Finalizados los actos religiosos, presididos por las mayordomas, las hermanas María Dolores y Teresa Herrero Pinto, el Ayuntamiento procedió al reparto de 350 raciones de paella
Como cada 14 de mayo desde aquel de 1721, cientos de feligreses acudieron a la ermita del Castillo para venerar en Pereña de la Ribera a la Virgen ‘chica’. Decenas de pañuelos y cadenas volvieron a acariciar la reja guardiana de la piedra blanca, buscando parte de esa magia que se extendió por toda la provincia. Desde La Sierra hasta Las Arribes, e incluso en el otro lado del Duero, los milagros del polvo blanco que desprendía aquel pedazo de piedra fueron proclamándose por todos los rincones.
Así pues, este miércoles, 14 de mayo, se celebraban en la ermita del Castillo los actos de exaltación a la Patrona de los pereñanos, donde el párroco local, José Ramón Mateos, acompañado del expárroco de la localidad, Nacho Gómez y el,del municipio luso de Bemposta, Pedro Sam?es, se dirigía a los fieles para agradecer la presencia de cientos de personas procedentes de ambos lados de la Raya, que de esta manera rendían devoción a Nuestra Señora del Castillo y que acompañaban a las mayordomas, las hermanas María Dolores y Teresa Herrero Pinto, unos actos que fueron amenizados por los sones de la gaita y el tamboril de Mario Benito González ‘El Risinas’.
Pero sin duda, uno de los momentos más esperados por quienes esperan los ‘favores’ de la Virgen ‘chica’ comienza con el ofertorio y saludo a la reliquia, momento que discurrió bajo el cántico de un grupo de mujeres y el sonido del órgano, y que las mayordomas aprovechaban para obsequiar a todos los presentes de un recuerdo de su paso por la Mayordomía de la Virgen del Castillo.
A partir de ese instante decenas de personas comenzaban la liturgia que supone pasar por la sacristía para impregnar pañuelos, cadenas y fotografías de la magia que la reja guarda bajo los pies de Nuestra Señora, pasando tres veces sus objetos entre los desgastados y ya finos barrotes que sirven de custodia, un rito que se repite una y otra vez, año tras año, esperando el favor de la Virgen del Castillo.
Finalizados los actos religiosos, las mayordomas ofrecían a los asistentes un convite de chochos y aceitunas a las puertas de la casa del ermitaño, todo regado con vino de la D.O. Arribes. Seguidamente y tras que el baile surgiera a las puertas de la ermita, el Ayuntamiento ofrecía al público una exquisita paella de 350 raciones, preparada por Arroces al Grano, y que servía de acompañamiento a hornazos y empanadas, tortillas y al famoso queso de Pereña, acompañado todo por el potente vino de Las Arribes y la música de los tamborileros.
Historia y leyenda de la Virgen ‘chica’
Según la tradición oral durante generaciones, corrían principios del siglo VIII cuando el asedio árabe acabó con lo que pudiera ser el pueblo de Pereña, entonces ubicado en el Berrocal, lugar defendido por un castillo y cuyas ruinas sirvieron para ocultar la imagen venerada por sus habitantes en honor a Nuestra Señora de los Ángeles, una pequeña figura realizada sobre piedra que no volvería a parecer hasta mediados del siglo XIV.
Fue entonces cuando surge la leyenda de la aparición de la Virgen a un pastor indicándole dónde se hallaba enterrada. A partir de ese instante la religiosidad de este pueblo hacia su Virgen se transmitió a toda La Ribera, incluso traspasando el Duero y llegando a zonas de La Sierra tras la aparición, un 14 de mayo de 1721, en el interior de su peana, la Virgen ‘chica’, pequeña figura que imita a la primera y que surgió a raíz de una serie de acontecimientos milagrosos que desembocaron en una profunda devoción hacia su imagen. Desde entonces la romería del 14 de mayo viene celebrándose con gran tradicionalidad entre sus vecinos y habitantes de toda la comarca de Vitigudino.
Así pues, cada 14 de mayo decenas de pañuelos y cadenas acarician la reja guardiana de la piedra blanca, buscando parte de esa magia que se extendió por toda la provincia charra. Desde la Sierra hasta Las Arribes, e incluso al otro lado del Duero, los milagros del polvo blanco que desprendía aquel pedazo de piedra, surgida del interior de la peana de Nuestra Señora de los Ángeles, fueron poco a poco haciéndose un sitio en el corazón de las gentes.