Sábado, 06 de diciembre de 2025
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La esperanza está agonizando
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La esperanza está agonizando

Actualizado 02/02/2025 09:54

“Dicen que la gran enfermedad de este mundo es la falta de fe o, dicho de otro modo, la crisis moral por la que atravesamos. Yo no lo creo. Me temo que lo que está agonizante es la esperanza, el redescubrimiento de las infinitas zonas luminosas que hay en las gentes y cosas que nos rodean” (J.L. Martín Descalzo)

En este año jubilar es bueno hablar de la esperanza, tema ya estudiado por autores tan importantes como Bloch, González de Cardedal, Teilhard de Chardin, Gustavo Gutiérrez, Laín Entralgo, Julián Marías, etc. A pesar de todo, y dada la situación angustiosa de nuestro mundo en el que la esperanza parece haber sido enterrada, creo que siempre es bienvenida una palabra de aliento que reavive la llama de la Esperanza.

Y pese a que todo hombre y mujer que viene a este mundo trae consigo el soplo de la esperanza. Y aunque la Fe y el Amor no pueden caminar y progresar sin la luz de la esperanza, nos detendremos especialmente de modo directo o indirecto, en todas las realidades que orbitan alrededor de la bella esperanza, vestida según Juan de la Cruz de color verde.

En verdad ella, la esperanza, es la que nos sitúa ante Dios, avivando sin cesar la ilusión de la espera. Nos da alas al cansancio existencial, cuando la fe ya no alumbra y el amor languidece. A ella nos agarramos como lapas, como si en ello nos fuera la vida, hasta el último aliento. Y quizás lo más sorprendente, que la muerte de los santos atestigua, sea ese chispazo de asombro de quien vislumbra el futuro haciéndose ya presente. La esperanza es capaz de dibujar el gesto de la paz y la alegría en los que mueren confiando en el Señor. Ella nos acompaña hasta el umbral de la eternidad, y allí como buena nodriza, nos deja junto con la fe, en las manos tiernas del Amor, única realidad que traspasa con nosotros los umbrales de la muerte para abrirnos de par en par las puertas de la Vida.

El fundamento de esta esperanza es Dios, que no puede engañarse ni engañarnos. En Él confiamos y por eso esperamos. La esperanza sin confianza no es nada. Esperamos en y a Dios. No cualquier otra cosa, por buena y saludable que ésta sea. Nuestro corazón inquieto busca desesperado, a través de todo lo que le rodea, ese rostro insondable de Dios que le seduce aun cuando no le ve. Y el contenido de la esperanza son las promesas de ese Dios que nos ha hablado con nuestro lenguaje humano, prometiéndonos algo tan asombroso como participar de su divinidad y vivir una vida feliz y eterna.

No estamos solos. Incluso cuando lo parezca. En algún lugar recóndito de nuestra vida sentiremos que Él nos acompaña. Nos ha dado la capacidad de creer en Él y su amor para enamorarnos. La esperanza no es sino la motivación que una y otra vez nos recuerda a quién esperamos y por qué. Y en ese recuerdo nos moviliza a actuar, a recrear con nuestra vida un mundo más humano y mejor, donde los problemas tengan solución y donde nadie se pueda sentir marginado o sólo.

Dios es nuestra esperanza en Cristo. Esperamos porque Él es la prenda de la fidelidad de Dios, la certeza de que no nos abandona y de que estamos salvados.

En este tiempo nuestro, entrado ya el siglo XXI, cuando el concilio Vaticano II da frutos abundantes y la confrontación ideologizada deja paso a la esperanza, el testimonio de los cristianos comprometidos se agiganta. Decía Chesterton que “cada época es salvada por un puñado de hombres y mujeres que tienen el coraje de ser inactuales”. Quizás lo inactual sea esperar en medio de un mundo donde tantas cosas van mal y nos desaniman a creer y amar. Cada uno de nosotros somos capaces de esperar mínimamente, de creer, esperar y amar y entre los muchos testigos de la esperanza podemos estar nosotros sabiendo que , según afirmaba san Juan de la Cruz, “la esperanza tanto alcanza cuanto espera”.

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