La exposición “Peregrinos de la Esperanza” estará abierta hasta el 4 de mayo
Ante la obra de Vicente Molina Pacheco, el espectador no puede permanecer impasible. Y menos en la Sala Taller José Luis Núñez Solé y la de la Contemplación, espacios que muestran su capacidad de transformarse y sorprender con sus propuestas museísticas. Comisionada por Tomás Gil, la propuesta del artista parte del lema del Jubileo del 2025 “Peregrinos de la esperanza”, que también nombra a la muestra y de la carta del Papa “Spes non confundit” y esperanza es lo que marca la trayectoria de este artista inusual que llegó a Salamanca prácticamente desahuciado y que logró recuperarse de su enfermedad y lo más importante, encontrar un sentido a su vida a través de la entrega. Una entrega cuyo eco resuena en la Carta de San Pablo a los romanos: nada puede apartarnos del amor a Cristo, ni las tribulaciones, el hambre, la desnudez, el peligro, la persecución... Desdichas todas que ha sentido el artista como suyas y que recrea en este singular recorrido a través de sus sorprendentes obras.
Vicente Molina, antes de ordenarse sacerdote, fue un artista muy activo en la movida de los ochenta, con obra en la Galería Juana Mordó, vanguardista, era un autodidacta entregado al arte pese a que acudía al taller de Venancio Blanco y de Oteiza. El suyo era un trabajo formalista que abandonó ante su vocación religiosa, aunque ante la insistencia para que volviera a ello le puso de nuevo ante los pinceles. Pero su forma de trabajar ya no sería la misma. Utilizaría los recursos más pobres, más precarios, en un intento de mostrar esas tribulaciones que acechan al hombre que precisa de la esperanza. De ahí que su obra sea precisamente un recorrido por la desgracia –persecución, inmigración, guerra, abandono, esa enfermedad que tan bien conoce- que a través de la oración y la contemplación tiene como destino a ese Jesús que concentra la mirada del espectador cuando recorre la sala. Una sala que se reinventa con cada muestra y que siempre sorprende, en este caso con el paso por el viacrucis abstracto y matérico de un artista que usa el soporte como elemento creativo y que mancha de color la totalidad del cuadro, libérrimo y lleno de fuerza con cada brochazo. Para Molina, la vida humana es como el cartón, algo humilde y perecedero, pero la belleza y la esperanza, el sentido de la vida y el descubrimiento son deslumbrantes. De ahí sus insólitas manchas de color que el espectador adivina como imágenes humanas transfiguradas de encuentro y esperanza tras el camino de dolor, el ascesis y la enfermedad. En él la esperanza está siempre presente, y más, como afirma el Papa en su carta, en tiempos de cambio histórico y de incertidumbre en los que debemos mirar a los olvidados, enfermos, inmigrantes, pobres, presos, aquellos a los que dedica su labor pastoral y artística el pintor.
Frágiles son sus soportes y frágiles nuestras vidas. El lenguaje informalista y vanguardista del artista se ve en sus texturas, en su materia creativa, en su uso del color con sencillez para mostrar los problemas que acucian al hombre moderno y que deben ser un desafío para una iglesia que debe responder con obras, y no con palabras. El artista responde con una obra vibrante, valiente, compleja, marcada por la desgracia y sin embargo, deseosa de esperanza. De ahí el sagrario humilde, el Cristo pintado en puros cartones, la barca de la iglesia que avanza como en el logo del Jubileo. El futuro deja atrás lo material que, como en la obra de Vicente Molina, es pobre, frágil, precario. A pesar de esa fragilidad, el artista se apoya en la tradición, mirando hacia adelante, conjurando la incertidumbre con su deseo de crear, de ofrecer un ancla que sirva de base mientras el azul del espíritu, el agua que todo lo cala, brilla en un azul mariano de limpísima esperanza. Es la propuesta valiente y sorprendente de un artista que conoce muy bien la incertidumbre y a la vez, sabe responder con certeza y belleza a los desafíos dolorosos. Es Vicente Molina, en esa muestra que a nadie dejará indiferente de ahí la necesidad de visitarla.
Charo Alonso.
Fotografía: Carmen Borrego.