Hace 22 años, ella, su marido y sus dos hijas llegaron a la capital salmantina donde han rehecho su vida
La historia de Rossmery y su familia bien podría ser la de alguna de las miles y miles de personas que dejan su país de origen para labrarse un futuro mejor lejos de su tierra. Tras años difíciles, duros y de cambios, su historia, en este caso, tuvo un final feliz. Rosslin Rossmery Adriazola Guardia está asentada plenamente con su familia, su marido y sus dos hijas, en Salamanca, donde llevan viviendo casi 22 años.
Rossmery nació en Bolivia y vino a Salamanca en el año 2003, pero antes de llegar a la capital, ella y su familia estuvieron unos años en Argentina. Salir de Bolivia fue una decisión muy difícil, afirma, pero “no nos quedó más remedio que irnos, por la situación que se vivía allí, no había trabajo o era muy poco y siempre quise tener una casita, porque vivíamos con la familia de mi marido y queríamos nuestra propio hogar". Donde lo han conseguido ha sido en Salamanca.
Antes de rehacer sus vidas aquí, estuvieron en Argentina, porque España no fue su primera opción. Primero su marido y después ella, se fueron a trabajar a Argentina, dejando a sus hijas en Bolivia; "eran pequeñas y no podía estar sin ellas”, así que más adelante se las llevaron con ellos. Después de dos años, “ya estábamos adaptados, mis hijas también habían superado el cambio, iban al colegio, y mi marido y yo estábamos trabajando”. Estaban “bien”, pero ocurrió algo que truncó todo: el corralito.
El fin de su marcha a Argentina era “ahorrar para comprarnos una casa en Bolivia”. De esta manera, abrió una cuenta en la que iba ingresando dinero; “todo lo que tenía lo iba metiendo en el banco para ahorrar con el fin de volver pronto a nuestra tierra, a Bolivia. Pero nos pilló el corralito y nos quedamos de un día para otro sin nada”.
Además de quedarse sin dinero, Rossmery alude a la “inseguridad” que existía en ese momento en Argentina. "No se podía ir casi a la compra, no podías estar hasta cierta hora, tenías que tener mucho cuidado, no se podía llevar el bolso. Había muchas inseguridades y niños y jóvenes que por hambre y desesperación salían a la calle con sus cuchillos de cortar el pan para robarte; también había muchos secuestros y gente desesperada buscando en contenedores para poder comer…”.
Ante esta situación, las hermanas de Rossmery, que ya estaban en Salamanca les dijeron que se vinieran a España, pero “me había quedado sin nada de dinero, no teníamos ni para el pasaje. Lo hablamos mi marido y yo, pero no nos queríamos venir solos, ni uno ni otro y tampoco dejar a mis hijas, porque ya lo habíamos pasado mal cuando las dejamos en Argentina; fue muy duro y no quería volver a eso”.
Fue entonces, cuenta, cuando “mis hermanos se juntaron y nos dijeron que nos iban a prestar dinero para los pasajes y demás gastos, porque además, como vinimos como turistas, teníamos que tener un dinero y un hotel, entre otras cosas”. Lo que tenían en Argentina “lo di por un precio muy pequeño y lo demás lo regalé, ya estaba instalada allí y me deshice de todo". Fueron de Argentina a Bolivia para "sacar los documentos para poder venir a España y tener todo en regla, nos despedirnos de mis padres y nos vinimos a Salamanca". Desde entonces, finales del año 2003, hasta ahora.
Una vez en Salamanca, al principio también la situación fue dura para asentarse e integrarse. Pero, explica, una de sus hermanas le aconsejó que fuera a Cruz Roja, porque “ahí te van a ayudar y a orientar; y así fue, fue un gran apoyo para todo”. Lo primero fue buscar colegio para sus hijas, que estaban estaban en Secundaria y después una casa. Sobre la vivienda, Rossemary destaca la “buena persona que era el dueño de la casa; era fin de semana, nos dijeron que llevábamos las cosas, que nos instaláramos y que el lunes ya nos encontrábamos para firmar el contrato”. Lo siguiente, añade, fue buscar trabajo; lo consiguieron los dos.
Recuerda de aquellos años al grupo de mujeres inmigrantes que se reunían en Cruz Roja. “Procedíamos de todos los sitios y nos reuníamos los viernes a las 6 de la tarde. Había gente que te podía ayudar y que te escuchaba, algo muy importante; muchas veces llorábamos acordándonos de todo; muchas venían sin hijos o sin marido, solas", explica. Pero además "lo pasábamos bien con las actividades que se organizaban, como los viajes para conocer sitios, a los niños les daban el apoyo escolar que necesitaban y organizaban campamentos como una manera de integrarse o de perder el miedo”. La ayuda de Cruz Roja, afirma, “ha sido muy importante para todo”.
No tardaron en encontrar trabajo; ella comenzó sin contrato, sustituyendo a su hermana embaraza; “ya tenía ahí el trabajo, luego ya me hicieron el contrato”. Su marido tampoco tardó en conseguir empleo con contrato; se tuvo que ir a Bolivia, porque, explica, “si antes de tres meses se conseguía contrato, tenías que ir a tu tierra a hacer el visado. Yo me quedé con las niñas y, como llegamos a finales de año, mis hijas empezaron el colegio enero y no tenía para pagar los útiles del colegio”. Pero, una vez más, Rossmery dio con una buena persona; se refiere al dueño de una librería que entonces había en María Auxiliadora, "le dije que necesitaba los libros más importantes y él me dijo que todos eran importantes, que me llevara todo y le fuera pagando poco a poco, cuando pudiera, por mensualidades y si no podía, que se lo dijera. Aún sigo agradeciendo la ayuda a este señor”.
Y es que, afirma, en Salamanca “nos hemos encontrado con gente muy buena; el de la casa, este librero, las personas de Cruz Roja...”.
Poco a poco fueron teniendo una estabilidad. Su marido regresó con un trabajo legal, “todos estábamos legales, mis hijas iban ya creciendo, a la fuerza tuvieron que adaptarse, porque no les quedaba otra, no tenían opción; les ha costado mucho, lo habían pasado antes en Argentina y otra vez aquí”.
A toda la familia les ha costado “mucho”, afirma Rossmery, pero ahora, después de tantos años en Salamanca, todo es diferente. Han rehecho sus vidas, están completamente asentados ya con nacionalidad española, sus hijas son mayores, han estudiado, tienen sus familias, y “tengo tres nietos, dos de una y uno de otra”.
No volverán a su tierra, Bolivia. “Ahora volvermos ya como vacaciones. Lo que nos tira ahora de volver sí o sí es ir a ver a mi madre, mi padre ya no está y ella está sola; nos turnamos para ir a verla entre todos los hermanos, porque ya es mayor. Uno de mis hermanos va tres meses en las vacaciones verano, los demás por un año o más, porque está lejos y no podemos ir cada poco tiempo ni durante poco tiempo, por eso, nos turnamos para ir a cuidar a mi madre y lo hacemos de corazón, porque tenemos claro que uno de nosotros tenemos que estar con ella, el que puede va antes y a veces estamos dos”.
Su padre falleció y su madre se quedó sola, por eso ahora se turnan para estar con ella, porque “no quiere venirse aquí. Es mayor, allí tiene su casa, su patio, su huerto, sus animalitos… está mejor y no se la puede traer contra su voluntad, además de los muchos requisitos que existen; mis hermanos y yo dijimos que para qué traerla contra su voluntad, si queremos que nos dure que esté en su casa a gusto y nos turnamos para ir a acompañarla, no queda otra y así lo hacemos”.
Son cinco hermanos y todos viven en Salamanca. Tras pasar momentos muy duros, en Salamanca han sido felices. De hecho, Rossmery recuerda cómo aquí vivieron quizás los momentos de más felicidad al poder reunirse toda su familia. “Mis padres vinieron en tres ocasiones a vernos y éramos felices, porque estuvimos mis padres y los cinco hermanos aquí en Salamanca juntos; era lo más bonito que hemos pasado, porque durante mucho tiempo cuando estábamos en nuestra tierra, unos estaban en un lado y otros en otro, y después de unos años nos volvimos a encontrar todos en Salamanca”.
De esos primeros años en Salamanca, Rossemary sí echa algo de menos. Y es que cuando llegaron, comenta, “todos estábamos unidos, argentinos, bolivianos, etc. Los bolivianos teníamos nuestra asociación, nos juntábamos, celebrábamos días especiales juntos, pero a medida que ha ido pasando el tiempo, lamentablemente, ya no es lo mismo, todos ya están en sus quehaceres, dispersos, los hijos han crecido... Esto es lo que extraño, ya no es la unión que había antes, estábamos todos más juntos y ahora como que cada uno hace su vida, además de que otros se han ido a otro lado”.
Es el resumen de una historia dura y larga “de muchos años y de muchas cosas” de una familia de inmigrantes bolivianos y desde hace años, salmantinos.