Este dulce típico, consumido en la antigüedad por gladiadores por su alto contenido energético y por las parturientas en la recuperación del parto, no falta en las pastelerías, restaurantes y hogares salmantinos cuando llega la Semana Santa
Llegan días de torrijas, torrijas y más torrijas. En Semana Santa es casi imposible no encontrarlas en los escaparates de las pastelerías, en la carta de los restaurantes o preparadas en casa como un dulce casero tradicional. Este postre, también conocido como "torejas" o "tostadas" según la región, tiene una historia fascinante que se remonta a la época romana.
Las primeras referencias a las torrijas se encuentran en textos del siglo I d.C., escritos por el gastrónomo romano Marcus Gavius Apicius. En ellos, se menciona una receta de pan empapado en leche y miel, muy similar a la torrija actual. Se dice que, en la antigua Roma, este alimento era consumido también por gladiadores y soldados debido a su alto contenido energético, lo que les proporcionaba fuerza y resistencia en combate.
Durante la ocupación árabe de la Península Ibérica, la gastronomía española sufrió una transformación significativa. Los árabes introdujeron ingredientes y técnicas culinarias como el uso de la miel, especias y el aceite de oliva, que enriquecieron la cocina peninsular. Este intercambio culinario influyó en la evolución de las torrijas, agregándoles sabores y texturas que perduran hasta el día de hoy.
Sin embargo, la versión más cercana a la que conocemos hoy en día surgió en el siglo XV, pero con un propósito alejado de la Semana Santa. En sus inicios, las torrijas se preparaban como alimento para ayudar en la recuperación postparto de las mujeres que acababan de dar a luz. Se elaboraban con pequeñas rebanadas de pan duro, remojadas en leche o vino, y se servían con una copita de vino para facilitar la recuperación.
No se conoce con certeza cómo las torrijas llegaron a asociarse con la Cuaresma y la Semana Santa, pero su alto contenido energético y su carácter saciante las convirtieron en un alimento ideal para compensar la abstinencia de carne durante este período religioso. En una época donde el pan era un bien esencial y el desperdicio de alimentos era impensable, las torrijas se convirtieron en una forma inteligente y deliciosa de aprovechar el pan duro.
Algunas tradiciones populares incluso han relacionado las torrijas con la simbología cristiana, interpretando que el pan representa el cuerpo de Cristo y el vino la sangre, lo que podría haber influenciado su consumo durante la Cuaresma.
A lo largo de los siglos, la receta de las torrijas ha evolucionado y se ha adaptado a los gustos y preferencias regionales. Aunque la versión clásica consiste en rebanadas de pan empapadas en leche, rebozadas en huevo y fritas, hoy en día existen variaciones que incluyen vino, miel, almíbar o incluso chocolate.
Cada región de España tiene su propia interpretación de este dulce tradicional. En algunas zonas se prefiere con más azúcar y canela, mientras que en otras se acompañan con una reducción de vino dulce o líquidos aromatizados.
Las torrijas no solo son un manjar de Semana Santa, sino que también representan la riqueza histórica y culinaria de España. Desde sus humildes inicios como alimento de recuperación postparto hasta su consolidación como postre emblemático de la Cuaresma, las torrijas han trascendido el tiempo y las culturas, fusionando influencias romanas, árabes y medievales en cada bocado.
Hoy en día, siguen siendo un símbolo de tradición, reuniendo a familias y amigos en torno a un postre que evoca recuerdos de infancia y celebraciones religiosas. Con su mezcla de sencillez y sabor, las torrijas continúan deleitando a generaciones, asegurando su lugar en la gastronomía española por muchos siglos más.