En este sábado 26 de abril, a las 10 de la mañana y cuando un gran número de lectores estarán siguiendo estas líneas, se está dando cristiana sepultura a uno de los papas de mayor trascendencia de la historia, por su visión, acción, legado y controversia. Trascendencia que no empaña su humildad. A su papado quiso darle el nombre de Francisco y en su tumba terrestre simplemente rezará “Franciscus”.
Mucho se ha escrito estos días, y se seguirá escribiendo, sobre Francisco I. La muerte de un Papa siempre genera un gran espacio de controversia, atención de los medios de comunicación y redes sociales, así como un intenso debate sobre su pontificado, máxime si ha tenido una intervención singular y controvertida, como es el caso que nos ocupa. Nosotros nos limitaremos a reflexionar sobre las grandes líneas de su papado, aunque las ilustremos con algún ejemplo o detalle que aporten luz y entendimiento.
Pensamos que una manera de abordar la globalidad del pontificado de Francisco I es acudir a sus orígenes y visiones. ¿De dónde venía?, ¿quién era?, ¿cuál era su formación religiosa y vital?, ¿cómo veía él la institución clerical, la curia romana, el Vaticano?, ¿qué reformas pretendía hacer y cómo abordarlas?, ¿cómo se va de este mundo?
"Me fueron a buscar al fin del mundo", fueron las palabras de Jorge Mario Bergoglio en el momento que se presentó como papa Francisco un 13 de marzo de 2013, después de que en la Capilla Sixtina 95 de los 115 cardenales que formaban el cónclave le votaran. Ese fin del mundo no estaba tan lejos, era Buenos Aires, pero a Bergoglio no le faltaba razón. El nuevo Papa venía de un subcontinente que, hasta entonces, para la curia romana estaba muy lejano. Llegaba el primer Papa latinoamericano de la historia.
Cuando llegó al Vaticano, Bergoglio era un religioso de la Compañía de Jesús, con formación jesuítica y alma franciscana. Su ídolo parece que fuera San Francisco de Asís, fundador de los franciscanos, más que San Ignacio de Loyola, fundador de los jesuitas, orden religiosa a la que pertenecía. Tan cerca del primero se sentía Bergoglio que, como Pontífice, quiso tomar su nombre: Francisco, el de aquel San Francisco, “Loco de Dios”, que era la humildad personificada y un referente transformador de la iglesia en el siglo XIII.
Como San Francisco, Francisco I pretendía ser un transformador de la iglesia del siglo XXI, salvando todas las distancias. Como aquel, no le importaba al papa Francisco ser un “loco de Dios”, un “loco del mundo”, viajando a los lugares más remotos. De hecho, en la misma ceremonia de nombramiento y cuando avanzaba lentamente entre el público que le aclamaba, fue mencionado como “Papa del Pueblo”, especialmente de los más humildes y desheredaros.
El papa Francisco hizo de la humildad una de sus señas de identidad. Cuando le nombran Papa dice: “acepto, aunque soy un pecador”. También Jesús eligió a Pedro, el más pecador de sus discípulos, para dirigir espiritualmente al Pueblo de Dios y construir su Iglesia. Humildad que no es incompatible con ciertos brotes de soberbia, algo que impregnará todo su pontificado y que llevará a su tumba. Como Pontífice renunció a la pomposidad del Vaticano y se fue a Santa Marta, una casa de sacerdotes cercana a la basílica de San Pedro, a vivir como un sacerdote más, que se pone a la cola con su bandeja para servirse la comida del bufé. Que conducía su coche utilitario, pareciendo un cura de pueblo más que el soberano de una monarquía absoluta como es la Iglesia.
Un Papa al que le molestaba el boato, los fastos y los gastos innecesarios. Por su expresa decisión, no será enterrado en la Basílica de San Pedro, donde están la mayoría de los papas, sino en el santuario mariano de Santa María la Mayor, a unos seis kilómetros del Vaticano. Allí se depositará su cuerpo, tras unos días de exequias con la pompa vaticana muy reducida, en un sepulcro situado en el suelo, con una lápida que simplemente dirá “Franciscus”. Fue esa humildad, el basamento sobre el que Francisco construyó su popularidad como pontífice de los pobres y los humildes.
Muchos de los debates y la literatura de estos días se centran en si el papa Francisco era de izquierdas o de derechas, comunista o conservador. Es cierto que sus acciones como religioso, a lo largo de los años, dan pie a que unos le cataloguen de una manera y otros de otra, cosa a la que él se oponía, no quería que le encasillaran en ninguna de las opciones. Personalmente pienso que hay que superar esa dicotomía. El pensamiento político y religioso de Francisco, así como su apostolado, es producto del Concilio Vaticano II y del tiempo que le tocó vivir.
El Concilio Vaticano II, convocado por Juan XXIII en 1959 y clausurado por Pablo VI en 1965, trato de imprimir un giro más social a la Iglesia, conectándola con las vanguardias políticas del momento, orientándola hacia la recuperación de sus orígenes, fomentando en los religiosos un espíritu de servicio y humildad franciscana. Por otro lado, animaba a los clérigos a separarse del boato, del poder y del dinero, así como a ser pobres, sencillos y amables en su actitud pastoral. Bergoglio asumió en su integridad tales postulados emanados del Concilio.
Bergoglio también fue producto de su tiempo. En los años sesenta y setenta del siglo pasado, los movimientos revolucionarios latinoamericanos le situaron en una posición muy complicada en el contexto de la iglesia latinoamericana que le obligó a tomar una postura ambivalente. Especialmente a principios de los setenta cuando, tras ser nombrado provincial de los jesuitas para Argentina y Uruguay, se encontró con que, de una parte y desde su puesto de jefe local de la Orden, se le pedía alejar a los jesuitas del marxismo y de la Teología de la Liberación, reorientándolos hacia un propósito únicamente pastoral y religioso, cosa que molestaba intensamente a la izquierda. Por otro lado, su compromiso con la justicia social y su apostolado activo para con los más necesitados, provocaba desconfianza en la derecha conservadora.
De lo que no nos cabe ninguna duda es que, si lo comparamos con sus predecesores, Juan Pablo II y Benedicto XVI, ambos participantes en el Concilio Vaticano II y el último también su competidor por el papado, Bergoglio está, políticamente, más a la izquierda que sus dos predecesores. Juan Pablo II relegó la doctrina social de la iglesia que era uno de los baluartes de Francisco, en coherencia con su tradición jesuítica y alma franciscana.
Acudiendo a la realidad de su pontificado, podemos decir que Francisco ha sido el “Papa de las primeras veces”. Primer papa llamado Francisco, primer papa jesuita, primer papa latinoamericano y otras muchas cosas que han sucedido por primera vez en una institución de larga tradición como es la Iglesia. A él le hubiera gustado cambiar muchas más cosas. No ha podido cambiar los dogmas de la Iglesia, pero sí la mirada y el acercamiento a ellos. Ha abierto puertas y caminos para el devenir de la Iglesia que, a buen seguro, se ha ido de este mundo pensando en que otros los transitarán.
¡Francisco, descansa en Paz!
Les dejo con el Réquiem de Mozart:
https://www.youtube.com/watch?v=G-kJVmEWWV8
Aguadero@acta.es
© Francisco Aguadero Fernández, 25 de abril de 2025
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