi familia de estar con ellos”
Hay vidas que parecen predestinadas, entrelazadas con una vocación que se descubre casi por casualidad. “No recuerdo si yo elegí la noche o la noche me dirigió a mí”, confiesa Pedro San Ricardo (Music Factory), un nombre ineludible cuando se habla del ocio nocturno en Salamanca. Su andadura comenzó en 1980, una época en la que compaginaba los estudios con su trabajo como DJ, movido por “el único fin de sacar unas perrillas para mis gastos”.
Su primer sueldo, recuerda con una mezcla de nostalgia y orgullo, fueron “12.000 pesetas”. Un dinero que tuvo un destino especial: “Emulando a Elvis Presley le regalé un abrigo a mi madre (en su caso, él le regaló a la suya un Cadillac rosa)”. Aquellos eran tiempos diferentes para la noche, con una estructura que hoy parece lejana. “Entonces la noche era muy distinta en el sentido en el que había dos sesiones, una de tarde y una de noche, más jóvenes y la segunda, los padres de estos”, explica San Ricardo.
Lejos de las modas actuales, el empresario rememora una costumbre que considera “más auténtica”: la sesión de lentos. “Entonces no había ‘First Dates’, si no algo más auténtico, la sesión de lentos, quizá más de uno la recuerde. Salían más parejas de aquellos momentos que en el famoso programa de televisión”, asegura. Una mirada que refleja cómo ha cambiado no solo la música, sino también la forma de socializar. Después de más de cuatro décadas inmerso en el sector, la perspectiva es amplia. “Imaginad después de 45 años en ella, y aparte que ya no es lo que era, o quizá nosotros éramos más jóvenes”, reflexiona. Sin embargo, el cambio más significativo, el “más radical”, llegó con la pandemia. “Al cerrar la noche descubrimos que había otra vida”, admite, reconociendo el profundo impacto que tuvo el cese de actividad.
A pesar de los cambios y las dificultades, Pedro San Ricardo mantiene una visión clara de su papel actual, comparándose con un servicio esencial. “Al igual que hay farmacias de día, también siempre hay alguna de guardia, y eso es lo que somos ahora, farmacias de guardia”, afirma con convicción. Una metáfora que refuerza citando a Fito y Fitipaldis: “Como bien dicen Fito y Fitipaldis… creo que los bares debieran abrir para cerrar las heridas… a fin de cuentas esa es una de nuestras misiones”.
No obstante, una trayectoria tan longeva y dedicada también conlleva renuncias. Cuando se le pregunta por el mayor sacrificio, su respuesta es directa y sentida: “Si me preguntaras qué es lo que me ha dolido sacrificar en este trabajo, te diría la cantidad de fines de semana y noches que he privado a mi familia de estar con ellos”. Es el coste personal de una vida entregada a la noche.
“A las 4 de la mañana ya estamos haciendo churros sin parar hasta las 9 ”
El amanecer en Salamanca tiene un aroma particular para muchos, el de los churros recién hechos que emanan de obradores como la Churrería Casimiro. Mucho antes de que la ciudad despierte, en la calle Doñinos, un equipo ya está en plena faena. Al frente, José Luis Moreno, heredero de una tradición familiar que suma más de un siglo endulzando las mañanas salmantinas.
Su vinculación con el mundo del churro es una herencia directa. “Llevo ya 40 y muchos años y la empresa más de 100. Era mi padre y anteriormente fue mi abuelo el que empezó esto”. Una fama bien ganada, como él mismo reconoce con modestia: “Gracias a dios, sí. Pero todo esto cuesta trabajo y el mantener el día a día, con la calidad de siempre y hacer lo mejor que se pueda”.
La rutina en la churrería es un engranaje que comienza a funcionar en la oscuridad. “Normalmente empezamos a las 3 de la mañana a preparar ya las masas para todos los pedidos que tenemos”, explica Moreno. Un empleado es el primero en llegar; a las cinco, se incorporan dos más. El equipo crece con otro empleado a las seis, momento en que dos furgonetas se lanzan a abastecer a la hostelería. La producción es incesante: “A las 4 de la mañana ya estamos haciendo churros hasta las 9 sin parar”. Son “prácticamente 5 horas sin parar”. El trabajo se extiende hasta las once, aunque para algunas cafeterías hay una segunda tanda por la tarde, especialmente “desde octubre hasta mayo”. La elaboración diaria se sitúa entre nada más y nada menos que 7.000-8.000 churros.
José Luis Moreno recuerda tiempos mucho más arduos. “Ahora es duro entre comillas, porque antes cuando había que hacer las masas a mano, eso sí que era”. Describe las calderas de carbón de su padre, que “echaba un humo de cuidado”, y el gran esfuerzo físico de amasar.
Recuerda una anécdota a sus 11 o 12 años cuando se estropeó la amasadora: “Imposible, no había forma de mover aquello”. Su abuelo, Narciso, comenzó con expulsoras manuales, pero su inventiva le llevó a adaptar “una máquina de los chorizos” para hacer churros, un avance que asombró a la gente. Hoy, la tecnología ha aliviado esa carga. “Ahora ya tienen hasta ordenador las churrerías”, comenta, subrayando que la dureza actual es “por el horario más que por lo que realmente es el trabajo en sí”.
La Churrería Casimiro es un referente para los particulares y un proveedor clave para la hostelería salmantina, llegando a unas 170 cafeterías. Además del obrador de churros frescos en la Calle Doñinos, Moreno gestiona una fábrica de churros congelados fritos. Un negocio que mantiene viva la llama de un oficio que comienza cuando la ciudad aún duerme para ofrecer ese placer sencillo de unos buenos churros.