"Lo más difícil de explicar es aquello evidente que todo el mundo ha decidido no ver" (Ayn Rand)
"No se debe confundir la verdad con la opinión de la mayoría" (Jean Cocteau)
En la actualidad, cuando el estudio y los intereses materiales de los individuos (entendidos como seres sociales) es de lo más importante para descubrir qué mueve los hilos del poder y cómo se reproducen los saberes, al terreno del conocimiento científico también arriban las múltiples formas de evasión y contemplación. Como en tiempos medievales, se busca al “ser verdadero” en el “más allá” y la verdad se ubica en la razón subjetiva.
Por supuesto cada individuo busca y elabora “su verdad”, pero cuando se trata de convivir o trabajar en conjunto, de entre las múltiples verdades subjetivas, se imponen unas (las verdades consensuadas) o se inventan nuevas. La verdad es producto del consenso social, es una construcción que responde a las relaciones interpersonales, sociales y con la naturaleza, que establece una comunidad o sociedad en un determinado lugar, tiempo y circunstancia. Sean visibles o invisibles, tácitas o explícitas, se modifiquen constantemente o avancen “por el camino equivocado”, las verdades son siempre históricas y los historiadores tienen la misión de buscar cómo y por qué sirvieron de orientación a una comunidad o sociedad en particular.
Si de alguna manera la historia nos conduce al pasado humano y social para extraer de él el conocimiento histórico que nos interesa, este conocimiento es limitado, aproximado y compuesto por una gama que fluctúa entre la verdad “casi segura” —pasando por una compleja diversidad de verosimilitudes, probabilidades, falsedades— y la mentira.
A pesar de que las preguntas que se hacen los historiadores cambian conforme sus deseos, intereses y la realidad social presente, su oficio es indagar y comunicar a sus receptores lo ocurrido en la historia con el mayor grado de exactitud y confiabilidad posibles. Y como sus explicaciones no pueden estar supeditadas a los deseos del mercado, al igual que otros científicos, no puede dejar de revisar constantemente la influencia de sus prejuicios, deseos e intereses en la investigación, ni dejar de intentar percibir “la verdad” de quien le es ajeno o extraño, con el uso de su imaginación, la cual le ayuda a sumergirse en otras realidades sociales.
Consideraron que esta era la vía para desenmascarar los fundamentos psicológicos y sociales de fenómenos sociales como el autoritarismo, la injusticia y la sumisión, con el fin de combatirlos. La búsqueda de la “verdad histórica” resultó imprescindible para ellos, y su encuentro se concibió como un medio de ilustración, es decir, una forma de tomar conciencia de los mecanismos ocultos en las formas de represión, enajenación y cosificación empleadas durante las guerras mundiales y reinauguradas tras ellas.
Además de analizar el modo de mentir y engañar empleados por los “salvadores” de los regímenes totalitarios que condujeron a innombrables niveles de violencia y destrucción, sus estudios advirtieron su continuación velada. Prácticas retóricas ancestrales se actualizaron en el siglo XX para persuadir y convencer a las masas, manejando sus emociones, impulsando la ética de sumisión y explotando el espíritu de servicio como valores positivos. Con formas burdas o sofisticadas este tipo de estrategias de control también habían alcanzado una parte de los estudios filosóficos y sociales. Para cautivar a las masas, la propaganda del mercado capitalista retomó trucos utilizados por las dictaduras totalitaristas, especialmente los discursos laudatorios, los “efectos especiales” y las formas religiosas de sacralizar el mundo. El montaje de escenarios asombrosos, excitantes, fascinantes, y toda la parafernalia orientada a mover los sentimientos de la gente, funcionaron, y funcionan hasta hoy, como recetas para eludir los conflictos y evitar la obstaculización de las decisiones de los oligopolios. Desde entonces, los dueños de los medios masivos de comunicación, en connivencia con las cúpulas de poder, determinaron el tipo de información adecuada para hacerse pública y el tipo de relaciones sociales que convenía que la gente adoptara. Una mirada a las redes sociales no deja dudas de la manipulación e imposición de las corrientes del pensamiento por parte de las empresas digitales.
Abandonar la racionalidad crítica significa abandonar la duda, la práctica permanente de la sospecha, la dialéctica y la experimentación como caminos del conocimiento histórico y social. En su trabajo de poner al mundo al revés, con los pies en la tierra, de aplicar el rasero del análisis crítico (a contrapelo) de los documentos, la racionalidad crítica pretende descubrir las mentiras, las censuras, las autocensuras, los silencios, las falsedades, es decir dirigirse al “desencantamiento” del mundo como premisa de su transformación. Podemos decir, en suma, que al historiador le corresponde el descubrimiento de las falsedades (inconscientes) y las mentiras (intencionales); esta es su manera de desbrozar el camino para hallar una verdad histórica que contribuya a conocer los hechos y los pueblos que le son extraños, y para cambiar radicalmente un mundo que pide angustiado sacarlo de su agonía.
Fermín González, salamancartvaldia.es, blog taurinerias
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