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En la mente de un niño
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En la mente de un niño

Actualizado 28/02/2025 07:59

Me pregunto a menudo cómo ven los niños lo que nos rodea. Qué idea se hacen de todo aquello que ven.

Y no puedo por menos que intentar meterme en sus cabezas para procurar comprenderlo todo desde su perspectiva.

Cuando lo hago, es como si estuviera delante de una enorme pantalla que se ha ido convirtiendo con el tiempo en “mobiliario” habitual de las viviendas, tanto en el salón como en dormitorios o en la cocina, con la particularidad de que, a través de sus píxeles, salen todo tipo de imágenes de todo el mundo, y que, en muchos hogares, suele estar conectada todo el día y a todas horas. Con frecuencia se permite ver en solitario, sin filtrar o sin poner pautas y horarios, sin restringir duración, sin seleccionar programas en muchos casos.

Si de verdad entro en su pensamiento infantil, el lenguaje de la tele me devuelve un panorama desolador, porque veo imágenes de guerras, tiroteos, persecuciones, asesinatos, violaciones, discusiones, gritos, peleas, agresiones físicas y verbales, escenas de sexo… Da igual que salgan en películas o en anuncios de cine, en noticias e informativos o en programas de debate, en series o en retransmisiones parlamentarias, incluso en las relacionadas con temas deportivos. Y van desde gestos y ademanes obscenos, a palabras malsonantes, pasando por la fuerza de las armas hasta matanzas a sangre fría y un largo y penoso etcétera.

A veces me sorprende mucho, desde mi mente adulta, la calificación que se da a algunas películas, pues no me parece que esté acorde a las edades para las que están recomendadas.

Tampoco debemos olvidar otros elementos, como ordenadores y tabletas, puesto que ahora las pantallas encogen, y llegan a caber en la palma de una mano, lo que permite estar a cualquier hora y en cualquier lugar con el artilugio conectado durante el tiempo que se desee. Incluso es frecuente ver por la calle a niños en sillita de paseo con un móvil en la mano. Y a través de ese objeto, por pequeño que sea, se puede acceder igualmente a todo lo dicho con anterioridad, aderezado, además, por las redes sociales, en las que cabe absolutamente todo, y a veces poco bueno.

Los niños y niñas, especialmente, sienten una gran curiosidad. Aprenden con todos sus sentidos, incluso de forma más exagerada que cualquier adulto, pues ellos están completamente abiertos a todo lo que existe en su universo y lo miran con ojos grandes, sorprendidos, lo que unido a su habilidad para absorber conocimientos y experiencias hace que todo quede grabado con mayor intensidad, no sólo en sus retinas sino también en sus cerebros.

Durante la infancia, además, se tiene una gran capacidad de mimetismo, de imitación de todo lo que se oye y se ve. Por ello, si hoy ven a un jugador profesional hacer un corte de manga a un árbitro, podemos tener la seguridad de que lo van a reproducir en cuanto lleguen al colegio o en cualquier otro contexto; si oyen decir un taco a alguno de sus progenitores o a compañeros, no lo van a olvidar y lo usarán en cualquier ocasión, aunque no sepan ni lo que significan las palabras.

Exponernos constantemente a algo produce que nos acostumbremos y nos parezca normal. Hace que nos volvamos menos sensibles a lo que vemos y oímos. Nos pasa a todos, también a los niños y niñas. Llega un momento en que perdemos la capacidad de sorpresa y acabamos aceptando lo extraño como cotidiano, con lo que peligra la capacidad de identificación y empatía con otros seres humanos.

El uso inadecuado y abusivo de nuevas tecnologías está produciendo cambios estructurales en el cerebro de las personas, lo que la ciencia ya está comprobando y, por suerte, dando a conocer. Algunas partes del cerebro se van atrofiando, lo que influye en el comportamiento de niños y adultos. Se confirman también esos cambios en la conducta: genera insatisfacción, tristeza y depresión, insomnio, falta de atención y concentración, dificultades para aprender y memorizar, adicción, aislamiento, agresividad…

Con frecuencia uso una expresión que me parece bastante dura, pero creo que nos da una idea muy clara y muy gráfica que puede invitarnos, a todos, padres, profesionales, sociedad en general, a la reflexión: el cerebro no vomita. El cerebro es un lugar que recibe y procesa información y conecta todo ello con el resto de nuestro cuerpo, y con nuestra capacidad de aprender y relacionarnos.

El cerebro no vomita. El cerebro no se queja como se quejaría, vomitando, el estómago de un niño muy pequeño si comiera un cocido de adulto. El cerebro no duele, como dolerían los pies de un niño si le hiciéramos caminar con zapatos inadecuados a su edad. De cualquiera de esas cosas nos daríamos cuenta y veríamos la causa sin dificultad.

Pero el cerebro se transforma siempre con todas nuestras interacciones, con lo que ve, lo que siente, lo que angustia, lo que es inapropiado. Si le damos de “comer” cosas de su edad, crece y florece. Si lo bombardeamos con escenas duras, si lo llenamos de cualquier tipo de basura, cambia y se altera, llegando a modificar incluso su estructura.

Si miro el mundo con ojos de niño me abruma y aterroriza pensar en la cantidad de cosas que pasan por delante cada día y que se quedan guardadas para siempre. Porque los niños aprenden lo que viven. Habrá que actuar en consecuencia.

Mercedes Sánchez

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