Corrupción: el abuso de poder público para obtener beneficio particular (RAE)
Tan de actualidad, pero a su vez tan antigua. Pese a la enorme dimensión de los casos que copan las portadas, la corrupción es tan antigua como la vida misma. Desde hace miles de años ha habido casos de este tipo.
La Biblia recoge y condena estas prácticas, extendidas a lo largo de la historia y por todo el orbe. Tanto el Antiguo Testamento como el Nuevo.
Es bueno recordar, como le advertía Juan Ramón Jiménez a Federico García Lorca en una visita a la Alhambra, que "a las cinco de la tarde comienza el sufrimiento de los jardines", por la luz escasa con que se quedan las rosas a esa hora.
En Europa llevamos muchos años sufriendo por sus inconsistentes decisiones políticas, siendo la UE la larga mano que mece la cuna e incluso les sigue el juego. A los corruptos que no levantan la voz los dividimos en varias escalas: los anestesiados, los crédulos, confiados, ingenuos, incautos y cándidos.
Cito ejemplos del Antiguo Testamento
El gran profeta Isaías ya aseguraba en el siglo VIII antes de Cristo que "el que rehúsa ganancias fraudulentas, el que se sacude la palma de la mano para no aceptar soborno, el que se tapa las orejas para no oír hablar de sangre, y cierra sus ojos para no ver el mal". Ese morará en las alturas, subirá a refugiarse en la fortaleza de las peñas, se le dará su pan y tendrá el agua segura". (Is. 33, 15-16).
El libro del Levítico, forma parte del Pentateuco y fue escrito unos 1.500 años a.C.: "no hurtaréis; no mentiréis, ni os defraudaréis unos a otros" (Lv 19, 11). En él igualmente aparece que "no haréis sentencias injustas, ni cometeréis injusticias en pesos y medidas". "Tened, balanza, pesas y medidas exactas" (Lv 19, 35).
El Deuteronomio muestra referencias claras: "no torcerás el derecho, no harás acepción de personas, no aceptarás soborno, porque el soborno cierra los ojos de los sabios y corrompe las palabras de los justos". (Dt, 16, 19). En otro punto, "maldito quien acepte soborno para quitar la vida a un inocente" (Dt 27, 25).
También el libro de los Salmos contiene distintas referencias a esta lacra. No morará en mi casa quien cometa fraude" (Sal 101, 7). "No juntes mi alma con los pecadores, ni mi vida con los hombres sanguinarios, que tienen en sus manos la infamia, y su diestra repleta de soborno" (Sal 26, 10).
En el libro de Samuel, por ejemplo, se citan también los presentes como agasajo para conseguir favores: fueron atraídos por el lucro, aceptaron regalos y torcieron el derecho (I Sam 8, 3).
El profeta Daniel tiene un mensaje para un colectivo cuestionado. "Envejecido en la iniquidad, ahora han llegado al colmo los delitos de tu vida pasada, dictador de sentencias injustas, que condenabas a los inocentes y absolvías a los culpables" (Dn 13, 53
Nuevo Testamento
Jesús contó otra parábola a sus discípulos: Un hombre rico tenía un administrador a quien acusaron de derrochar sus bienes. Así que lo mandó a llamar y le dijo: “¿Qué es esto que me dicen de ti?” Rinde cuentas de tu administración, porque ya no puedes seguir en el puesto. El administrador reflexionó: “¿Qué voy a hacer ahora que mi amo está por quitarme el puesto? No tengo fuerzas para cavar y me da vergüenza pedir limosna. Tengo que asegurarme de que, cuando me echen de la administración, haya gente que me reciba en su casa. ¡Ya sé lo que voy a hacer!”.
«Llamó entonces a cada uno de los que debían a su amo.» Al primero le preguntó: “¿Cuánto le debes a mi amo?”. “Cien barriles de aceite”, contestó. El administrador le dijo: “Toma tu factura, siéntate enseguida y escribe cincuenta”. Luego preguntó al segundo: “Y tú, ¿cuánto debes?”. “Cien bultos de trigo. El administrador le dijo: “Toma tu factura y escribe ochenta”.
Los escándalos se han producido en todas las comunidades y en todos los partidos. Donde ha habido poder, ha habido corrupción. Los últimos y graves escándalos han calado como nunca en la ciudadanía y han colocado a la corrupción de manera destacada, como la gran preocupación de los españoles tan solo por detrás del paro.
España, país de pícaros, así lo describe al gran Cervantes.
Es característico del espíritu que dicta las letrillas satíricas, la coincidencia de muchos estribillos en la significación de silencio, lo cual contrasta con la enumeración crítica de errores y vicios que las estrofas exponen.
Santo silencio, profeso:
no quiero, amigos, hablar;
pues vemos que por callar
a nadie se hizo proceso.
Ya es tiempo de tener seso.
Bailen los otros al son, chitón
Pero, en seguida, el silenciario pasa revista nada piadosa a pasteleros, letrados, falsas doncellas, maridillos, sastres, jueces, pedigüeñas y presumidas.
Yo, que nunca sé callar.
Y solo tengo por mengua
no vaciarme por la lengua.
Y el morirme por hablar.
A todos quiero contar
cierto secreto que oí.
Más no ha de salir de aquí…
¿Les traen recuerdos sobre acontecimientos acaecidos muy recientemente?
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