Sábado, 06 de diciembre de 2025
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La niña de la fiesta, los niños de la guerra
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La niña de la fiesta, los niños de la guerra

Actualizado 26/05/2025 12:40

A la parroquia chiquita le han crecido feligreses vestidos de fiesta, niños de pantalón corto y la pequeña protagonista, orlada de encajes, acunada de regazo en regazo, parece mirarlo todo entre sorprendida y asustada. Y hay un aire de infinita ternura esta vez en las palabras, los cantos y hasta en los desafinados a destiempo, que también son como un eco sostenido más allá de las palabras del ritual y de las canciones que nos recuerdan que vamos con alegría o que signifique lo que signifique hosanna, está en el cielo, como esa pequeña nube testimonial de domingos azules de fiesta en los que nos vamos en paz, sin temor a la guerra.

Porque todo es fiesta, aquí, tan ajenos estamos de toda perturbación, en mayo y junio y florecen las niñas de comunión, se casan con profusión de tules las novias tocadas de guirnaldas de flores y encajes, y la dulcísima pirámide de blondas y puntillas esconde la carita sorprendida del bebé de bautizo que empieza a berrear con ganas de acallar todas las voces, de hacer sentir su enfado protestante y hay un rumor entre los bancos, allá donde se posan los bastones y hasta los andadores de la feligresía de todos los domingos, de alegría y de comprensión. El bebé parece inmune a la palabra que es eterna y hasta a la caricia del óleo, pero pese a su escándalo de bóveda desgarrada, llega el momento del rito del agua y la calma sorprende, el silencio se deja sentir y el Jordán se vuelve de nuevo un río promisorio. Se ha calmado la pequeña y desde su nueva seriedad de bautizada nos mira majestuosa, ornada de olanes y de encajes, en el trono de los brazos que la abrazan. Tiene el rostro redondo y perfecto como una delicada miniatura y siento al mirarla nostalgia de suavidades, de gorgojeos, de tiempos que pasaron muy deprisa mientras me afanaba en lo práctico, que coma, que duerma, que tenga todas las vacunas puestas, que no se enferme, que se quede tranquila en la guardería, que no sea nada esa mancha roja de varicela, ese babeo de inundación que anuncia el dolor de la dentición o el dolor de oídos. Un tiempo bendito en el que la belleza se hace cachorro de la vida, gozo de una piel que apenas roza el tacto, movimiento torpe de los pocos días, pelusita en una cabeza que hace bien poco se ha cerrado. Y el milagro de todos los días se nos queda prendido de los biberones, la lavadora llena, los pañales sucios, la prisa y sus servidumbres, la cuna donde reposa el rey de todos nuestros deseos, en la almohada que antes fue de nuestra carne, apenas desprendida de este cuerpo. Es el bebé que llora y se remansa en el agua que le recuerda su naturaleza acuática, la criatura que hoy nos ha bendecido desde su altura de bienaventuranza. Y salimos al sol de este domingo, bautizados también del milagro de su presencia, aquella que nos recuerda que allá junto al Jordan hay una guerra que hace que mueran entre los brazos de una madre, de hambre y de terror los desheredados de la tierra, aquellos a los que nadie festeja y sí amortaja con vestiduras blancas, ángeles de la inocencia.

Charo Alonso.

Fotografía: Fernando Sánchez Gómez.

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