Berta, una madre de Salamanca, comparte el testimonio de la muerte perinatal de su hijo Miguel en diciembre de 2023 para visibilizar este duelo y la necesidad de un acompañamiento más humano. Su relato destaca la importancia del trato recibido en el hospital y denuncia el silencio social que rodea estas pérdidas, abogando por honrar la memoria de estos bebés
Hay silencios que resuenan con la fuerza de un trueno, especialmente cuando envuelven realidades tan profundas como la muerte perinatal. Berta Santiago, una madre que ha navegado las turbulentas aguas del duelo, comparte la historia de su hijo Miguel, un bebé cuya efímera existencia ha dejado una huella imborrable de amor y enseñanzas. Su testimonio no es solo un relato personal; es un faro de esperanza y una llamada urgente a la empatía y la humanización en el duelo.
Berta y su marido, Javier, ya eran padres de dos niñas pequeñas, de tres años y medio y dos años en aquel entonces, cuando esperaban con ilusión a su tercer hijo. "Tengo dos hijas vivas y un hijo en el cielo que se llama Miguel. Fue nuestro tercer hijo", explica. El embarazo, como los anteriores, había transcurrido con normalidad. La fecha prevista para el parto era el 13 de diciembre de 2023.
El 19 de diciembre, con 40 semanas y seis días de gestación, sintió que algo no iba bien. "Esa mañana tuve como un mal presentimiento, algo me decía que no iba bien antes incluso de pensar que no lo notaba", confiesa. Tras horas de angustia intentando sentir los movimientos de su bebé, la preocupación se hizo insostenible.
Acompañada por sus padres, acudió al hospital. "Cuando llegamos yo ya me olía algo, yo digo que mi hijo me preparó todas esas horas para la noticia", expresa. La confirmación llegó de manos de la ginecóloga, tras los infructuosos intentos de la matrona por encontrar el latido: "Lo siento mucho, no hay latido". En ese instante, el mundo de Berta y Javier se detuvo.
En medio de ese shock y vulnerabilidad, Berta destaca que tuvieron "la gran suerte" de encontrarse con María, una matrona con formación en duelo perinatal. "Fue porque un ángel caído del cielo", describe Berta con gratitud. María no solo les proporcionó información y respeto, sino que humanizó un proceso intrínsecamente doloroso.
"El parto de mi hijo fue muy doloroso porque al final yo sabía que lo iba a recibir fallecido. Pero era mi hijo", afirma Berta. Gracias a María, "en ese paritorio se respiraba amor, respeto y acompañamiento". La matrona preparó a Miguel, lo lavó, lo vistió y se lo presentó a sus padres con una delicadeza que Berta jamás olvidará. "Nos aconsejó que lo viéramos, que era necesario conocerle, que era necesario pasar un ratito con él, despedirnos, ponerle su carita".
María también creó una caja de recuerdos para la familia: el cordón umbilical, las huellas, su peso, su talla, el gorrito que llevó. Incluso les animó a tomar fotografías, un tesoro que hoy guardan con celo. "Las fotos, pues bueno, son un recordatorio absoluto de que nuestro hijo vivió y de que estuvo ahí", señala Berta, reconociendo que estas acciones fueron cruciales para iniciar un duelo sano.
Tras la despedida íntima en el hospital, llegó lo que Berta ha denominado "el segundo duelo": enfrentar al mundo. "Para mí lo más doloroso fue, aparte del duelo por la muerte de Miguel, el duelo de la sociedad", comparte con franqueza. El silencio, la incomprensión y los comentarios desafortunados se convirtieron en una carga adicional.
"Es muy doloroso el silencio que se cree alrededor, verme un día embarazada y al día siguiente no verme y hacer como si nada hubiera pasado. Eso para mí ha sido lo más duro de digerir", lamenta. Berta describe cómo algunas personas desaparecieron o cambiaban de acera. "Lo que es inaceptable es desaparecer", sentencia, aunque también hubo personas incondicionales y otras que, sin saber cómo actuar, ofrecieron su ayuda.
La pérdida de Miguel ha supuesto una profunda transformación para Berta. "El día que mi hijo murió, yo morí con él y me convertí en otra persona, tuve que resurgir en otra persona distinta", revela. Este dolor, que describe como "un virus latente", se ha ido transformando. "Es un dolor que se va transformando poquito a poco en amor, porque vas dándole un lugar a ese hijo y vas dándole, pues eso, el sitio en la familia que le corresponde".
Miguel, a pesar de su corta existencia, se ha convertido en un maestro para su madre. "Él murió y su misión en la vida ha sido muy cortita, pero me ha enseñado mucho, es el que más me ha enseñado hasta ahora", afirma conmovida. Esta experiencia le ha enseñado a relativizar y valorar el presente. "Somos más felices ahora, simplificamos mucho más en la vida y valoramos mucho más pequeñas cosas de la vida que al final es lo importante. Y eso nos lo ha regalado nuestro hijo".
En este arduo camino, el apoyo de su marido, Javier, ha sido fundamental. "Para mí mi gran apoyo ha sido mi marido", subraya Berta. Además, encontraron consuelo y comprensión en la Red de Apoyo a Familias en Duelo de Castilla y León, un grupo de duelo en Valladolid al que accedieron gracias a la información proporcionada por la matrona María.
"Contactamos con ellas desde que salimos del hospital", explica Berta. Compartir su experiencia con otras familias les hizo sentir que no estaban solos. "Te sientes como que no eres el único en el mundo al que le ha pasado esto. Es como si habláramos el mismo idioma". Este espacio les ha permitido validar sus sentimientos y darse cuenta de la importancia de la formación profesional y la humanidad en la atención sanitaria.
Berta y su familia han decidido integrar la memoria de Miguel en su día a día, rompiendo el tabú que suele rodear la muerte gestacional y perinatal. "En nuestra casa, por ejemplo, nuestro hijo está presente todos los días, a nuestras hijas le hablamos de él", cuenta. Su hija mayor, que era consciente de la situación, habla de su hermano con naturalidad.
Con un nuevo embarazo en curso, Berta sigue reivindicando la existencia de su tercer hijo. "Siempre que me preguntan, yo tengo cuatro hijos. Sí, sí, ya uno falleció, pero tengo cuatro y del tercero estoy muy orgullosa y muy agradecida", declara con firmeza. Esta actitud desafía la tendencia social a silenciar estas pérdidas.
El testimonio de Berta es también una poderosa llamada a la reflexión social y profesional. Insiste en la importancia de la formación de los sanitarios, pero también en la humanidad inherente. "A veces es simplemente un abrazo, un 'estoy aquí contigo, no estás sola'", reflexiona.
Considera que la sociedad tiene una "tarea pendiente" en cuanto al acompañamiento en el sufrimiento. "El estar acompañado en momentos así es crucial para una recuperación", afirma. Normalizar el dolor y permitir su expresión es fundamental. "Necesito vaciarme para poder llenarme de nuevo y si mis hijas me ven llorar pues es que es natural, es humano".
Ahora, Berta y Javier esperan un nuevo bebé, una experiencia que viven con una renovada apreciación por el "milagro de la vida". "Tener otro hijo no sustituye al anterior", aclara Berta, enfatizando que cada hijo tiene su lugar. Este nuevo embarazo es una "reconciliación con la vida", una oportunidad para valorar aún más la gestación y el nacimiento.
La historia de Berta y Miguel es un testimonio de resiliencia y amor incondicional. Su voz, valiente y serena, nos recuerda que hablar de la muerte perinatal no es perpetuar la tristeza, sino honrar una vida, validar un amor y construir una sociedad más compasiva.