Hoy no digo humanidad, ni busco construir un aparato literario para dar cuenta de ella; en cambio, digo niña, niño, mujer, hombre, y luego veo a la humanidad.
a
En el pasado, dejé a un lado muchas experiencias de mi vida para ir en pos de algo sin nombre aquí, mas no por ello sin una representación mental, siquiera abstracta, en mi mente. Escuchar música china en el café donde escribo me fija, a través del oído, a esta vivencia material radicada en el país asiático. En cuanto a la música, para describir la canción carezco de los recursos técnicos indispensables. Mi comunicación de la música se limita a lo que el puro oído, en bruto, sin ciencia, puede reportar. Pero a pesar de tal desconocimiento, con el seguro riesgo de no expresar nada más allá del desatino, me aventuro a decir que cada nota, cada acorde, cae en el lugar que desde antes el destino de la belleza reservaba para tal caso. Las piezas encajan como en un lego bien armado, gracioso, con ingenio, sin prisa. Otro recurso bajo el que me viene a la cabeza la idea comunicada al principio, sobre dejar atrás experiencias de la vida para ir en pos de algo más, lo representa mi recuerdo de algunas tardes de fin de semana salmantinas, cuando recorría a trote distancias de 10, 15 km. Las familias se concentraban en los centros recreativos, las parejas daban paseos tomados de la mano, algún perro, perdido, corría a la orilla del río Tormes para arrebatar algo de la plata del agua con sus garras sin cuidado. El sol dorado de esa ciudad hecha de Siglos de Oro impregnaba con su luz no vendida el tono del reposo citadino. Los pájaros, veloces y bélicos como de costumbre, bordaban con los haces de luz un tejido invisible similar al de las constelaciones del cielo. Yo esto no lo veía, porque iba de vuelo.
Todavía aquí en China, con unos pesos más encima, al inicio de mi empleo ejercité algo similar. Suzhou continuaba ofreciendo una ventanilla similar (repito similar, sí) a la salmantina, donde yo apreciaba el espectáculo de la creación sin intervenir en él, salvo por lo que a mi empleo (repito empleo, sí) se trataba. Las velocidades no hipersónicas que embestía en mi trote salmantino redujeron su vigor en Suzhou, la manecilla descendió a una señal menos potente, pero a pesar de eso, el trotecito no me impidió conservarme fiel a mi constancia de ir en pos de algo más, que evidentemente no se encontraba (¿no se encontraba?) en los lugares por donde pasaba. Como resulta notorio —el lector avezado lo intuye—, tal situación, en virtud del mecanismo de acciones y reacciones de la vida, ha desembocado en una experiencia nueva. Hoy por la mañana, cuando iba en tren de Nanjing a Suzhou, al acercarme a mi destino presté atención en las cosas de la ciudad, como realidades concretas, reales, en movimiento, que debido a la velocidad del tren pierden su individualidad y pasan a formar parte anónima de un conjunto que recibe otro nombre.
b
Quizá motivado por lo anterior, la semana pasada, un día cuando volvió a arreciar el frío en Nanjing, en el salón de clases de nuestra prestigiosa Universidad Nanjing Tech (Nanjing Gongye Daxue), al hilo de la trama de un tema de correspondencia comercial, debatimos acaloradamente sobre el papel de las humanidades en la comunicación humana. Después de una tormenta de ideas, donde cada quien y cual levantaba la mano para pedir la voz y participar, tras anotar algunas de las ideas tanto más como menos relevantes, arribamos a la conclusión del necesario trato de un conjunto económico y empresarial no solo como un elemento en la cadena de la relación de compraventa, sino también como un organismo formado por cuerpos humanos, vivos, que tienen una vida como la nuestra. Y esto para qué: para favorecer el desplazamiento de una carga semántica de la parte demandante a la parte ofertante (y viceversa), que propicie un mejor entendimiento (humano) entre ambas partes, con el fin de robustecer y estrechar el contacto. Esto equivale a decir, en palabras más claras, que el asunto no puede reducirse a que una empresa compre cosas a otra empresa, sino que por partes iguales tal proceso de compraventa se vea enriquecido por un conocimiento de las necesidades reales de ambas partes, que solo resulta posible por medio del diálogo y la comunicación.
Probablemente, ¿ahora más que antes?, con la inteligencia artificial y los macrodatos, ¿máxime en lugares desarrollados científica y tecnológicamente?, puede resultar fácil caer en la tentación de generalizar todo, hasta convertirlo en una pantalla plana digital, dejando de lado, como salta a la vista, las texturas de los objetos, el sentimiento de la presencia física, la apreciación del ambiente y la atmósfera, la experiencia corporal de encontrarnos en el lugar. El consumo masivo de datos, la inmersión en la realidad digital, nos distancia de la realidad concreta, del mundo verdadero. Nos encierra en una burbuja independiente y aparte. Esto resulta el equivalente, más o menos, a las cuevas descritas por Saramago como las nuevas cuevas, contemporáneas, en línea directa con la anterior de Platón: en la cueva del coche con vidrios polarizados y aire acondicionado vamos a la cueva del centro comercial para retornar, por último, a la cueva del hogar. Se ha arrancado de raíz el contacto y la convivencia con el género humano. Esas sombras que veían en la cueva de Platón, que no eran más que indicios de la realidad tangible (otros humanos, animales, árboles, elementos de la naturaleza, etc.), esas sombras de la cueva son ahora las sombras con luz de los pixeles de nuestros dispositivos digitales. Mas no por ello, claro está, queremos echar por la ventana los avances científicos y tecnológicos y regresar al tiempo cuando un dolor de muelas se quitaba tirando de una cuerda para arrancar la parte dañada. No hablamos de dejar los aviones y subirnos nada más a barcos, aunque algunos científicos aboguen por ello en favor del cambio climático y la vida del planeta en general. Nosotros decimos, sencillamente, que probablemente resulte de alguna utilidad llamar la atención al respecto.
c
Todo lo anterior, por qué. Pues por lo que escribíamos sobre ir siempre adelante en pos de algo nuevo, a costa de todo lo propio en el aquí y ahora. Y con ello, por todo lo que tiene el hecho de generalizar, llevar al plano abstracto, la suma de los cuerpos individuales de cada cosa. La incapacidad para reparar en la persona real, en los ingredientes de un platillo, en el trabajo obrero, detrás de los contactos en las redes sociales, la comida ordenada por aplicaciones y el uso de medios de transporte o centros comerciales de prestigio social, respectivamente, nos ha apartado de aquello que ha recibido el nombre de expresión y apreciación artística, y de civismo. Yo mismo, ¿sin darme cuenta? he caído en ese ¿error? recientemente, cuando con ocasión de un viaje a una ciudad donde viven muchas personas conocidas y queridas, por involucrarme de manera excesiva en ¿deberes? del mundo digital, pasé por alto lo terrenal. En otra de las clases en la universidad citada, reflexionamos por espacio de 5 o 10 minutos sobre los periodos azul y rosa de Picasso. Proyectamos las pinturas en el aula. Cada estudiante prestó atención a características específicas de las imágenes, en muchas ocasiones divergieron, en otras comulgaron en un mismo parecer. Yo observé con detenimiento, llevándome la mano a la cabeza, cosas que no había visto antes, por más que la misma pintura hubiera estado frente a mis ojos ahí tiempo atrás. Nos tomamos unos minutos más para poner el resultado por escrito. Hoy, entonces, no pretendo llegar del género a la especie (antes ignoraba que tendía, por naturaleza, a eso: dar con la especie). Me pasa lo contrario: he puesto la atención en la especie, que me lleva a la construcción del género, por medio de la palabra escrita. Dicho en otras palabras, acaso más precisas: hoy no digo humanidad, ni busco construir un aparato literario para dar cuenta de ella; en cambio, digo niña, niño, mujer, hombre, y luego veo a la humanidad. Hoy por hoy no corro, ni troto, camino. Y cuando vuelva a Nanjing mañana domingo, al menos no iré en primera clase, con un grupo reducido de personas en el primer vagón del tren. Compraré un billete en segunda clase, que me permita estar, siquiera de manera simbólica, con el pueblo.
La empresa Diario de Salamanca S.L, No nos hacemos responsables de ninguna de las informaciones, opiniones y conceptos que se emitan o publiquen, por los columnistas que en su sección de opinión realizan su intervención, así como de la imagen que los mismos envían.
Serán única y exclusivamente responsable el columnista que haga uso de nuestros servicios y enlaces.
La publicación por SALAMANCARTVALDIA de los artículos de opinión no implica la existencia de relación alguna entre nuestra empresa y columnista, como tampoco la aceptación y aprobación por nuestra parte de los contenidos, siendo su el interviniente el único responsable de los mismos.
En este sentido, si tiene conocimiento efectivo de la ilicitud de las opiniones o imágenes utilizadas por alguno de ellos, agradeceremos que nos lo comunique inmediatamente para que procedamos a deshabilitar el enlace de acceso a la misma.