El ex inspector que protegió a presidentes y combatió a ETA ahora encuentra su propósito en el altruismo en la ciudad con mayores y jóvenes
En el corazón de Salamanca, ciudad que define como "viva" por su incesante actividad y ambiente universitario, José Luis Salgado Corchero ha encontrado su refugio tras una extraordinaria carrera profesional dedicada al servicio público. Durante 47 años, este inspector de policía jubilado construyó una trayectoria ejemplar e intachable que le llevó desde la protección de presidentes del gobierno hasta misiones internacionales en Moscú, El Cairo y Honduras, pasando por operaciones antiterroristas como jefe de comando del GEO, siempre caracterizado por su profesionalidad, valentía y compromiso con la seguridad de los ciudadanos.
"No soy un policía al uso", afirma con una sonrisa que esconde décadas de servicio en primera línea. Su carrera comenzó en Presidencia del Gobierno, formando parte del servicio de seguridad de Adolfo Suárez, el primer presidente de la democracia española.
Pero el destino le tenía preparado un giro inesperado cuando surgieron plazas para el Grupo Especial de Operaciones (GEO), la unidad de élite de la Policía Nacional. "Me preparé durante seis o siete meses muy fuerte, porque los programas son duros, y más duro todavía es el curso", explica. Aquella decisión marcaría su trayectoria profesional durante los siguientes doce años como jefe de comando operativo.
"Estuve combatiendo a ETA, combatiendo al Grapo, a Terra Lliure, a todos los grupos terroristas de la época", relata. "Pillé el mogollón fuerte de los asesinatos y de los secuestros". Entre sus operaciones más destacadas, menciona la liberación del padre de Julio Iglesias, un episodio que recuerda con precisión profesional.
Tras su etapa en el GEO, José Luis fue destinado a Madrid como jefe del grupo de atracos a bancos y joyerías. "Había una media de veintidós atracos al mes. Eso quiere decir que había semanas que había tres y cuatro atracos, porque era la época en la que la heroína estaba en su máximo esplendor", recuerda sobre aquellos años convulsos.
Su carrera dio otro giro inesperado cuando recibió una llamada del Ministerio de Asuntos Exteriores para una misión en Moscú. "Era la primera vez que España cogía la presidencia de la Unión Europea y nuestra embajada en Moscú no tenía nada para hacer esas reuniones en condiciones", explica. Su tarea: supervisar la creación de una "cámara burbuja" que impidiera cualquier filtración de información.
Aquella primera estancia de seis meses en la capital rusa sería solo el preludio de una carrera internacional que le llevaría posteriormente a pasar dos años y medio en Moscú en una misión cuya naturaleza exacta prefiere no revelar. "La misión era tan específica que no podía pasar a servicios especiales, sino que tenía que pedir una excedencia en el Ministerio del Interior", comenta, dejando entrever la sensibilidad de su trabajo.
Su periplo internacional continuaría en El Cairo, donde estuvo otros dos años y medio, y posteriormente en Honduras, donde ejerció como profesor de investigación criminal para la Escuela de Oficiales. "Había que montar siete comisarías en la capital de Tegucigalpa, porque no tenían montada policía judicial", explica sobre esta misión que no estuvo exenta de peligros. "He tenido tres atentados en Honduras", confiesa.
Uno de los capítulos más sorprendentes de su carrera llegó cuando fue destinado al grupo de proliferación de armas de destrucción masiva dentro de la Comisaría General de Información. Su labor consistía en analizar pedidos de material que países en conflicto como Irak, Irán o Sudán del Sur realizaban a España, para determinar si podían ser utilizados en la fabricación de armamento nuclear. "Tenía que hacer el análisis de todos esos pedidos y dar mi conformidad si se hacía ese pedido o no", explica. "Para eso había que averiguar quién era el destinatario final".
Este trabajo le llevó a despachar mensualmente con el Secretario de Estado de Comercio, en reuniones donde también participaban representantes del CNI, Aduanas, Guardia Civil y el Ministerio de Exteriores.
Pocos conocen que la vida de José Luis pudo haber sido completamente diferente. Nacido en Mérida, su vínculo con Salamanca comenzó a los 13 años, cuando sintió una fuerte llamada religiosa que le llevó a ingresar en el seminario de los Escolapios. "Sentí la llamada de Dios. Y, además, es que lo sentí tan fuerte, tan fuerte", recuerda con emoción.
Tras tomar los hábitos a los 17 años e iniciar el noviciado, el director del seminario le propuso tomarse un año para vivir otras experiencias. "Me dijo, José Luis, yo que tú me iría un año, te lo fuera, que vivieras otras experiencias de la vida", recuerda. Aquel año se convirtió en una vida entera dedicada al servicio público desde otra vocación: la policial.
Tras jubilarse después de 47 años de servicio, José Luis se enfrentó al reto que muchos profesionales con carreras intensas experimentan: "¿Y ahora qué hago?". Su primera respuesta fue la música. "Siempre me ha gustado mucho la música. Yo he sido un enamorado siempre de la música, siempre he dicho que la música es la medicina del alma", confiesa.
Inspirado por Mark Knopfler, se propuso aprender a tocar la guitarra. "Me lié, me lié y me lié, hasta que aprendí a tocar solos de guitarra, y tocaba jazz, tocaba soul, tocaba todo", relata con entusiasmo.
Tras separarse de mutuo acuerdo de su esposa, con quien había compartido casi cincuenta años de matrimonio, decidió trasladarse a Salamanca, una ciudad con la que tenía un vínculo especial desde sus tiempos de seminario. "Me enamoré de la ciudad", confiesa.
En Salamanca, José Luis ha encontrado una nueva vocación: visitar residencias de ancianos y asociaciones de mayores para ofrecerles charlas y momentos de compañía. "Les damos alegría y les damos tanta alegría... Cuando ven, cuando llega gente nueva, se vuelven locos", explica con emoción.
Su labor, completamente altruista, le ha proporcionado experiencias profundamente conmovedoras. Recuerda especialmente a un hombre llamado Evaristo, a quien preguntó cuánto tiempo hacía que no recibía un abrazo. "Me dice, pues, a lo mejor hace más de quince años. Y le dije, ¿y me querrías dar un abrazo a mí?". El resultado fue un momento de conexión humana que ambos vivieron entre lágrimas.
"Los dos llorando como dos tontos, de la emoción", recuerda José Luis, quien reflexiona sobre cómo estas experiencias le están enseñando más a él que lo que él pueda aportar. "Al final, tengo la suerte de conocer todos estos mundos distintos, de estar interrelacionándome con esta gente, y resulta que lo que están haciéndome es un favor a mí. Porque estoy aprendiendo de ellos".
Además de sus visitas a residencias, José Luis participa en un programa de radio semanal, ‘Radio Oasis’ y ha descubierto una inesperada faceta como rapsoda, leyendo poesía en público a pesar de confesar que nunca le ha gustado leer. "Les he cogido odio a los libros, porque he estudiado mucho, muchísimo", bromea.
También imparte conferencias en la Universidad de Salamanca sobre temas como los peligros de las nuevas tecnologías o la violencia de género, ámbitos en los que su experiencia profesional le otorga una perspectiva única. "Hay mucho que explicar que la gente no tiene ni idea", afirma.
A sus 70 años, José Luis Salgado ha encontrado en Salamanca no solo un lugar donde vivir, sino un propósito. "Mi intención es terminar mis días aquí, porque estoy súper feliz aquí", concluye con la satisfacción de quien, tras una vida dedicada a proteger a los demás en situaciones extremas, ha descubierto que la verdadera recompensa está en los pequeños gestos de humanidad.