Y es probable que siempre falten. Me refiero a tres vocaciones: bautismal, vocaciones a la “vida consagrada” (religiosos y religiosas e institutos seculares) y al ministerio ordenado (diáconos, sacerdotes -o mejor presbíteros- y obispos). De hecho, la situación en la diócesis (Iglesia local) de Salamanca es dramática, pues solo tenemos un seminarista y las perspectivas de relevo para los sacerdotes que ya somos mayores, parecen cerradas. La vocación bautismal no solo es común a todos los miembros de la Iglesia, sino que es la fuente y el cimiento de todas las demás vocaciones y carismas.
Hoy es el Día de San José, patrono de la Iglesia y también patrono del Seminario. Contra todo pronóstico del Estado romano y de los estaditos de Judea, Galilea y Samaría, parece que Dios tenía otros planes que no se basaban en el poder, en la represión y en la fuerza de las legiones, sino en un proyecto de vida de una pareja joven, José y María, él un joven manitas y ella una adolescente –diríamos hoy, mas no entonces, que los jóvenes maduraban deprisa porque no había tiempo de adolescencias narcisistas-. José y María, jóvenes creyentes, recibieron sendas llamadas, o sea, sendas vocaciones, para llevar a cabo el plan que Dios –Jesús andando el tiempo le llamaría Padre o mejor Papá (Abbá en arameo, que era la lengua en que Jesús, María y José rezaban, pensaban y sentían y actuaban).
La vocación es una llamada que resuena dentro de nuestra cabecita y nuestro corazón, pero no se origina dentro de nosotros, sino fuera, en Dios, en los acontecimientos y experiencias de la vida del creyente y en el prójimo. No es lo mismo tener una vocación que tener un hobby. Los hobbys suelen ser gratificantes y están bien para pasarlo bien en los ratos libres, pero la vocación lleva indisolublemente unida la misión. Ser fiel a la propia vocación es condición necesaria para la felicidad; en primer lugar se busca la felicidad del prójimo, el bien común y, como consecuencia natural, trae consigo un sentido para la vida y pone las bases de la felicidad propia.
Se quejan –nos quejamos- los cristianos de que faltan vocaciones. Suele interpretarse eso en el sentido de que faltan vocaciones para ser sacerdote o religiosa. Es cierto: vivimos un prolongado desierto vocacional. No quiere eso decir que Dios no nos siga llamando, sino tal vez que no estamos al loro para escuchar sus llamadas. Y puede darse el caso, creo firmemente que se dan muchos, de que sí percibimos las llamadas, pero nos parece que no vienen de donde vienen, o sea, de Dios y del prójimo, sino de nuestros sentimientos y deseos.
Cierto es que la cultura actual, aparentemente, no favorece mucho la vocación y menos aún la misión de “dejar este mundo un poco mejor de como lo hemos encontrado”, de pensar más –o al menos tanto- en el bien del prójimo que en el de uno mismo. La perspectiva global desde la que Dios nos llama –vocación- y nos invita a colaborar con Él –misión- al servicio del Reino de los Cielos y de la Humanidad Nueva que emergió del sepulcro vacío que dejó Jesús al resucitar. Por su parte, el Espíritu de Dios, nos llama a colaborar en el desarrollo –la Evolución dirían algunos- de la Nueva Creación. Esto del Espíritu no son zarandajas ideológicas de místicos iluminados, sino el impulso que brota dentro de muchas personas para contemplar, conservar y preservar la Creación que, por definición es dinámica.
La Ciencia actual nos obliga a ser humildes, porque nuestro campo de acción se “limita”, de momento, a nuestro planeta, aunque nos hace conscientes de que ese campo tiene, más o menos, un diámetro de trece mil quinientos millones de años-luz, si es que ese es, de modo aproximado, el tamaño del Universo conocido. Se limita a nuestro planeta y a su satélite o, como mucho, a los afanes de la NASA, la Federación rusa, la República Popular de China y algunos macroempresarios del estilo de Elon Musk, oligarcas los llaman otros, empeñados en colonizar y explotar nuestro Sistema Solar.
Estos afanes, como todo lo humano, son ambivalentes. Y así, por ejemplo, la Ecología, que debería ser una de nuestras referencias para encontrar sentido a nuestra vida y a nuestra misión, o es rechazada de plano porque contradice el deseo inmoderado de explotación de los recursos naturales por parte de unos pocos –otra vez los oligarcas-, que se olvidan conscientemente de la necesaria Ecología humana integral, reivindicada, por ejemplo, por el Papa Francisco y por la Doctrina Social de la Iglesia, esa gran desconocida entre los cristianos, o es manipulada ideológicamente al servicio de la minoría de “los de siempre”.
En resumen, los cristianos tenemos no pocas dificultades para discernir la vocación y la misión a que nos llama Dios. Pero la finalidad de este articulito no es destacar esas dificultades; tampoco es su pretensión centrarse en los “nichos” clásicos de la vocación cristiana, como la familia, la parroquia, los movimientos juveniles y la Escuela, sino las oportunidades que la cultura y, en particular, la sociedad democrática actual, con todas sus imperfecciones, nos proporciona. Como he dicho muchas veces no soy Tezanos y no tengo toda la información sociológica, de modo que debo atenerme a lo que mi experiencia, parcial, me muestra: las condiciones de posibilidad de nuestra cultura que favorecen la vocación y la misión que Dios pueda encomendarnos. Podríamos bautizarlos como los “nichos ecológicos” de la vocación y de la misión cristianas. Sin ser ingenuos, sin afán de abarcarlos todos, he aquí unas cuantas:
1- La secularización de nuestra sociedad ha quitado todo sentido al clericalismo y al anticlericalismo. Entre los jóvenes hay de todo y de lo contrario de todo, pero entre ellos, en general, ya no hay odio irracional a la religión en general y a la fe cristiana en particular.
2- La magnífica respuesta de los jóvenes voluntarios al desastre de la Dana del 29 de octubre, muestra que pueden reaccionar con enorme generosidad y de modo inmediato.
3- Las nuevas, o a veces muy viejas, espiritualidades que van surgiendo al margen de las iglesias “oficiales” permiten despegarse de las “Obligaciones sociales” impuestas por el consumismo y la cultura dominante.
4- La globalización positiva –por ejemplo el programa Erasmus o los intercambios internacionales de alumnos de Secundaria e incluso de Primaria, o experiencias como los Jamborees scouts o las Jornadas Mundiales de la Juventud- permiten a los jóvenes hacer la experiencia de que solo hay una única especie humana, en la que se incluyen los migrantes, aunque es lo cierto que las ideologías supremacistas intentan imponer lo contrario.
5- El “amor libre” de los revolucionarios de los siglos XIX y principios del XX tiene una nueva versión, al menos en el llamado Occidente, en el que se incluye España: la libertad para amar se muestra en que el matrimonio “por la Iglesia-Iglesias” ya no es obligatorio, sino libre, una vocación a la que, en España, se sienten llamados el 20% de los jóvenes. En sentido negativo, el mismo divorcio se entiende como un derecho y se vive a menudo como un fracaso y, a veces, como una tragedia. Dime de qué careces, qué echas en falta, y te diré qué es para ti lo importante.
6- Los llamados nuevos movimientos eclesiales y las experiencias creyentes de nuevo cuño, como los encuentros Effetá y otras muchas iniciativas similares, suelen provocar que muchos jóvenes se planteen cuál es el sentido de su vida y encuentren la respuesta en Jesucristo y en una comunidad eclesial plural y abierta. Y todo ello, teniendo en cuenta la tentación autorreferencial inherente a toda nueva y exitosa iniciativa.
7- Las Cofradías, Hermandades y Congregaciones relacionadas con la Semana Santa en la calle, tan española, en muchas diócesis se han convertido en comunidades de llamada vocacional al compromiso bautismal de jóvenes y mayores laicos, al sacramento del Matrimonio o hacia la vida consagrada y al ministerio sacerdotal. En Salamanca esto se produce raramente, así que habrá que intensificar la formación cristiana, potenciar aún más la preparación para el sacramento de la Confirmación de jóvenes adultos cofrades y, muy importante, no descuidar la estética, el orden y el sentimiento hondo, pero centrarse mucho más en el compromiso caritativo y social y atender también la llamada a la caridad política durante todo el año.
Que San José nos ayude a despertar toda esta panoplia de vocaciones cristianas porque de un “nicho ecológico” vocacional amplio surgirán también vocaciones de especial consagración y al diaconado y al sacerdocio ministerial, que no en vano San José es también el patrono de los Seminarios. Valga la insistencia, que para eso la he puesto.
Antonio Matilla, presbítero veterano.
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