“…al que le duele su dolor le dolerá sin descanso
y al que teme la muerte la llevará sobre sus hombros”.
FEDERICO GARCÍA LORCA, ‘Ciudad sin sueño’, en Poeta en Nueva York.
La penúltima ocurrencia de los (muy) amedrentados dirigentes europeos, en su rápida e imparable cruzada por “la defensa”, ha sido la recomendación, casi la orden, de que los ciudadanos de este amenazado ente llamado Unión Europea, se provean de un llamado ‘kit de supervivencia’, útil para, dicen, las primeras 72 horas de un ataque nuclear, una emergencia bélica o alguna gigantesca catástrofe. Con un lenguaje entre infantil y admonitorio, los ínclitos administradores de la (cada día más) vieja Europa, abren todas las puertas de la alarma, la cautela y, a la postre, el miedo, a unas sociedades que ellos mismos, durante lustros, han convertido en gordas, complacidas, ignorantes, campantes e indiferentes, atentas solo a sus ombligos, sus plusvalías y sus menosprecios.
De rebote, como acostumbran a tomarse las más trascendentales decisiones en Europa, ha tenido que acceder al poder una administración estadounidense tan fascista como repugnante, para que en Europa revivan los viejos fantasmas de la guerra, y se apresuren las cancillerías a la advertencia, la protección y el tembleque que, entre otras cosas, enfrenta a nuestros dirigentes con su propia ineptitud al tiempo que con la incapacidad para ejercer sus muy bien retribuidas responsabilidades.
Con los manuales de la guerra de hace cien años y las tácticas y estrategias “defensivas” de Churchill y Rommel, las autoridades europeas, perdido el paraguas yanqui que hasta ayer mismo les procuraba sombra, cobijo y alimento, elevan sus presupuestos de compra de armas y de inversiones defensivas, haciendo distinciones entre países en cuanto a su cercanía física de Rusia, como si en la guerra de hoy no existiesen armas que se activan a miles de kilómetros, como si la tecnología fuese un poder auxiliar y aún los carros de combate, las bayonetas en los fusiles, los morteros, los mapas desplegados en las mesas, los cañones y las trincheras, fuesen elementos primordiales en los enfrentamientos bélicos; como si los boicots energéticos, las desconexiones tecnológicas, el BigData, los embargos comerciales forzados, las campañas de manipulación y creación de estados de ánimo colectivos, los campos de drones durmientes o las dependencias e interdependencias económicas, bancarias y monetarias, no fuesen hoy las armas de la guerra.
El ’kit de supervivencia’ que se aconseja a los ciudadanos europeos (un poco de agua, una linterna, una navaja…), es una palmaria demostración de esa concepción antigua y desfasada, ignorante e incongruente que los mandamases europeos tienen todavía tanto de la guerra como del mundo, al que siguen queriendo ver con los ojos de nuestros abuelos. Lo ridículo de pensar que “aguantando” 72 horas apiñados en el rincón más alejado de la ventana de la vivienda podremos “resistir” o superar de algún modo un ataque nuclear o un enfrentamiento bélico de los de hoy día, una epidemia o la asfixia y voladura de la estructura social de un país, es también cómico si no fuese trágico, por la incapacidad e incompetencia que refleja de la mayoría de nuestros dirigentes europeos; es tal vez, también, la consecuencia de haber negado a la ciudadanía tanto un relato veraz de la historia como un contacto real con el presente; de haberle pintado a la gente una realidad falsa, mutilada y endulzada, ajustada a los intereses de los mercaderes económicos y políticos; de habernos hecho creer que nuestras necesidades terminan con la cena, el vaso de agua y el papel higiénico.
El miedo es el mensaje, y la intención justificar una política “de defensa” que siga haciendo medrar, y ganar dinero, estructuras políticas, militares, industriales y económicas donde floten, sigan flotando, a pesar del miedo y la ignorancia, por encima de la verdad y a través del estupor y la boca abierta, esta inmensa cantidad de inútiles amedrentados cuya desconfianza en las propias razones niegan con la fuerza bruta.
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