Concertará el orden de su vida en el área reducida de la gratitud, que le permitirá llegar a la noche y saber que ha cumplido.
Nanjing
El lago Xuanwu se encuentra en el distrito del mismo nombre, en la ciudad de Nanjing. China. La gente va ahí a practicar diversas actividades, desde la madrugada hasta bien entrada la noche. Su extensión abarca cinco kilómetros cuadrados, rodeados por una muralla de 7 km de longitud. Esa muralla data de la dinastía Ming, hace unos 650 años, cuando el emperador Hongwu ordenó su construcción, con fines militares de defensa. La muralla original se extendía más de 30 km, de los cuales, al día de hoy, se conservan unos 25 km. En el medio de lago Xuanwu hay una isla, con un trazado de caminos que ofrecen una variedad de servicios gastronómicos y turísticos, entre los que no falta una librería. En el centro de la isla hay un recinto que alberga una colección de bonsáis.
Por la noche, la gente se reúne incluso a bailar salsa. Existe un grupo de WeChat, la red social de allá, que difunde tanto las reuniones del lago como otros eventos más, en Nanjing y otras ciudades de la provincia Jiangsu. Lo mejor del lugar es cuando cuentas con alguien para ir. Al toque delicado de la compañía, el escenario cobra una magia no sabida hasta entonces. No obstante, para que eso ocurra una, uno, antes debe contar con alguien con quien ir. Como ese no es nuestro caso, pues en lugar de encaminarnos al lago iremos a un cafecito no lejos, para sentarnos a degustar una bebida, con el pretexto de redactar la columna que leeremos en Salamanca RTV al día.
Suzhou
El fin de semana pasado fui a Suzhou, otra ciudad de la misma provincia. Me reuní con mi ex directora y otros profesores y estudiantes. Hablamos sobre el trabajo en Nanjing, cómo van las cosas, cómo es todo por aquí. Comparamos planes de estudio, o por lo menos las asignaturas que imparto, en relación con el currículum de la otra universidad radicada en mi antigua ciudad. Hablamos sobre algunos proyectos de traducción también. Entre los tesoros bibliográficos que compartimos están Poemas oscuros. Antología de Gu Cheng, traducido del chino al español por Javier Martín Ríos, e In Other Words, de Jhumpa Lahiri. Volver a caminar por las calles de Suzhou se ha convertido en el recuerdo de una vida en el pasado, pero por partes iguales no ha dejado de arrojar suministros de vida nueva en el día a día del presente.
Cuando hacía un recorrido en taxi desde una calle turística, Shantang Jie, hasta el lugar del encuentro donde comería con mis amistades, Shiquan Jie, recorrí un canal de 5 o 6 km de distancia, por donde solía dar paseos en el pasado. En el transcurso del trayecto por el distrito de Gusu, me vinieron a la mente cantidad de recuerdos que tenía olvidados. Parecía imposible que hubieran caído en el olvido tantas experiencias de aquellos años, que eran parte natural del ejercicio de la vida urbana en aquella ciudad cuando trabajaba en su universidad. Iba en el taxi y veía el canal. Observaba con detalle la muralla al otro lado de la vía por donde circulaba el vehículo. Originalmente, décadas atrás, en la dinastía Song del Norte, siglos X-XII, la vía fluvial jugaba un papel clave en el transporte y el comercio con Shanghái, ciudad que se encuentra a 100 km de distancia. Aquel curso natural de agua en lo que para el Occidente es la pequeña Edad Media, siglos más tarde, en la dinastía Ming, siglos XIV-XVII, pasó a ser un canal artificial, conectado con el río Huangpu, destindo al mismo fin de conectividad entre puntos neurálgicos del desarrollo regional.
A diferencia de otras veces en el pasado, no saqué el teléfono del bolsillo de mi camisa. Dejé pasar las cuatro o cinco tomas de la muralla que pude haber hecho y colgado en Instagram. Me sorprendía darme cuenta de cuánto tiempo había pasado sin que yo recordara las cosas que había vivido ahí. Llevaba fácilmente siete años sin pensar en un luchador de artes marciales que conocí ahí, que llevaba las armas que estamos acostumbrados a ver en las películas y practicaba las figuras con una agilidad parecida a la de los felinos. Tampoco recordaba unas zonas residenciales en extremo elegantes, recogidas, con sus paredes blancas y sus tejados negros típicos. Había pasado mucho tiempo sin que pensara en los botes turísticos que por apenas unas monedas (pagadas en electrónico la mayoría de las veces) te dan un paseo por ese recorrido alumbrado por unas luminarias discretas, que ofrecen un ambiente misterioso y calmo.
Cerca de la universidad, una parte que sobresalía era un edificio parecido a un pincel. El tejado de una punta elevada en el medio, con sus alerones vueltos arriba en las cuatro esquinas, semeja la parte que se remoja en la tinta, encima de una estructura elevada unos cuantos buenos metros, con paredes blancas, al uso de la estética del lugar. Finalmente, reconocí algún restaurante, alguna tienda de conveniencia, algún punto donde se entrega la paquetería postal, que aquí se emplea en cantidades industriales. El trayecto se demoró más de lo pensado, hasta la puerta sur del campus de la universidad, donde había quedado con mis amistades. Algunos no conocen Nanjing, o no han visitado mucho la ciudad, mejor dicho. A mí me tocó, entonces, referirles pormenores de esa grandísima ciudad, que en términos históricos ha jugado un papel protagónico en la vida de la nación, siendo en el arco de tiempo de seis dinastías, la primera de ellas la dinastía Wu del Este, siglo I, cuando, en palabras de Occidente, el imperio romano conquistó Hispania.
Nanjing en Suzhou
Hablamos de un lugar en Nanjing conocido como el centro de la galaxia, Xinjiekou. Ese distrito comercial cuenta con una estación de metro con más de 20 salidas a las principales calles. Uno de sus centros comerciales, en la planta de arriba, exhibe en un museo cuadros de artistas como Picasso, Monet, Renoir, Cézanne, Warhol, etc. y esculturas como las debidas a un Botero. También les hablé de un lago de una tradición consolidada, el lago Xuanwu, que se encuentra en el distrito del mismo nombre, como lo mencioné al inicio de la columna. Brindamos con una copa de vino y degustamos la oferta gastronómica de un restaurante italiano gestionado por una familia local, Suzhou, a unos metros de Soochow University, restaurante Sera Nera. Este restaurante lo he promocionado entre algunos de mis estudiantes de Nanjing Tech University. La música ahí es música italiana, o en ciertas ocasiones hispánica: tiene ese toque que a nosotras y nosotros nos gusta encontrar cuando vamos a un restaurante chino en nuestras ciudades y esperamos encontrar música oriental.
Nanjing de nuevo
Hoy sábado por la mañana cuando caminaba a un café, en Nanjing, pensaba en algunos criterios estéticos del arte, referidos por los grandes pensadores de Occidente. En variadas ocasiones, desde Aristóteles, se ha hablado del arte, o la literatura, como una imitación de la realidad. Se ha puesto de relieve el buen gusto por representar lo que se aprecia con los sentidos. A todas y todos nos viene a la mente, en contextos como el actual, la sentencia latina ut pictura poesis, es decir, igual que la pintura la poesía, o la escritura. Estas ideas las había meditado tiempo atrás, años antes, pero en esta ocasión, por primera vez, hicieron clic en el interior de mi espíritu. No resulta fácil arribar a la realidad. No carece de ciencia salir de uno mismo para apreciar las cosas como son. El suministro subjetivo reportado por nuestra condición mortal en el siglo que pasa nos obstruye, las más de las veces, la ocasión de mirar cara a cara las cosas que son. El precepto para el arte equivale, por lo tanto, a una construcción humana donde queda fuera lo que en verdad no es.
La vida retirada del mundo, cantada por autores como Fray Luis de León, o incluso antes por Homero, Virgilio, Horacio, Gonzalo de Berceo, etc., la veo al día de hoy no como unos pastores cervantinos, sino como una actitud vital derivada del uso de la razón. En una ocasión en Salamanca, cuando le mostré unos versos a un académico de la lengua española, me respondió que no eran lógicos. La poesía debe ser lógica, entendí. Esa suerte de lógica, que abarca la totalidad de lo que existe, como si de la muralla de Nanjing y el lago Xuanwu se tratara, o como si dijéramos, en términos castellanos, la muralla medieval de Ávila, de cerca de 3 km, esa lógica racional debe operar en la realidad. La arquitectura de la mujer y el hombre, por el mismo motivo, quizá, ha encumbrado en la cima de los recintos la cabeza.
Eso pensaba caminando por una calle de Nanjing. Miraba, como lo hago ahora en la ventana del café, a los demás transeúntes. Ponderaba, igual que lo hago en este momento, todo el mundo que cabe dentro de nuestras cabezas. Cuántos recuerdos no se acumulan en el interior, en ocasiones perdidos, ausentes, como mis recuerdos de Suzhou que no volví a tener sino hasta que pasé en taxi por uno de sus canales. Esta semana, en al autobús camino al campus donde trabajo, hablaba con un colega sobre el teatro de la memoria de Giulio Camillo. Conversamos sobre esa construcción intelectual del alma donde los contenidos espirituales guardan un orden en la galería del ser. El mundo interior, como lo han señalado una pléyade de autores, entre quienes solo citaremos a Mino Bergamo, por compartir la nacionalidad de Camillo, al parecer no resulta más pequeño que el mundo exterior.
México
Muy atrás han quedado aquellos años cuando leíamos el Bhagavad-gita, el I Ching, la Biblia, los Sutras, en búsqueda de la iluminación. Aquel olor de incienso, silencio, penumbra, todo eso ha quedado demasiado lejos en el tiempo. Hemos encontrado, finalmente, que el mundo se resuelve en términos materiales, del respeto al prójimo y el bien común. Nada más existe, fuera de eso. Ninguna otra cosa puede enseñarnos la literatura citada, fuera de la contemplación y apreciación de la belleza literaria y no literaria. El arte no puede tener ninguna otra finalidad fuera de acentuar, con sus propios recursos, la belleza innata a la creación. Por ese motivo, unas semanas atrás, en una visita a México, comulgaba con un sentido renovado el cuerpo de Cristo en la iglesia católica: lo hacía como quien lee con el gusto un poema de San Juan de la Cruz y recuerda que el mundo, tal cual es, reserva un infinito de misterio y belleza para toda y todo aquel que desee experimentarlo en carne propia.
Una vida ideal
Si yo pudiera elegir una vida ideal, elegiría una donde las puertas de la percepción quedaran depuradas, para que todas las cosas aparecieran tal como son, infinitas: pero eso ya lo ha dicho William Blake, de quien recojo tales palabras como cita. Yo elegiría entonces, para no parecerme a Blake, una vida donde mi escritura quedara depurada de mí mismo y el escrito solo reflejara la existencia con su destello original. Una amistad es una manera de salir de uno mismo. Un amigo nos permite olvidarnos de nuestras propias personas. La atención puesta en el otro distrae nuestra atención volcada en nosotros mismos. Eso equivale, por consiguiente, a lo que venimos diciendo, de quedar liberado de uno mismo, abrir las puertas de la percepción. Pues miraré en mi teléfono a ver a quién le escribo. Miraré quién tiene tiempo para desperdiciarlo con mi compañía. Veré quién puede escuchar una historia como estas, sobre la vida en el Oriente y el Occidente. Probablemente, incluso, demos un paseo por el lago Xuanwu, en el distrito del mismo nombre, con 7 km de longitud en su circunferencia, tal como hemos mencionado repetidas ocasiones. Omitiré hablarle del blog que escribo en Nanjing, aparte de esta columna salmantina, cuya última entrada hasta el momento ha sido una Carta a mis estudiantes <https://mp.weixin.qq.com/s/QgH9gQCrFVO948feeX43sQ>.
Coda
¿Se han dado cuenta de que mi columna tiene cerca de 2,000 palabras? Eso responde a una causa. Lo hago como deferencia a mis estudiantes. Yo sé que ellos, con tantas asignaturas y tareas están, como decimos en México, atorados. Por ese motivo, entonces, yo no salgo a dar el rol. Pretendo mostrarme empático con su sufrimiento. Resulta un poco triste que los estudiantes trabajen más que nosotros los maestros. Si nuestra labor radica en enseñar, pues debemos, precisamente, enseñar: mostrar qué hacemos, en qué empleamos el tiempo, un modelo a seguir. La horma del trabajo nos sujeta a un recinto interior. Nos asienta, arraiga, reporta una identidad. Yo siempre he querido tener un maestro bien portado, limpio, cumplido, abnegado, alegre, tonto, bueno. A esa gente, cuando por milagro la topamos sin verla venir, debemos atesorarla, siquiera tratando de no hacerle daño. Así, moviéndose ella a sus anchas, concertará el orden de su vida en el área reducida de la gratitud, que le permitirá llegar a la noche y saber que ha cumplido.
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