Esperábamos esta pesada piedra de volver a la precisa rutina, de cumplir los rigurosos horarios, del infatigable tic tac de los silenciosos relojes que nos cuentan el tiempo escatimando las horas, de las blancas luces que empalidecen nuestros rostros.
Esperábamos con ganas otros encuentros, otras agendas estrenadas, otras cifras en lo alto de los calendarios.
Aguardábamos distintas actividades, otras formas de reposar, otros silencios, otras notas musicales y otros recorridos.
Queríamos darnos un baño de necesitada vida cotidiana, y aquí está, ya sin la farándula roja y blanca en la que algunos pretenden convertir nuestras tradiciones.
Volvemos a la probeta o al paciente, a colocar las flamantes novedades editoriales en los escaparates, al microscopio y bata blanca o a la azada, a la mesa de despacho llena de papeles y al ordenador, al alumno y la tiza y las tablas de multiplicar, a llevar a los somnolientos nietos al cole y a vaciar de restos la despensa, a comidas normales “de casa honrada”, al cotidiano aroma a sanas verduras y mediterráneos guisos, a caminar con andares distintos hasta la tienda para comprar la ropita del bebé que nacerá en primavera, a pasear agarrados de la mano con la nariz colorada del frío hasta llegar al instituto, a barrer de hojas los parques, a leer cómo van los activos en la Bolsa, a buscar piso antes de la programada boda, a comprobar los créditos de las asignaturas del nuevo semestre…
A aprovechar los rayos que se le escapan al sol a mediodía mientras se vuelve de la conferencia; a buscar dónde aparcar, apresuradamente, a la puerta del trabajo…
Esperábamos este tiempo enmudecido, silente, helado, escanciado el frío sobre los campos, escarchadas las hierbas, blanquecinos los páramos, desnudos los árboles, nata en las cumbres, vaho vagando desde nuestras bocas hasta fundirse en lo eterno.
La vida, a pesar de los vendavales navideños, vuelve, ya sin maquillajes, a su cauce del resto de los meses, cada uno con su idiosincrasia.
Los crepúsculos vuelven a hacer su trabajo anaranjando, a franjas, el cielo.
La vida, en la belleza de su sencillez, abre sus días, como un ramillete de flores silvestres, para que lo llenemos de colorido.
Mercedes Sánchez
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