El artista expone con gran éxito de público 'De Madrid a Salamanca entre dos aguas'. Una muestra en la Torre de los Anaya de la mano del Área de Cultura de la Diputación de Salamanca abierta hasta el 30 de marzo
Entrevistar entre sus lienzos a Antonio Varas de la Rosa es un ejercicio felizmente interrumpido. El público que observa sus cuadros le inquiere, el alumno le saluda emocionado, el amigo le abraza… y entre el paisaje envuelto en lluvia y el paisanaje que retrata el artista, la charla avanza a pinceladas, viva, feliz, llena de energía y de alegría, como corresponde a este artista de la figuración con toques simbolistas y barniz poético. Su recorrido por el espacio y el tiempo de su fecunda vida y obra es una explosión de oficio compartido, como el de la madre costurera que trabaja junto a la radio y frente a la ventana abierta por donde entran el Madrid de su infancia, la salmantina Plaza donde encontrarnos con la figura humana que fija la paleta de su magia. Está Antonio Varas de la Rosa envuelto en la gracia de la vida cotidiana, la que un humanista vital pinta para la admirada mirada de un público que busca su cercanía.
Charo Alonso: Sin nacionalismos excluyentes tú sumas y amas. Madrileño, te sientes salmantino y pintas ambas geografías.
Antonio Varas de la Rosa: ¿De dónde somos originarios? Yo nací en Madrid y he vuelto a la Castilla de los míos. Mi madre, de Medina de Rioseco, mi padre, de Palencia. Regreso al campo, a colores muy ocres, a la tierra, a la piedra de Salamanca. Y ahora pinto muchos retratos, noto los años y siento cierto cansancio. Tras dejar uno de mis grandes amores, que fue la educación, le he dedicado mucho tiempo y fuerza a la pintura.
Ch.A.: ¿Y qué significa practicar más el retrato?
A.V.: Me gusta pintar retratos, me quiero meter dentro de la persona y no vale con que a veces acierte y se parezcan, no, quiero captar la emoción, el espíritu de esta persona.
Carmen Borrego: En el cuadro de la plaza donde hay una pareja y un hombre con un niño has pintado pura emoción.
A.V.: Son dos piezas que estaban separadas, las uní y sí, hay amor. Amor entre la pareja, entre el abuelo y el nieto. Me gusta que me contéis cosas cuando veis los cuadros y me gusta que me digan también algo los cuadros. Un mismo lienzo me sugiere, al cabo del tiempo, cosas diferentes. En el estudio expresan algo y luego, en una exposición, rodeados de otras piezas, otra cosa.
Ch.A: Tus calles, la Plaza Mayor, hasta el paisaje en barbecho están llenos de gente. ¿Cómo captas a tus personajes?
A.V.: Me pongo a observar… Cuántas veces me quedo mirando la Plaza Mayor, tomo fotografías, quito, añado… Incluso puedo retirar el barniz de un cuadro de hace tiempo y ponerle figuras nuevas. Cambio, recorro la misma calle que con la luz cambia… La mirada está viva, la obra, también.
C.B.: Y entre tus constantes, las caras que se observan en las superficies como un secreto o un juego.
A.V.: Sí, es la pareidolia, la necesidad humana de ver rostros, ojos, nariz, boca, en cualquier superficie. Es fruto de mi temprana vocación de ilustrador. A los veinte años empecé a incluirlo en mi obra. El ilustrador trata de llenar los huecos, además, soy extrovertido, no entiendo el arte si no está relacionado con los otros. Ni la felicidad si no es compartida. Hace poco leí un texto de Irene Vallejo sobre la felicidad compartida y estoy de acuerdo. Me gusta la unión, me gusta pintar parejas. Ese cuadro, Charo, que tanto te llama la atención de La Rúa con dos personas que se refugian de la lluvia, nos retrata a mi mujer y a mí en ese espacio de cobijo.
Ch.A.: Amo ese cuadro, es verdad. Madrileño, llegas a Béjar como catedrático de instituto, y siempre hablas de este paisaje con agradecimiento y admiración.
A.V.: Lo que he podido disfrutar en Béjar de esos cambios de las estaciones, de la naturaleza. El paisaje bejarano es una maravilla, debería ser el destino de veraneo de todos los salmantinos, muchos de los cuales se quedan, lamentablemente, en Cuatro Calzadas.
C.B.: En ese cuadro que le gusta a Charo hay amor y lluvia, dos constantes tuyas.
A.V.: El agua me provoca alegría. No puedo evitarlo. Y veo los paraguas como un espacio de protección. Hay quien dice que uso colores muy encendidos, pero siento que los cuadros gustan a quien los ve y eso es lo que me importa. Yo empecé a pintar bodegones, maletas, objetos… cuadros en los que no había nadie… ahora soy incapaz de pintar un cuadro en el que no haya personas, personas en grupo, en pareja. Me encanta pintar mujeres, buscar sus gestos… y parejas, parejas refugiadas en esa cúpula llamada paraguas.
C.B.: Y la lluvia que aviva los colores… esos cielos propios de un madrileño. Ese aire a veces surrealista, una perspectiva que dirige la visión del espectador hacia un punto. Y me gusta esta inclusión en el lienzo de la materia, de lo táctil, cartón, periódico, la técnica del collage…
A.V.: Hay un momento de fantasía en el que se transparentan las cosas y se ven los edificios, me gusta la ilustración surrealista, me gusta incluir una pajarita por ahí volando. Es verdad lo de mis perspectivas, quiero que la mirada vaya hacia dentro, siempre hay un personaje que te lleva más allá. Y tuve una época muy matérica. Pegaba telas, hacía texturas, raspaba el lienzo. Me gusta, aunque no lo parezca, experimentar. Incluso montar el cuadro como si fuera un escenario, la Plaza Mayor lo es y los personajes que la atraviesan son actores. Dibujo un niño en una calle y estoy ahí, a veces me dicen, mirando los cuadros de la Plaza, que esos cielos no son de Salamanca. Contesto que quizás no, son míos. Los de un pintor que ha hecho muchos decorados, muchos murales.
Ch.A.: Siempre has sido muy libre, no has seguido ninguna moda ni corriente, siempre te has guiado por tu criterio.
A.V.: He podido vivir no del arte, sino de la educación. Es verdad que he vendido cuadros, pero también es cierto que he sido muy libre porque tenía mi trabajo. De ahí que no me importe que me llamen “pintor postalero” o que se queden solo en la figuración y no en el simbolismo o el expresionismo. Yo me siento contemporáneo, pinto lo que deseo pintar y es obvio que gusta. Me siento satisfecho y agradecido. Algo que me llena de orgullo es que algunos de mis alumnos han comprado obra mía. Y vienen a ver las exposiciones y recuerdan aquellas clases.
Ch.A.: Fuiste un profesor muy querido y que trabajó con los alumnos haciendo mil proyectos. Y has pintado mucho… ¿El oficio se logra? ¿Pintas todos los días?
A.V.: La destreza se tiene pero también se adquiere, se hace trabajando. Y no, no puedo estar sin pintar. Creo firmemente que lo que nos hace humanos es llevar los sentidos –la vista, el oído, el olfato, el tacto– al mundo de las ideas. Hay que potenciar la creatividad, la visión del arte. Esta sala magnífica nos hace más humanos porque se trata, no solo de ver arte, sino de recrearse en las emociones. Necesitamos salas de exposición, salas de concierto, lugares para compartir las ideas, que las máquinas no nos van a resolver la vida.
Ch.A.: Esta muestra está teniendo un grandísimo éxito de público.
A.V.: El artista quiere que la gente vea su trabajo. Me gusta estar presente y que el público me hable bien o mal de los cuadros. Me gusta que me digan que saben cuándo un cuadro es mío. Y que se acerquen a ellos y vean cada pincelada, las sucesivas capas. Que no se queden con ese aire aparentemente fotográfico. Que sientan lo que yo siento cuando voy al campo, cuando trato de captar la esencia de los personajes. Ahí me dejo una parte de mí, en esa charla con mis pastores. Por cierto, ahí está el retrato del pastor del pueblo de tu madre, Calvarrasa de Arriba.
C.B.: Antonio, ¿cómo es tu trabajo en el estudio? ¿Qué música escuchas, por ejemplo?
A.V.: Escucho la que el cuadro me pide, me dejo llevar por lo que he visto al natural, por el apunte, la fotografía… Busco la luz, la emoción, la expresión de un rostro. Ahora he cambiado el gran formato por el pequeño, os he dicho que me puede un poco el cansancio. Recorro Madrid en esos paisajes que no acabaron siendo un libro, pero sí una serie de espacios donde he querido ver a Goya, a Galdós. Cómo me gusta este chotis que nos dice que todos somos de Madrid, y esta gente y esta luz, la vida en las calles, el niño que yo era jugando desnudo en las fuentes. Soy del barrio de “Cuéntame”, mi amigo de la pandilla escribió los primeros guiones. Yo era el que dibujaba las camisetas y recuerdo aquel tiempo con alegría y un poco de nostalgia…
Ch.A.: Esa mezcla de tiempos, los años veinte, los cuarenta, los cincuenta, son un hallazgo en esta exposición. Es un aspecto muy contemporáneo, ver los diferentes cuadros juntos formando un todo que recorre la historia de Madrid.
A.V.: Qué difíciles son las etiquetas, creo que a cada uno le pondrá la historia en su lugar ¿Qué es ser contemporáneo? Yo creo que soy un contador de historias, no un pintor hiperrealista o naturalista.
Ch.A.: Maeva Peraza, especialista en arte contemporáneo, dice que tienes una composición de base muy clásica, pero con ese punto pop muy contemporáneo y además, reminiscencias barrocas. Todo eso es trabajo de estudio.
A.V.: En el estudio te liberas. Y cómo no voy a ser barroco con estos pintores de cabecera: El Greco, Goya, esta luz de Sorolla, este paisaje, este paisanaje. Me gusta que la documentación deje paso al detalle que emociona, a la libertad, a la vida compartida. A la luz, al agua, a la lluvia, a los animales…
Ch.A.: ¿A la pura vida?
A.V.: ¡A la vida compartida!