El festín de "lo de cada día"

Quizá estaremos de acuerdo que hacer de la rutina algo extraordinario es un arte, que requiere de mucha práctica, ciertas habilidades y mucha fuerza de voluntad. El peligro es repetir “lo de cada día” con desgana y resignación, cayendo en un estado vital más parecido a los simios de los que venimos que a un ser humano, o más actualmente, similar al de un robot bien programado pero carente de emociones.

Empezamos el lunes con cierto sentimiento de tristeza y un pesar grande, como cuando ves la montaña al final y sabes que vas a tener que subirla. Entonces esa empresa se muestra casi imposible, y busco alguna salida, que suelo encontrar evadiendome de la realidad, para empezar a anhelar el viernes que aún está por llegar. Es una pequeña píldora de satisfacción y de auto engaño, más pasajera que una gominola en un colegio de niños y niñas. Pero eso sí, nos ayuda a sobrevivir, aunque sea a duras penas.

Me agarro esa dosis de ilusión futura de que pronto llegará algo que me hará olvidarme del presente. Espero algo que está por llegar y pongo todas mis fuerzas en esa ilusión óptica, y mientras, sigo siendo injusto con el presente. ¡El presente! Tan poco valorado, tan poco querido, tan poco aceptado. Seguramente porque no nos hemos ejercitado en la disciplina de conocerle y gustarle, viviendo lo que toca en cada momento. Hemos desterrado al presente a una isla ficticia y sin embargo, él no se va de nuestro lado y así seguirá hasta el final de nuestra existencia terrenal.

Pero hay personas que sí convierten cada instante y cada día en un motivo de fiesta. Celebrar cada encuentro, agradecer los mil detalles de cada día que nos pasan inadvertidos porque vamos muy deprisa sólo con las gafas de ver de lejos. Por ejemplo, el que seamos conscientes de nuestra propia respiración, de cómo el aire entra por mis orificios nasales y cómo hincha mis pulmones, para luego expulsarlo por la boca. Hay que gente que hasta paga para que otros le ayuden a hacer estos ejercicios de consciencia de su propia respiración, y por lo tanto de su yo en el presente. Incluso se le pone un nombre en inglés para que suene más cool la historia. Somos la leche.

Un vaso de agua fresca en medio de la sed, puede ser un festín. Al final soy yo mismo el que decide sobrevivir acelerado y con desgana o de vivir con intensidad y consciencia. Me apunto a lo segundo, aunque la cabra tire al monte, y mi cerebro busque huídas a no sé qué mundos imaginarios que me sacan de la realidad.

Incluso quisiera estar dispuesto a vivir la miel y la hiel, el trago dulce y el amargo, el pan duro y el bollo recién hecho. Vivir como algo nuevo cada día en los quehaceres de mi trabajo, en la tarea de llevar al cole cada día a mi hija pequeña, en el compartir diario de mesa y chascarrillos con mi familia, en el beso de buenos días y buenas noches a mi esposa, en el camino diario de regreso a casa o en los guasaps enviados a mis amigos

Si todo fuera extraordinario, todo sería ordinario. Parece que este sol que todavía asoma tímido en este mayo tardío me anima un poco más a vivir lo de cada día desde otro punto de vista. Y desde luego, me hace experimentar que estoy vivo, VIVO CON MAYÚSCULAS, aunque sea el mismo sol de siempre, ese que siempre estará ahí.