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Siguen las reflexiones sobre el amor, dos meses después de San Valentín
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Siguen las reflexiones sobre el amor, dos meses después de San Valentín

Actualizado 22/04/2025 08:34

El pasado febrero, por San Valentín, escribí un artículo sobre el amor, en el que el adjetivo más citado era el de “misterioso”: mientras lo escribía tuve la impresión que escribir un artículo sobre el amor era como si a alguien se le ocurriera escribir uno ¡sobre el mar!: tendría todas las posibilidades de describir un raquítico punto de vista desde una orilla cualquiera, sin apenas mojarse; poca cosa para algo casi tan infinito como el mar. Y sin embargo, inesperadamente, el artículo de febrero tuvo numerosos lectores.

Lo cual me dio a entender que cuando nos acercamos a reflexionar sobre el amor, la gran mayoría lo hacemos desde “alguna orilla”: nos acaba o le acabamos de tocar, o nos hemos zambullido en sus imparables olas y cuando nos hemos sentido suficientemente confusos, nos hemos retirado con mayor o menor dignidad.

No creo que en la cuestión del amor (seguiré con la metáfora del mar) las mujeres y los hombres seamos nadadores muy distintos, al menos en cuanto a estrategias de zambullida o de retirada. Quizás en tiempos pasados (más o menos remotos) las diferencias estratégicas eran muy distintas. Pero a medida que la atención ha quedado fijada en la cuestión de la igualdad entre los sexos, sobre todo en este último siglo, las semejanzas entre mujeres y hombres en cuanto a idea básica del amor se han acercado: El amor tiene profundidades, simas, oscuridades, extensiones, cambios, variedad de vidas, de peligros y placeres, que sobrepasa nuestra lógica, nuestro supuesto deseo exploratorio, nuestra pequeña generosidad y nuestro blindado egoísmo.

Estamos condenados a representar el extenso y majestuoso fenómeno del amor con ese infantil diosecillo que juega a tirar flechas en los pequeños corazones humanos, como si se trataran de dianas que cuanto más se acercan al centro, más agudo es el dolor y la herida.

A un conocido y actual psicoanalista italiano, Mássimo Recalcati, le gusta referirse al mar como metáfora de la libertad. A mí me gusta la metáfora del mar significando el amor. Y de inmediato pienso que la libertad y el amor tienen más raíces comunes que el bendecido y antiquísimo matrimonio nos ha permitido contemplar. Quizás podríamos afirmar que entre los humanos no hay amor sin libertad, ni libertad sin amor.

Y esta hipotética relación explicaría cómo las sociedades actuales, dirigidas y ahogadas por el Miedo a la libertad, son tan pobres y estrechas en su visión del complejo, y arriesgado amor. A más temor, menos libertad, menos amor, menos descendencia, más decadencia.

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