Tienen los rituales la virtud de marcarnos el paso sosegado de un tiempo inclemente en su velocidad y el desamparo que nos produce su mudar de costumbres, de ahí que los esperemos y disfrutemos como el regalo del calendario marcado de posibilidad de gozo. Y en mayo, maduro mayo, en ese mayo que era por mayo, las Ferias del Libro con su cualidad de fiesta colorida, de página en blanco en la que firma el gusto por lo que amamos y solicitamos, nos acompañan y consuelan con su rito reiterado, con su puntualidad exacta y bienhechora.
Se llenan las plazas y las calles, los parques y las miradas de portadas plenas de posibilidad y encuentro con el escritor que amamos o el que descubrimos. Y aunque no vale todo, porque es mucha la hojarasca, se mezclan las páginas consagradas que rumian los de siempre con su solemnidad de academia, con los recién llegados de alegría de estreno, o los que buscamos ya que son amigos y buenos escritores y hasta los descubrimientos portentosos que se vuelven indispensables porque nos han regalado la sorpresa de su título y la savia fuerte de su árbol. Un árbol de cubierta, lomo, capítulo, verso, acto y viñeta, un árbol sostenido por editoriales grandes, medianas, pequeñas o artesanas junto a la sólida factura de la institución pública, sostenido por un Ayuntamiento que es biblioteca o biblioteca que sale a la calle convertida en escenario de títeres, música, banda municipal que alegra las mañanas de sol de los festivos o teatro para recordar que de las líneas y los versos salen la carne y el hueso de la literatura.
Y nos disponemos, cartel mediante, a celebrar la fiesta de los libros en los pueblos y plazas, en los jardines y ciudades, en las cruces de mayo en las que se juntan lectores y escritores con un título de por medio que nos llevamos a casa como el ramo de flores de fiesta en la que nos regalamos letra y afecto, cercanía y genio, amistad y reconocimiento. Y suena la banda municipal con sus temas reiterados que nos hacen mover los pies de caseta en caseta, disfrutando del hallazgo, del encuentro, de la sorpresa y hasta de la presentación a la que entramos a ver qué pasa y salimos felices descubriendo que aún somos capaces de emocionarnos, sorprendernos y ponernos delante de la letra a descubrir el mundo en la vereda del verso, en la caricia de las palabras, en la voz y sus ecos. Y reiteramos el rito de la cruz de mayo ornada de flor y canto, libro y libro, felices de ser, en esta plaza nuestra, los mismos que disfrutamos de todo lo bueno que tenemos. Feliz Feria del Libro de Salamanca y gracias infinitas a quienes la hacen posible todos los años felices de este encuentro feliz de lo que es nuestro.
Charo Alonso.
Fotografía: Fernando Sánchez Gómez.
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