A las ocho de la mañana la ciudad tiene el ritmo pausado, fresco y consolador de quienes se afanan caminando rumbo al trabajo o aún conducen con la calma que da la calle vacía de tráfico. Pasa algún niño medio dormido, a quien le sostienen la mochila con legaña de madrugadores. Es la calma previa a la tormenta y el café tras el ayuno del análisis, sabe mejor acompañado de una lengua de pan acariciada de mantequilla y mermelada. Al lado, alguien moja los churros en otro café, sin remordimientos, leyendo un periódico en papel que ya han acariciado muchas manos. Cuántos años tendrá esta cafetería que hace esquina, sus ventanales a la rotonda que empieza a girar con más tráfico, a la iglesia redonda de secretos medievales. El ritmo se ha acelerado y ya los autobuses que pasan lo hacen llenos, y en el semáforo, la gente se une en una única espera.
Pasa mi amiga jubilada buscando la misa temprana, el tiempo previo a los mil recados para unos y para otros. Y siento que sube la temperatura a medida que la gente se acumula en el borde de una calzada por donde pasan los coches. Estamos casi en el centro de la ciudad y los hombres con traje y las mujeres con chaqueta sastre destacan entre los chiquillos de uniforme. Cuando las calles se vayan acercando al barrio obrero donde trabajo, los chicos cambiarán el chándal idéntico por negros pantalones, por vaqueros rotos y alguna gorra. Ahora, los niños hacen girar la música de los ruedines de sus carteras, los mayores, ya deberían estar en el instituto. Aún están vacíos los bancos a la sombra del sol que empieza a calentar un poco más, y hay una cola en el banco de las ventanillas de los que no usan tarjetas y alguna mujer con carrito aguarda que abran la frutería, la carnicería… momento temprano del peso que se arrastra y alimenta.
En menos de una hora, el ritmo de la ciudad se ha llenado de ecos y de afanes, de gentes que tienen adonde dirigirse, una meta, un objetivo. Y quienes ven pasar la vida en el fondo de las papeleras, en los jardines de la lata de cerveza compartida, empiezan a tomar posiciones allí donde se espera la moneda. Ahora no hay mucho que pedirnos, tenemos prisa, niños que llevar al colegio, asuntos que solucionar antes de que el sol deslumbre en las aceras y pasen los coches con las ventanillas del aire acondicionado cerradas a cal y canto. Hará calor esta mañana aún amable de chaqueta ligera.
Rehago mis pasos hoy nada habituales mientras sigue creciendo el fragor del tráfico y la densidad de quienes esperan el semáforo que se abre. Y siento que es verdad, que junio y sus horas de luz insoportables nos hacen vislumbrar el fin del curso, la sensación de que casi todo está hecho. Y promete el sol calentarnos los huesos cuando salgamos de la tarea, agotados, sudados, lejos, tan lejos ya de esta hora temprana y promisoria.
Charo Alonso.
Fotografía: Fernando Sánchez Gómez.
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