A tenor de los últimos acontecimientos a escala planetaria y de ese último emperador encumbrado y que, de modo compulsivo, dicta y firma decretos, en los que todo lo pone manga por hombro, parece que estuviéramos ante la presencia de uno de esos jinetes del apocalipsis tocando las trompetas del caos.
A, claro, ante los emperadores, surgen enseguida los chaqueteros, aquellos acostumbrados a navegar, siempre, sobre la cresta de la ola, y que cambian de principios, según convenga, como se cambia a diario de muda.
Porque hay un modelo humano, moralmente detestable, que aparece en quienes (y hay tantos…) son sumisos con los poderosos y crueles con los humildes.
Y parece que han tocado las trompetas apocalípticas a cerrar fronteras, a asociar inmigrantes (¡pobres!) con delincuentes, a lanzar proclamas anexionistas, a resquebrajar el subsuelo terrestre para extraer energía, a negar el calentamiento global, a borrarse de los convenios internacionales para poner algún remedio a los desastres que se nos están viniendo encima (la ‘dana’ en Valencia, los incendios en California…) por culpa de tantas prácticas humanas irresponsables…
Parecemos estar asistiendo al sermón de la barbarie, al programa de una nueva barbarie que se nos trata de imponer a todos. Y esos nuevos ricos y millonarios de las tecnologías digitales (ya se habla del ‘tecnofeudalismo’ o, también, de la ‘tecnocasta’) están escenificando su poder y su capacidad de manipular mediante tales tecnologías a más de media humanidad, si no a la humanidad entera, como pajes del nuevo emperador.
El poeta gaditano José Ramón Ripoll titula uno de sus libros Sermón de la barbarie, título que viene hoy como anillo al dedo para plasmar este momento compulsivo, negacionista y aprovechado (la nueva religión, desde hace tiempo, es, ay, la del dinero), en el que los derechos humanos dan igual, en el que el respeto por las diferencias dan igual, en el que la paz da igual, en el que la dignidad a la que tienen derecho todos los seres humanos da igual.
Y, ante el nuevo emperador, el grupo musical de tonadas machaconas, vestidos sus miembros de obrerete o de indio y de otras cosas por el estilo, parece estar entonando la melodía de la sumisión, que es la que se trata de imponer a todos, que bailemos al ritmo de una sumisión que marcan los nuevos cardenales de esa religión del dinero.
¿Y cuál es el antídoto? ¿Hay antídotos? Claro que los hay. La civilización europea los ha ido alumbrando a lo largo del tiempo. Y hay que mantenerlos y sostenerlos hoy para que la civilización se sobreponga a una barbarie que parece quererse imponer.
Los antídotos son el humanismo, la tolerancia, la paz, la aceptación y el respeto por lo otro y por los otros, por los diferentes, la acogida de quienes llegan hasta nuestros países huyendo de guerras, represiones y hambrunas, la democracia y el respecto a la voluntad popular como prácticas civilizadas…
Porque esto no es una broma. Va en serio. Avanza de modo agresivo. Y hay que poner, como antídotos, practicados por todos esos talismanes que ha ido creando a lo largo de la historia nuestra civilización.
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