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La historia de Marisol, una salmantina que perdió a su hijo en los atentados del 11-M: “Aprendes a vivir, pero ya no lo haces bonito”
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SE CUMPLEN 21 AÑOS DEL TERRIBLE ATENTADO EN MADRID

La historia de Marisol, una salmantina que perdió a su hijo en los atentados del 11-M: “Aprendes a vivir, pero ya no lo haces bonito”

Actualizado 10/03/2025 13:09

Su hijo Rodrigo tenía 20 años cuando la explosión le pilló de camino a la universidad. Él no cogía ninguna línea de las afectadas, pero estaba en Atocha cuando ocurrió y ella ha plasmado el duelo en un libro

‘Dime dónde estás y vamos a buscarte’. Esas fueron las palabras que contenía el SMS que su padre le mandó a Rodrigo el 11 de marzo de 2004, día de los atentados terroristas de Madrid a 4 trenes de cercanías. Un SMS que nunca obtuvo respuesta. Rodrigo era una de las víctimas.

Marisol es la madre de Rodrigo. Nos atiende por teléfono para contarnos su historia, una historia de sufrimiento y dolor. Ella es de Salamanca, aunque en los momentos del atentado y en la actualidad vive en la localidad de Getafe, en Madrid.

Nació en la Plaza de San Juan Bautista, un lugar lleno de recuerdos de su infancia. "Presumo de ser salmantina", afirma con orgullo. En su hogar, en la misma plaza, creció rodeada de su familia, sus abuelos, que fueron testigos de los cambios que se producían en su vida, hasta que la familia se trasladó a Madrid. Aunque vivió en la capital durante muchos años, el vínculo con Salamanca no desapareció, y aún guarda algunas tierras y propiedades en el pueblo de Calvarrasa, a pocos kilómetros de la ciudad.

En el lugar equivocado: “Rodrigo no cogía ninguna de las líneas afectadas”

En marzo de 2004, Marisol vivía en Getafe junto a su marido y sus dos hijos. Uno de ellos era Rodrigo, quien tenía 20 años en aquel momento. Rodrigo estaba en segundo año de ingeniería informática, un joven responsable y comprometido con sus estudios. Aquella mañana cogió su línea de tren para ir a la universidad, como cada día. Cuando explotó el tren de Atocha él estaba allí. En el lugar más inesperado, en el peor momento posible. Un atentado en la estación de tren cambió la vida de Marisol para siempre. "Rodrigo no cogía ninguna de las líneas de tren que iban desde Alcalá o Guadalajara hasta Atocha, pero sí estaba en el andén de Atocha. Le pilló", recuerda con la voz entrecortada.

En ese instante, todo cambió. Su hijo, que se encontraba en segundo de ingeniería informática, había ido a clase, como cualquier otro día, y no regresó nunca más.

El caos de la incertidumbre

Marisol relata cómo, durante ese día, la incertidumbre y el caos reinaban en toda la ciudad. "Madrid es tan grande que no sabías dónde podía estar", dice. Mientras los atentados se desarrollaban y los primeros informes llegaban, su familia comenzó a llamar a Rodrigo, pero las líneas telefónicas estaban colapsadas. Los teléfonos no conectaban, y la angustia se apoderaba de ellos. Marisol recuerda cómo, en medio de la confusión, su marido, que también tenía previsto viajar en tren, no pudo tomarlo debido al colapso en los transportes. "Nos llamábamos entre todos, y las líneas estaban bloqueadas. Estaba toda España llamando a Madrid", explica. Durante ese tiempo, no sabía si su hijo estaba atrapado en algún lugar de la ciudad, o si incluso había sufrido un accidente en otro punto del trayecto.

Como profesora en un instituto, Marisol recuerda que sus alumnos también estaban intranquilos, pues muchos de ellos temían por sus familiares. En esa clase, los teléfonos, que normalmente estaban prohibidos, se convirtieron en la única herramienta para intentar obtener noticias. Todos estaban pendientes, esperando que alguna llamada los aliviara. "Yo me iba a mi instituto cuando sucedió todo esto. Mis alumnos también estaban asustados, esperando noticias", recuerda.

Finalmente el teléfono sonó. Era su marido, quien le dijo que había llegado tarde a Atocha y que, al no poder tomar el tren, se había ido a trabajar en coche. Marisol pensó que la situación estaba controlada, pero cuando su marido fue a la universidad para buscar a Rodrigo y no lo encontró, la angustia comenzó a tomar forma. "Mi marido me llamó una hora después y me dijo: ‘En clase no está. Ha puesto de los nervios a todos sus compañeros y a sus profesores’. Entonces, ya empezamos a pensar lo peor", recuerda, visiblemente afectada por aquel momento.

La historia de Marisol, una salmantina que perdió a su hijo en los atentados del 11-M: “Aprendes a vivir, pero ya no lo haces bonito” | Imagen 1

Rodrigo (camiseta azul), junto a sus padres y hermano

La familia comenzó entonces una búsqueda frenética. Intentaron averiguar si Rodrigo estaba atrapado en algún lugar, si había quedado en shock por la violencia que había presenciado, o si simplemente había desaparecido. La ciudad estaba colapsada, y se iniciaron las búsquedas en los hospitales, mientras sus amigos, compañeros de universidad y familiares recorrían el camino habitual de Rodrigo, con la esperanza de encontrarle, aunque fuera angustiado o perdido. Pero el tiempo pasaba, y con él, la incertidumbre y el miedo.

El dolor de la confirmación

El día siguiente, la noticia llegó de manera devastadora: Rodrigo estaba entre las víctimas mortales. Al principio, Marisol y su familia se dirigieron al improvisado tanatorio en IFEMA, donde cientos de familiares se encontraban buscando a sus seres queridos. "Fuimos varias veces y siempre nos decían que allí no estaba", comenta, aún con la sensación de incredulidad en su voz. Durante esos momentos, la angustia de no recibir una confirmación definitiva se mezclaba con una pequeña esperanza. "Era como… ¿qué ha pasado? ¿Y si no está aquí? ¿Y si ha tenido un accidente y no nos ha llegado la confirmación?", pensaban.

Las víctimas del atentado de Atocha habían sido trasladadas al Anatómico Forense, y después al IFEMA para su identificación, pero el proceso era lento y confuso.

La situación en IFEMA fue desgarradora. "Nos colocaban por orden de apellidos y el caos era absoluto. Había muchos voluntarios de protección civil y psicólogos, pero no había nada previsto para un desastre de tal magnitud", dice Marisol, recordando cómo el país entero tuvo que adaptarse sobre la marcha ante una tragedia sin precedentes. El lugar era angustioso, con altavoces que anunciaban los nombres de los fallecidos, y la ansiedad era palpable en el aire. Todo lo que vivieron esos días fue un desastre, un proceso largo y doloroso en el que las emociones se atropellaban unas a otras.

Al día siguiente por la mañana llegó la confirmación. “En un mostrador nos dijeron que Rodrigo era una de las víctimas mortales de Atocha”, recuerda.

Han pasado 21 años desde que les arrebataron a su hijo. “Aprendes a vivir, pero ya no vives bonito o no vives de la misma manera. El contacto con los que sobrevivieron, ellos tampoco viven bonito, tienen recuerdo durísimo. Muy, muy terrible”, recuerda.

Teorías conspirativas y el dolor mediático

Durante las semanas que siguieron, el dolor de Marisol se vio agravado por la especulación y las teorías conspirativas que circulaban. La confusión acerca de los responsables del atentado se convirtió en una pesadilla adicional para las víctimas. "Había teorías que decían que había sido ETA, otros decían que había sido un golpe de estado. Fue durísimo", explica. Para Marisol, las especulaciones sobre los responsables del ataque fueron tan dañinas como el propio atentado. "A veces, nos dolía más lo que decían los propios ciudadanos que lo que hicieron los terroristas. Al menos ellos eran unos locos, pero ¿cómo podían jugar con nuestro dolor?", reflexiona con amargura.

Las teorías conspirativas no solo llegaron a los medios, sino también a las redes sociales. Marisol recuerda cómo algunos miembros de la asociación recibieron imágenes horribles, como fotos de cuerpos, en un intento por hacer aún más daño. “Era horrible lo que nos hicieron algunos de nuestros conciudadanos", dice con tristeza.

Los juicios fueron otro momento extremadamente doloroso para las víctimas. Marisol describe cómo fue desgarrante ver a los abogados que defendían teorías erróneas sobre lo ocurrido. Los juicios y la lucha judicial por esclarecer los hechos fueron largos y duros, y la división de opiniones sobre los responsables del atentado continuó alimentando la confusión. En esos momentos, la falta de empatía y las luchas internas entre asociaciones de víctimas solo agravaron el sufrimiento de las familias. "Era muy difícil estar rodeada de personas que no compartían nuestra lucha", asegura.

Volver al tren: el trauma persistente

A pesar de los años que han pasado desde los atentados, Marisol sigue cargando con la herida abierta. Volver a Atocha, al lugar donde su hijo perdió la vida, sigue siendo una prueba dolorosa. Recuerda que, la primera vez que volvió a coger el tren, fue acompañada de sus alumnos. "No lo sabían, pero yo sabía lo que significaba para mí ese trayecto", dice. Aunque con el tiempo ha aprendido a convivir con ese dolor, cada vez que toma el tren, su pensamiento se va a Rodrigo, y el recuerdo de aquella tragedia sigue vivo en ella.

La historia de Marisol, una salmantina que perdió a su hijo en los atentados del 11-M: “Aprendes a vivir, pero ya no lo haces bonito” | Imagen 2

En 2019, Marisol publicó un libro titulado "Dinos donde estás, que vamos a buscarte", en el que relata su experiencia personal durante el duelo y los 15 años posteriores al atentado. El libro, que también es una crónica de todo lo vivido, ha sido un instrumento de sanación para ella, y los ingresos derivados de las ventas van destinados a la asociación de víctimas del 11-M, a la que pertenece. "A través del libro, trato de compartir mi dolor, pero también las enseñanzas que he aprendido", dice Marisol. Además de ser un testimonio emocional, el libro es también una llamada a la memoria, a no olvidar lo sucedido, y a seguir luchando por la justicia y el reconocimiento de las víctimas.

Marisol también reflexiona sobre el impacto duradero del terrorismo en la vida de las víctimas. "El dolor no se va. Es algo que llevas contigo siempre", asegura. Aunque muchos se esfuerzan por sobreponerse a la tragedia, Marisol admite que, después de tanto sufrimiento, no se puede volver a ser la misma persona. La memoria de Rodrigo persiste, y las cicatrices de la tragedia siguen abiertas en su corazón.

El apoyo entre las víctimas sigue siendo fundamental, y por ello les ayudan desde la Asociación 11M Afectados del Terrorismo. “Nos preocupamos mucho los unos por los otros", dice, destacando la importancia de las asociaciones de víctimas y los tratamientos psicológicos que se ofrecen a quienes continúan luchando por sanar sus heridas. Sin embargo, Marisol sabe que nunca volverán a ser los mismos. La experiencia del 11-M ha dejado una marca indeleble, una que se lleva consigo cada día, a pesar del paso del tiempo.