Merce, Loli, Ramoni y José Antonio, voluntarios, comparten su experiencia en una red de apoyo que opera 24 horas al día, 365 días al año
Hay silencios que gritan y palabras que sanan. En Salamanca, tras la línea del Teléfono de la Esperanza, un grupo de voluntarios dedica su tiempo a tender puentes en medio de la tormenta personal de otros. Merce, Loli, Ramoni y José Antonio son cuatro de esas voces anónimas que ofrecen consuelo, orientación y, sobre todo, un oído atento a quien siente que no tiene a nadie más.
La vida de Merce se partió en dos tras la pérdida irreparable de un hijo. “Es como si te hubieran cortado un brazo, una pierna, la vida cambió totalmente”, confiesa. Ese dolor la sumió en un duelo profundo que la llevó a buscar ayuda profesional.
Fue su psicólogo quien le sugirió un curso de autoestima e inteligencia emocional cuando, por casualidad, el Teléfono de la Esperanza ofrecía precisamente eso. “Empecé a hacer ‘Autoestima’ el primer año. El segundo hice ‘Inteligencia emocional’. Y el tercero, ‘Conocerse a sí mismo’, recuerda. Los cursos obraron una transformación profunda en ella.
“Veía que mis valores cambiaban, que había tenido un crecimiento personal. Era más sencilla, más generosa, más altruista”, explica Merce, quien aprendió a soltar apegos y a ver la vida de otra manera. “Todo lo que he aprendido yo, quiero transmitírselo a alguien”, añade, explicando su motivación para convertirse en voluntaria.
El compromiso de Loli con el Teléfono de la Esperanza se remonta a sus inicios en Salamanca. Vinculada a la organización desde su inauguración oficial en 2003, llegó animada por una amiga que estaba realizando los primeros cursos de crecimiento personal.
“El día que inauguramos probé a coger el teléfono y desde entonces aquí sigo”, relata con una sonrisa que se intuye en su voz. Veintidós años después, mantiene “la misma ilusión que el primer día”. Para ella, el voluntariado ha sido un motor de crecimiento personal fundamental.
“Me doy cuenta que he crecido como persona. Lo he hecho con idea de ayudar, porque yo soy de ayudar a los demás, y te das cuenta que al mismo tiempo que intentas ayudar, las personas también nos ayudan a nosotros”, explica Loli.
Las experiencias compartidas al otro lado del teléfono le han enseñado a gestionar mejor sus propias emociones. Recuerda las noches intensas de escucha, turnos que iban de las diez de la noche a las nueve de la mañana, y aunque ahora sus circunstancias han cambiado, su compromiso permanece intacto.
El camino de Ramoni en el Teléfono de la Esperanza comenzó en 2004. Tras una interrupción por motivos laborales, retomó el contacto en 2011 con un curso de ‘Comunicación no Violenta’. “De ese curso aprendes tanto de ti, sabes tanto de ti, que yo necesitaba, de alguna manera, devolver eso que yo estaba recibiendo”, admite.
Para Ramoni, una de las mayores enseñanzas del voluntariado es la necesidad de humildad. “El voluntario tiene que ser una persona humilde, saber manejar muy bien el ego. No te puedes ir para casa crecido creyendo que ya lo has hecho todo, porque entonces eso te disminuye como persona”. Sostiene que la humildad “nos hace estar más cerca de la persona que sufre, más cerca de la persona que está pasando una situación de crisis”.
Subraya que la labor del voluntario no es solucionar vidas, sino ofrecer soporte y herramientas. “Una persona con ideas suicidas tiene tal sufrimiento que no ve salida en su vida. Entonces, tú tienes que hacerle ver que esa situación es temporal, mientras que si se suicida, eso es irreversible”. La clave está en recordar a la persona sus propios recursos y los que existen externamente.
“La escucha es muy importante, pero si además le aportamos recursos, le damos herramientas, con esa persona sí que estamos haciendo una gran labor”. Por todo ello, destaca la importancia de la empatía en su labor como voluntaria. “Lo que produce algunas veces es la impotencia del sufrimiento que hay. Ese sufrimiento que no te haces cargo hasta que oyes a algunas personas”.
La llegada de José Antonio al Teléfono de la Esperanza fue fruto de una “casualidad de la vida” en medio de un momento personal “doloroso”. Una situación familiar complicada lo tenía sumido en el sufrimiento cuando un amigo le sugirió acercarse a la organización.
El primer curso, de inteligencia emocional, fue revelador. “Me di cuenta de que mis perspectivas se estaban estrechando cada vez más. A cuenta del sufrimiento llegamos un momento en el que yo solo veía dolor”, comparte. El curso le abrió los ojos: “Me di cuenta de que había muchas más cosas en la vida que yo no estaba viendo, y que eran las cosas que yo necesitaba para recomponerme”.
Ese impulso lo enganchó a la organización y descubrió que “cuanto yo más tenía, más tenía también para dar, para ofrecer”. Empezó a colaborar, destacando el valor inmenso de los cursos por encima incluso de la escucha telefónica. “En los cursos, el contacto humano es pleno”, afirma, valorándolo “más del 100 por 100” porque permiten expresar la riqueza interior sin barreras.
Para José Antonio, la vida “no está diseñada para sufrir”, sino para disfrutarla, y el Teléfono es un recurso crucial para ayudar a las personas a “redescubrir la vida” y superar los obstáculos.