Beatriz, una salmantina que siempre tuvo claro su deseo de ser madre sin necesidad de pareja, logró su sueño a los 42 años tras un complejo proceso de reproducción asistida que incluyó donación de riñón, retrasos por la pandemia y obstáculos burocráticos en la sanidad pública
Hay sueños que no entienden de convenciones, que laten con fuerza propia en el corazón de una persona. Para Beatriz Román, una salmantina con una historia de determinación admirable, la maternidad nunca fue una opción condicionada a una pareja; era una certeza íntima, algo que tenía claro que haría. "Siempre he tenido claro que yo quería ser madre", confiesa en una entrevista a SALAMANCArtv AL DÍA. Curiosamente, esa claridad no se extendía a la idea de compartir su vida en pareja: "No era mi intención el estar compartiendo la vida con alguien, pero si lo era cumplir mi sueño de ser madre".
Vivió intensamente, viajó, disfrutó de su independencia, pero la llamada de la maternidad persistía, esperando su momento. Sabía que su ruta sería diferente, que la ciencia sería su aliada. "Sabía que iba a acudir a la ciencia para poder serlo porque con una pareja no había encontrado el momento", explica con naturalidad.
Justo cuando, a los 38 años, empezaba a dar forma a su plan, la vida le presentó una prioridad ineludible: su hermana necesitaba un riñón. Beatriz no lo dudó. Se convirtió en donante en un trasplante de vivo, un acto de generosidad que, inevitablemente, puso su propio sueño en pausa. "Ahí paré mi vida y mis intenciones", recuerda. Los médicos fueron claros: debía esperar al menos un año tras la nefrectomía antes de iniciar cualquier tratamiento hormonal. Ese año de espera fue un paréntesis impuesto por ayudar a su hermana.
Con 39 años, retomó su proyecto acudiendo a la Seguridad Social. En Castilla y León, el sistema público ofrecía entonces tratamientos a mujeres solteras de hasta 40 años como máximo."Era la época en la que con 40 te sacaban del proceso", comenta. "Tenía un año de margen, me puse a ello y tras la primera consulta llegó el COVID". La pandemia mundial lo paralizó todo y cuando se podía voler a retomar, recibió una llamada con un nuevo contratiempo. "Ya había cumplido los 40, me llamaron y medijeron que hasta luego", recuerda.
La única opción restante era la sanidad privada, un camino que la llevó a la clínica IVI, con consultas en Salamanca pero quirófano en Madrid para los procedimientos clave. Beatriz tenía un montón de planes en su cabeza, pero una vez allí, los cálculos no iban a ser como ella pensaba. "Me dijo mi ginecólogo que eso no es así, que no es cuadriculado'", rememora. Fue el momento en que comprendió que el viaje sería largo y requeriría una dosis extra de paciencia y fortaleza. "Ahí ya es cuando yo me di cuenta de que eso iba para largo", explica.
Comenzó entonces el arduo proceso de la Fecundación In Vitro (FIV). La estimulación ovárica a los 40 años presentaba un desafío: "No es lo mismo que una persona con 25". Fueron necesarios varios ciclos y extracciones para reunir los ovocitos necesarios, mientras el tiempo y la incertidumbre pesaban.
La fecundación se realizó con semen de donante, un proceso anónimo en España, algo que Beatriz valora. Luego llegó la "semana de locura", esperando noticias sobre los embriones. "Te van llamando y te van diciendo de los 8 van quedando 7, esta noche se han perdido 2...", describe esos días como "muy agobiantes".
Finalmente recibió la llamada que cambiaba las cosas. "Han quedado 2 me dijeron, y un suspiro de alivio me recorrió el cuerpo". La primera transferencia trajo una alegría que duro poco: un positivo que se desvaneció a los pocos días. "Lo perdí, sufrí un aborto", explica. "Otro drama que es muy habitual pero que no me esperaba", recuerda.
Tras la espera obligada, llegó el momento de la verdad: la transferencia del último embrión que quedaba. "Aquí todo fue bien. Me cuajó el segundo embrión, pero podría no haber cuajado... si no lo hubiera conseguido, no sé qué hubiera hecho", confiesa, "no quiero ni pensarlo".
Todo iba bien, el embarazo fue bien y a los 42 años, después de un viaje de años lleno de obstáculos, Beatriz dio a luz a su hija: Greta. El recuerdo de ese momento es pura emoción. "Yo era la mujer más feliz del mundo", exclama. "Las primeras semanas, incluso los primeros meses, yo estaba en una nube. Di a luz de manera natural, no me pusieron epidural, me levanté yo sola y estaba feliz, es que no te imaginas, yo tenía una felicidad, estaba plena".
Esa felicidad desbordante de los primeros tiempos dio paso, con el crecimiento de la niña, a la realidad cotidiana de la maternidad en solitario. "Es duro, esto es duro, la maternidad es dura", admite con honestidad. Pero esa dureza no empaña la satisfacción profunda.
Ahora, dos años después, disfruta de su trabajo y de Greta, pero es clara sobre la conciliación. "Para cuidar a mi hija como deseaba, tras la baja por maternidad, pedí una excedencia de 18 meses, gracias a un colchón económico ahorrado. Esto no es conciliar porque yo he renunciado a muchas cosas, la palabra es renunciar", matiza, subrayando el sacrificio personal frente a un ideal a menudo inalcanzable.
Insiste en la importancia vital de una red de apoyo. "Búscate una buena red", le aconseja a las madres o futuras madres, ya sean madres o solteras o con pareja. "En mi caso, mi familia y mis padres son un pilar fundamental, siempre están presentes".
A otras mujeres que sueñan con la maternidad en solitario, les envía un mensaje de ánimo, pero anclado en la realidad. Cita la frase de una amiga que le marcó: "Es lo mejor y lo peor de la vida todo junto a la vez". Aconseja no hacer cálculos rígidos "la naturaleza es muy caprichosa" y confiar en la ciencia y los profesionales, pero siendo conscientes de que el éxito no está garantizado. "Hay que intentarlo", afirma con convicción.
Y añade un consejo práctico, fruto de su propia reflexión: "A las chicas más jóvenes que tienen claro que quieren ser madres en algún momento, les aconsejo que preserven sus óvulos, es la mejor inversión". Quizás, un paso que podría haber aliviado su propio y complejo camino.
Hoy, Beatriz vive su maternidad con una plenitud que desarma cualquier duda sobre su elección. "Soy feliz de la vida", asegura con una sonrisa que se intuye en sus palabras. "No hay nada que haya podido hacer mejor en mi vida que el haber sido madre yo sola". Un testimonio poderoso de que los sueños, aunque arduos, merecen ser perseguidos.
La historia de Beatriz es la de muchas familias monoparentales en España. Cuando su hija Greta nació, solicitó a la Seguridad Social acumular las 16 semanas de permiso que le correspondían como madre más las que habría tenido una pareja de dos. "Pero Greta solo tuvo derecho a las 16 semanas que me correspondían a mí, por eso después tuve que pedir la excedencia", explica.
Su caso particular, aunque fue denegado en juicio, se enmarca en "una de las grandes luchas de las familias monoparentales": lograr que un solo progenitor pueda disfrutar del tiempo total de permiso, cobrando la prestación, como si fueran dos. Beatriz lamenta la situación: "Nuestros hijos están en desigualdad". Aunque hay avances, asegura. "Hace poco tiempo el Tribunal Constitucional ya ha aprobado varias sentencias para que esto se pueda hacer", comenta. Estos fallos judiciales abren la puerta a que otras familias en su misma situación puedan ver reconocido este derecho fundamental para el cuidado de sus hijos.