La filosofía de Descartes nos enseñó que, si pensamos, es indudable que existimos. Hoy quiero profundizar en algo que habitualmente nos atormenta: el sentimiento de fracaso.
Porque si algo tememos en nuestra vida, especialmente en el trabajo, es al fracaso. Aunque diría, sin riesgo de errar demasiado el tiro, que es casi una reacción natural tenerle miedo al fracaso, pero más aún nos genera pavor, el disfrute que nuestro fracaso provocará en otras personas, lamentablemente siempre próximas a nuestro círculo personal y profesional.
¡Cómo superar no sólo cada fracaso, sino esa terrible sensación de haber fracasado, cada vez que se produce en nuestra vida!
La persona que lo sufre no teme al fracaso en sí mismo, sino a las consecuencias emocionales que asocia con él, como la vergüenza, la humillación, la decepción de otros, la pérdida de autoestima o la sensación de no ser ni hacer lo "suficiente".
¿Cómo se manifiesta?
Como ocurre con nuestro mundo personal de emociones y sentimientos, el miedo al fracaso no es algo que sea siempre evidente. A menudo se esconde detrás de comportamientos que parecen otra cosa, tales como que tenemos tendencia a dejar las tareas para el último momento, pasando a ser ésta una estrategia de defensa clásica. ¿Por qué razón? Por algo más simple de lo que imaginas: si no empiezas algo, no puedes fracasar en ello. Si lo haces a última hora y sale mal, tienes la excusa perfecta: "No tuve tiempo suficiente", en lugar de "No fui capaz".
También están los perfeccionistas que se exigen mucho más que el común de los mortales, por lo que, al establecerse estándares tan increíblemente altos, finalmente resultan imposibles de alcanzar. Y siempre termina la cosa de la misma manera: nunca se acaba, por ejemplo, la tarea y/o proyecto que se tiene ente manos, porque a ojos del perfeccionista "aún no es perfecto".
Resulta en realidad una especie de escapismo para no tener que exponerse al criterio de un superior, o en el caso personal, al juicio que se haga de lo que estamos haciendo.
Otra forma también a través de la que se manifiesta este pánico al fracaso, es cuando evitamos a toda costa enfrentarnos con nuevas responsabilidades y/o retos, porque así no tendremos que ocuparnos y/o hacer frente a lo que no sabemos con certeza cómo nos va a salir. Esto implica no aceptar nuevos desafíos, no solicitar un ascenso, no iniciar un nuevo hobby o no expresar opiniones por miedo a que sean rechazadas. La persona prefiere quedarse en su zona de confort, aunque sepa a ciencia cierta que será una especie de auto-condena que le evitará crecer en su actividad. Quedará atrapada en esa zona en la que está cómoda, pero el resultado será el estancamiento.
Baja autoestima y autocrítica destructiva
La voz interior de alguien con miedo al fracaso suele ser muy dura. Pensamientos como "No soy lo suficientemente bueno", "Seguro que hago el ridículo" o "Para qué intentarlo si voy a fallar" son constantes y refuerzan el ciclo del miedo.
Fracasar en algo es inevitable
De hecho, hay gente relevante que ha fracasado mucho y de manera notoria. Pero finalmente su cúmulo de fracasos (experiencia) lo convirtieron en éxito. O sea que, desde el punto de vista de nuestra psicología personal, tenemos que buscar los BENEFICIOS DEL FRACASO. Algo así, como una vacuna contra fracaso y disfrutes de los que “celebran” que no hayamos triunfado.
La cuestión es que cualquiera que haya logrado algo grande, seguramente habrá tenido una reacción psicológica que le ha permitido doblegar fracasos pretéritos y allanar el camino del éxito.
¿Pero cómo lo habrá hecho? Muy simple: ha abrazado el fracaso como algo propio, convirtiéndolo en experiencia de la cual se ha nutrido para impulsar esa nueva andadura hacia el éxito. Algo así como que, en vez de arrepentirse de algo, ha aprendido a vivir con el arrepentimiento, transformándolo en motivación y no dejarlo en autocompasión.
Entonces, ¿en dónde está la clave para transformar el fracaso en éxito? Nuevamente desde el punto de vista de nuestra psicología individual, el fracaso produce una sensación (impacto emocional) de la misma manera que la generan otras acciones de nuestra conducta. Por tanto, depende cómo reaccionemos ante esa adversidad que se nos ha atravesado en el camino, para poder ver la medida del éxito que somos capaces de generar.
Hay personas que, ante la primera barrera, abandonan. Otras, buscan la forma de soslayarla
Me gustan aquellas personas que no las evitan, sino que saben gestionarlas. No las ignoran, sino las analizan para derribarlas. Conocer lo que ha pasado para que las cosas no salieran según lo previsto, requiere de información objetiva, sin maniqueos ni distorsiones que lo único que hacen es que nos engañemos a nosotros mismos. Saber en qué nos fue mal porque algo se hizo mal, es mejor que buscar culpables.
Al mismo tiempo, al saber realmente lo ocurrido y por qué ha sucedido de la forma que ocurrió, el fracaso se convierte en una herramienta de aprendizaje. Se asumieron riesgos y estaba dentro de las probabilidades tanto el éxito como el fracaso. La cuestión es si estabas mentalmente preparado para el fracaso. Es más: pudiste haberlo estado, aunque no para asumirlo, que es una cosa distinta.
El fracaso es un generador de miedo, que nos inhibe de realizar nuevas acciones
Cuando se fracasa, la frustración y decepción que nos invade nos paraliza, o sea que el miedo nos embarga y no nos deja reflexionar. Es fundamental tomar distancia (unas horas o unos días) para analizar qué es lo que ha salido mal, cuál es nuestra responsabilidad y si podríamos haberlo evitado.
Sobre la marcha, tienes que evaluar cuáles deben ser entonces las acciones para que no vuelva a ocurrir lo mismo. El fatalismo que rodea al fracaso es malo, pero peor es la falta de reacción (nuestra capacidad emocional para aguantar el golpe) para poder hacer el cambio que debemos hacer. Desde ya, que el fracaso es en sí mismo una razón para cambiar.
Presión social y cultural
Vivimos en una sociedad que glorifica el éxito y estigmatiza el fracaso. Las redes sociales, en particular, muestran versiones idealizadas de la vida, creando la falsa impresión de que todo el mundo tiene éxito sin esfuerzo.
Tu dosis diaria de antifracaso
Querido lector/a, a partir de ahora mismo, todas las mañanas cuando desayunes, ingiere una pequeña dosis de antídoto contra el fracaso. ¡Tranquilo/a! No existe en forma de medicina, pero basta solo con que te lo grabes en tu mente que vas a seguir pensando y que no necesariamente vas a tener que fracasar.
Y en caso que algo no te salga como hubieras deseado, convivirás mejor con ello, te darán igual las opiniones de otros, porque lo que prevalecerá es tu sentimiento de superación y la respuesta que das a cada reto y desafío: el aprendizaje y la motivación para afrontar cada hecho de manera natural, sin complejos.
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