La expresión “Lost in translation” (Perdido en la traducción) corresponde al título de la famosa película de 2003 de Sofía Coppola, galardonada con el Oscar al mejor guion y nominada en las categorías de mejor película, mejor director y mejor actor.
¿Por qué se me ocurre hoy hacer esta reflexión? Porque he tenido ocasión el pasado fin de semana de volver a disfrutar esta joya del séptimo arte, en la que el contraste entre los personajes de Bob Harris (quizás la mejor interpretación de Bill Murray de su carrera) y de Charlotte (Scarlett Johansson) es deslumbrante.
Una comedia que, en realidad, es casi un reality, en el que se suceden cosas de la vida diaria, de las que Coppola las explota muy bien: las dudas, la soledad, la tristeza, el hartazgo, etc.
A mis queridos lectores/as se la recomiendo, porque es de esos filmes que te insuflan vida y en la que se hace uso de una ironía suave e inteligente, aunque no deja de ser punzante y profunda. El mérito está en mostrar de manera delicada la naturaleza humana tal cual es, sin trampas ni hipocresía.
Mientras la visionaba me decía a mí mismo: qué importante es la sinceridad y la actitud honesta en la vida, típica de la gran mayoría de personas normales, categoría en la cual también entran con seguridad más del 99% de las personas de este mundo. Que son honradas, sensibles, que sienten empatía por sus semejantes, que les preocupa el bienestar de los suyos, etc.
La actuación de Bill Murray y Scarlett Johansson derrocha bondad y comprensión, justamente lo que echamos en falta en el día a día de nuestras relaciones interpersonales, da igual que sea en los ámbitos laborales o en familia. Nos perdemos como Murray y Scarlett, no en la traducción del japonés al inglés, sino respecto a lo que nos une y nos separa en todas esas relaciones. Nos cuesta ser humildes, nos cuesta ser tolerantes y comprensivos.
Cuando Abraham Lincoln llamó “el lado oscuro del alma humana”, se refería a que toda persona tiene sus dos facetas, la cuestión era cómo hacía para dominar el lado malo. Y justamente en este filme, surge ese “lado bueno del alma” de Lincoln, porque los personajes de Bill Murray y Scarlett Johansson proyectan la grandeza humana (la gran mayoría de ciudadanos de este planeta) cuando se encuentran dos personas sanas e íntegras, que en paralelo atraviesan sus respectivas crisis matrimoniales, que coquetean con el romance aunque mantienen el lugar que les corresponde, que es la lealtad a sus respectivos matrimonios y no va a ocurrir nada más que una casi pura naciente amistad entre ellos dos.
Sabían cada uno cuál era el límite que no podía pasar. No sólo no lo pasan, sino que dan una lección de lo que es la comprensión, así como saber compartir un tiempo y espacio.
Comprender al otro es el hilo conductor de la trama, brillantemente descrito en las imágenes, los diálogos, y muy especialmente, en los silencios…esos que, con la maestría heredada de su padre, Sofía Coppola los dibuja con una delicadeza pocas veces tan bien lograda en la gran pantalla.
¿Cuál es la lección que deberíamos sacar del filme si por un momento, lo ponemos en contraste con nuestras realidades cotidianas? Que en la vida no hay que mirar atrás con ira ni caminar hacia delante con miedo. Lo que hay que hacer es observar el presente con atención y cuidado. En una escena, Murray le dice a Johansson que tiene tiempo aún para experimentar, que ella misma se va a ir dando respuesta a sus dudas, en referencia a que a ella le gustaría ser escritora al mismo tiempo que dice que no le gusta lo que escribe.
Pero antes las dudas de ella, Murray le está transmitiendo un mensaje derivado de su experiencia (le duplica la edad), de que aún tiene tiempo, aunque debe planificar bien el hoy, para estar en condiciones de asumir las tensiones del mañana. Es un consejo de lo más normal: prepararse bien hoy para asumir con éxito el mañana.
Porque cuando no se comprende bien el presente, y menos aún se está preparado para asumir todas y cada una de las responsabilidades del hoy que nos ha asignado la vida, no va a ser posible descomprimir dicha tensión en el futuro. Y es un mensaje claro perfectamente extrapolable a lo que le ocurre también al resto del mundo, que estamos percibiendo un día sí y otro también, unos niveles de tensión que estiran aún más la inestable incertidumbre en la que nos han acostumbrado a vivir. En realidad, poco importará cuál será ese grado de tensión que habrá que afrontar en el futuro si no somos capaces de quitar presión en el presente.
“Lost in translation” es vivificante, te da esperanzas en el género humano y de seguir creyendo en que hay una gran mayoría de personas buenas, comprensivas y que les preocupa “el otro”. Eso que siempre decimos que “el otro también existe”.
Un mensaje claro que más allá de no perdernos en traducciones como Murray y Scarlett lo hacían para tratar de comprender una palabra del japonés, lo importante en la vida es la otra traducción, la que no requiere conocimiento de idiomas: los gestos amables, las sonrisas, las actitudes suaves y dulces, las voces ajustadas en su tono y las palabras dichas en cuanto a lo que significan. Esta es la metáfora de Coppola que excede al séptimo arte y debería ser una más de nuestras condiciones de vida.
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