La Inteligencia Artificial (IA) está transformando y redefiniendo muchas cosas, incluidos sectores enteros de la actividad humana. Va camino de redefinir las relaciones sociales y humanas, cuando no de sustituirlas por relaciones artificiales, emanadas de algoritmos alejados del conocimiento de la mayoría de los mortales.
En varias ocasiones hemos hablado en estas páginas sobre la Inteligencia Artificial y en otras muchas hemos tenido tentación de hacerlo. Pero hemos renunciado a ello por no escribir repetidamente sobre la IA, para no cansar al lector que nos sigue. Ahora, consideramos que, en esto de la IA, hemos llegado a un punto de especial trascendencia para el ser humano y para el futuro de la Humanidad y que bien vale la pena que reflexionemos sobre ello una vez más.
Algunos autores consideran que con la IA estamos ante la primera revolución que afecta a todo. Otros pensamos que, aun siendo cierto que afecta a todo, no es la primera. La primera revolución transversal que afecta a todo ha sido la revolución digital. Así puesto de manifiesto a partir de los años noventa del pasado siglo XX, tal y como ya apuntábamos en “La Sociedad de la Información. Vivir en el Siglo XXI” (1997) hablando de un mundo digitalizado en el que se basaría todo avance tecnológico, cual es la realidad de la IA.
La IA no solo está generando grandes oportunidades, sino también importantes retos en relación con la vida y la existencia del propio ser humano. En el debate sobre la IA hay multiplicidad de opiniones que podemos sintetizar en dos visiones opuestas. Una, que las máquinas y sus algoritmos nos hacen irrelevantes. Otra, que nos hacen más útiles. El conocimiento y la experiencia de quien suscribe es que se dan ambas cosas. Si tomamos en cuenta la cantidad de puestos de trabajo humano que elimina, nos convierte en irrelevantes. Pero si nos fijamos en que viene a complementar habilidades humanas, veremos que se puede dar un incremento de la productividad y hacernos más fructíferos.
Sea como fuere, la IA se está consolidando como uno de los motores económicos más potentes de la próxima década, con una previsión de 4,8 billones de dólares en 2033. Crecimiento que, sin embargo, no se traducirá en beneficios compartidos. Al respecto y según la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo, hasta el 40% de los empleos podrían verse afectados por la automatización, y no para bien, precisamente. Si aplicamos ese porcentaje a las 21.857.900 personas ocupadas en España, resulta que más de 8,7 millones de empleos se verán afectados por la IA hasta 2033, solo en territorio español.
En la misma línea, organismos como el Fondo Monetario Internacional (FMI) o el Foro Económico Mundial (FEM) han alertado de que una parte significativa de las plantillas de empleados podrían verse reducidas como consecuencia directa del despliegue de la IA. Para el FMI, esta tecnología desplazará alrededor de 92 millones de empleos para el 2030, aunque también creará 170 millones de nuevos puestos de trabajo durante el mismo espacio de tiempo. Si a ello añadimos que la comunidad científica dice que en 2031 la IA superará al ser humano y logrará conciencia propia, resulta comprensible que los trabajadores tengan miedo a perder su empleo y el ser humano a sentirse superado por la tecnología.
El informe de la ONU antes citado subraya lo que ya veníamos intuyendo: que los beneficios de esta revolución tecnológica no están siendo distribuidos de forma equitativa. Las economías más débiles y los trabajadores con menos formación, corren el riesgo de quedarse atrás, mientras que las grandes corporaciones concentran los desarrollos más avanzados y los beneficios sustantivos de la IA.
La inversión y el desarrollo en Inteligencia Artificial se concentra en un reducido número de empresas. Según la ONU, cien compañías acumulan el 40% del gasto global en I+D (investigación y desarrollo) en esta materia. La mayoría de esas empresas están ubicadas en Estados Unidos y China, lo que está generando una nueva forma de desigualdad tecnológica, territorial y humana.
Por otro lado, los avances de la IA en relación con los humanos acaban de dar un paso de gigante: un modelo de IA, concretamente el GPT-4.5 de OpenAI ya pasa por ser un humano, al superar una prueba del legendario Test Turing, un barómetro que se utiliza para la inteligencia humana. Así lo pone de manifiesto una reciente investigación realizada por científicos de la Universidad de California en San Diego, Estados Unidos, publicada en “arXiv”, en la que los participantes conversaron con un humano y una IA al mismo tiempo y luego evaluaron su identidad. El Test buscaba determinar la capacidad de una máquina para mostrar un comportamiento inteligente que no pueda distinguirse del razonamiento humano. El resultado fue que el sistema de IA fue percibido como humano en el 73 % de las ocasiones.
El caso que acabamos de describir, fruto de la investigación llevada a cabo, nos hace reflexionar sobre los límites de la IA, si es que existen, o si podemos fijarlos de alguna forma. Se pone de manifiesto la necesidad de una regulación precisa y urgente de la IA. Esa regulación que venimos reclamando desde hace tiempo y que no acaba de llegar, en la extensión y profundidad suficiente, como para que disfrutemos de las aportaciones de la IA, a la vez que nos proteja de los inconvenientes de la misma, antes de que resulte incontrolable y demasiado tarde.
En 1947, Albert Einstein advirtió que el progreso científico sin responsabilidad ética podría acabar con la humanidad. Lo hizo al unirse al Boletín de Científicos Atómicos para crear el Reloj del Juicio Final, un símbolo que aún hoy alerta al mundo. Fue una forma de denunciar los peligros del armamento nuclear, a lo que hoy añadiríamos, como amenazas para el ser humano, la emergencia climática y el avance de la Inteligencia Artificial sin la regulación necesaria.
Escuchemos a Doble Valentina - Tanta inteligencia artificial :
https://www.youtube.com/watch?v=WLCQ4JMFWew
Aguadero@acta.es
© Francisco Aguadero Fernández, 11 de abril de 2025
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