Algunas reflexiones sobre el amor, a propósito del día de San Valentín

En un contexto internacional de rupturas, enfrentamientos y miedos, y en nuestro contexto nacional absurdamente crónico de divisiones y malas palabras (y eso que estamos en tiempos de vacas gordas), hablar sobre el sentimiento de amor parece traído por los pelos. Solo se nos ocurre la frase cínica o cómica: ¿qué amor?

No tiene ninguna característica el amor contemporáneo para que, en medio de tantas confusiones y relativismos, no sufra esta especie de tendencia actual de poner todo patas arriba. ¿De qué hablamos, del amor o del sexo?, se preguntan por doquier los supuestos expertos en amor. Como si ambos asuntos se pudieran separar tan limpiamente como el trigo y las malas hierbas, o como el egoísmo y el interés por el Otro.

En las décadas pasadas las mujeres salieron con valentía al paso del discurso de los hombres, que, interesados básicamente por el sexo, hablaban sistemáticamente de amor. Pero ese disfraz masculino ya ha sido quitado. Para intentar aclarar las cosas que se desean sobre el otro sexo, en las últimas décadas la respuesta de gran parte de las jóvenes generaciones ha sido algo así como decir y hacer: “como no sabemos muy bien qué es el amor, practiquemos al menos el sexo, que es más concreto”.

Sin embargo la experiencia ha demostrado que el sexo solo no puede silenciar los gritos del amor, el deseo de amar y/o ser amada/o.

Más recientemente ha sido la cuestión de la duración del amor la que ha ocupado un lugar central en las relaciones amorosas; como la orden de la Iglesia Católica en la ceremonia de la boda “hasta que la muerte nos separe…” no puede ser seguida por la mayoría de casados, la pregunta ha quedado: “¿pero cuánto dura el amor”? Y cuando se le ha puesto el calificativo de líquido, el amor como un elemento líquido, ya se ha dado la respuesta: “poco, los líquidos tienden a desplazarse, a cambiar de lugar”.

Así sigue el amor, en los tiempos actuales, rodeado de interrogantes y apareciendo en escena cuando nadie le espera y desapareciendo, cuando la mayoría lo da por presente; huidizo, imprevisible, alejado de cualquier razón, indomable.

Si ampliáramos el campo de nuestras reflexiones al amor a los seres queridos, fuera de la pareja, los hermanos, los padres, la familia, los compañeros, los vecinos, los amigos, inauguraríamos otro capítulo distinto, mucho más extenso pero quizás no tan complejo como la pareja amorosa, pues el dios Cupido nos ha enseñado que lo que verdaderamente hace complejo el amor son esos dos componentes que no son iguales: el amor y la sexualidad.

Y para finalizar hoy este nunca comprensible tema, enunciemos solamente cómo nos apañamos para responder a la peliaguda pregunta de ¿a quién debemos amar? Pues la respuesta de la Biblia “Amarás al prójimo como a ti mismo”, nos cae a todos demasiado grande. Dividimos a la humanidad en dos y nos damos a entender que estamos obligados a amar a los próximos, los prójimos, los que componen nuestro “nosotros”. Al resto, a los lejanos, a los distintos, a los desconocidos, les metemos a todos en la categoría de “enemigos” o “posibles enemigos”…y asunto arreglado.

Pero desde Adán y Eva y desde la horda primitiva, el amor sigue siendo igual de misterioso, por mucha química que hayamos aprendido.