La montaña del alma tiene un montón de páginas. Está así de grueso. Pero lo llevamos incluso cuando vamos a otra ciudad, pues su todo, materialidad incluida, contiene la semántica comunicada: el mundo no solo participa del intelecto de quien lo percibe, sino que asimismo se arraiga en el cuerpo del sujeto.
Experiencia
Ahora más o menos entiendo lo que no estoy entendiendo. Esta frase en primera instancia ambigua, oscura, carente de sentido, quizá, encierra una verdad transparente para quien la redacta. En el contexto de una conversación básica en chino, ahora puedo más o menos entender lo que seguro no estoy entendiendo de lo que me dice la otra persona. No se trata, por lo tanto, de una redacción al uso de la que empleaba cuando no había rayado el número de 400 columnas, como sucede ahora; no se trata, tampoco, de ninguna copia barata del lenguaje cantinflesco impagable; ni menos, sobra decirlo, de ningún discurso quijotesco, que a falta de una cita concreta zanjo con un punto y aparte. La frase ahora más o menos entiendo lo que no estoy entendiendo habla de nuestra relación con la lengua china.
Mandarín
Lo que sucede con China, en relación con su lengua y cultura para una persona extranjera, podemos referirlo asimismo, a otra escala, para el mundo. La lengua china no se estudia aprendiendo solo el pinyin, o sea, el sistema de transcripción de los caracteres mediante el alfabeto latino, ni se estudia solo memorizando los sonidos de las frases. Para acercarnos al aprendizaje del idioma, necesitamos abordarlo desde una pluralidad de perspectivas que, para pronto, podemos resumirla bajo la forma de un todo. Los trazos de los caracteres, debido a su origen pictórico, reflejan el concepto referido, mediante una imagen clara y precisa. El orden de las palabras, por otra parte, resulta distinto al orden que usamos, por ejemplo, en español: en ocasiones, el énfasis del contenido recae en la posición inicial del objeto que se desea resaltar.
Los sonidos mismos, por otra parte, conllevan una fuerte carga semántica, que resuelve en términos fonéticos, claro está, el parentesco entre las palabras u otros tipos de relaciones ya más retóricas, ya más poéticas. Válganos para el caso la mención, siquiera, del número cuatro (4) y la muerte, cuya escritura en pinyin usa las mismas letras, si, con tono diferente. Otro caso, tomando en cuenta que ayer viernes 4 de abril se celebró el Día de Muertos (Qingming Jie), lo tenemos en la semejanza entre regalo y despedida, o llevar un funeral, song li, en ambos casos. Esto, además, se recrudece con el complemento reloj: obsequiar un reloj suena como dar el último adiós.
Himalaya
Esto que referimos para el aprendizaje de la lengua china lo citamos, además, para nuestra manera de entender el aprendizaje de algo que todo ser humano tiene en común, la vida. En la trayectoria de nuestra existencia, a esta edad en que los rasgos de la belleza se acentúan con un garbo más noble, hemos atravesado al menos un par de desiertos (casi no metafóricos) y hemos llegado a lo que Carlos Fuentes solo atisbó de lejos, la región más transparente. Por ese mismo motivo, en una ciudad pequeña de una provincia vecina de Jiangsu, donde nos encontramos, compramos unos guijarros tallados con la forma del Himalaya, para darle capirotazos sobre el escritorio mientras estudiamos alguna lengua muerta. Asimismo, desde esta perspectiva, resulta entretenido seguir la pista de las hazañas de personas con quienes en algún momento guardamos una relación de amistad. A veces, pareciera que el tiempo no hubiera pasado desde entonces. Disponiendo de todos los elementos para caminar adelante, han preferido, en cambio, seguir publicando las mimas cosas en sus redes sociales, seguir criticando las mismas cosas de siempre, continuar enfrascados en un bucle inerte.
Bien común
Esta mañana, al abrir Rednote en el teléfono (Xiaohongshu), encontré en las tendencias la palabra arancel, tariffs. Probablemente, este 2025 muchas personas hemos visto la palabra en internet. Como todas y todos sabemos, el comercio internacional requiere una regulación, un diseño estructural que favorezca en términos de equidad el bienestar de los pueblos e individuos. Hace falta un orden lógico que lleve el bienestar racional, cartesiano, adonde antes solo hubo caos. Los aranceles, hasta cierto punto, participan de estas estrategias para organizar la vida en comunidad. Pero no pueden alienarse, según el capricho de intereses que vean por cosas sin ton ni son, a costa de las que sí son, en aras del citado bien común, ganar ganar. La obstrucción de un canal de comunicación, como sería una arteria del corazón, conduce, como el sentido común lo indica, a un congestionamiento que irremediablemente buscará un cauce nuevo por medios incluso pantagruélicos.
Esto lo recuerdo de mi lectura de Luz de agosto (Light in August), de William Faulkner. El personaje de la novela, debido a la no buscada ocasión de no encajar en la sociedad, busca alternativas para el ejercicio de una vida que por el solo hecho de ser vida merece una felicidad, una alegría, moderada. Ante los metafóricos aranceles impuestos por su entorno, Christmas (así se llama el personaje) se ve arrastrado a una cadena de infortunios que dado el momento, también de manera metafórica, lo enfrentan al minotauro del laberinto de Creta. A esta condición podemos llamarla soledad. En esta situación de aislamiento, la psique deja de operar con normalidad y adopta comportamientos distorsionados que pueden acabar en la reclusión. Nosotros, por este mismo motivo, queremos a Christmas: vemos en él un símbolo de todo el bien al que el género humano aspira, que está ahí al alcance de la mano, frente a nuestros ojos, al otro lado de la ventana.
Mandarín again
Otra lectura que nos acompaña este 2025 es La montaña del alma (Soul Mountain), del Premio Nobel Gao Xingjian. Con el uso de la segunda persona en la voz narrativa de una Aura de Carlos Fuentes, o una La cena, de Alfonso Reyes, el libro nos introduce en un paisaje profundo del alma y la geografía china, donde atestiguamos rituales y situaciones de la vida cotidiana, que dejan al descubierto motivaciones recónditas compartidas por nosotros, ciudadanos a pie, en las decisiones y perspectivas que abrigamos en torno a las 24 horas del reloj. La montaña del alma tiene un montón de páginas. Está así de grueso. Pero lo llevamos incluso cuando vamos a otra ciudad, pues su todo, materialidad incluida, contiene la semántica comunicada: el mundo no solo participa del intelecto de quien lo percibe, sino que asimismo se arraiga en el cuerpo del sujeto. Hace falta agarrar, para saber que la cosa está ahí.
Esto nos pasa con el aprendizaje del chino. Lo hemos llevado a ras de tierra. Lo hemos hollado con los talones y las plantas de los pies. Lo hemos interiorizado tocando con las manos los escaparates o las mesas de las tiendas de conveniencia o comedores. Lo hemos dejado entrar en nosotros permitiendo que las primeras sombras de la mañana, debajo del sol naciente en lontananza, se desplacen por el suelo hasta subir por nuestras espinillas y cuello en un movimiento vertical oscuro que termina por cubrir, con su trino de pájaros, la frente de nuestra cabeza donde moran el área de Broca y Wernicke. Esto, decíamos al inicio de la columna, lo expresamos por igual para lo que la razón nos dicta con base en el entendimiento del mundo: entre más cosas dejemos afuera, mayor será nuestra carencia de las mismas. Lo mejor de todo esto es que cuando el todo entra por la parte (valga decir la eternidad por el tiempo cronológico de una, uno), el organismo reacciona solo y sabe hasta dónde existir. La intuición afina sus cuerdas. Entendemos, incluso, que no estamos entendiendo. En nuestro caso, ya para poner punto final, acotaremos un rasgo de lo escrito mediante una imagen: lo que antes concebíamos como la búsqueda de la apropiación intelectual de un objeto, terminó por convertirse en la experiencia sensorial del mismo. El tacto contiene lo que difícilmente la fe reemplaza.
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