Martes, 28 de enero de 2025
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Miedo
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Miedo

Actualizado 14/01/2025 08:01

Iba yo muy ufano dándome un paseo matutino el domingo, pensando y barruntando sobre distintos asuntos humanos y divinos, cuando una noticia en la radio causó mi sorpresa y despertó mi interés por escribir algo: parece que el 25 % de los jóvenes varones en España entre los 16 y 30 años, consumen productos para mantener el vigor durante las relaciones sexuales. Vamos, que necesitan (o ellos así lo creen) un suplemento adicional que la madre naturaleza nos les ha otorgado en plenitud, cuando se enfrenan al cara a cara en la intimidad de una relación con un alter ego (mira que he pensado palabras para no decir ni hombre ni mujer) y quieren dar la talla. Dicho de otra manera, uno de cada cuatro Viagras son consumidas por jóvenes, para favorecer la erección.

¿De qué estamos hablando? De miedo. De mucho miedo. Y esto es un poco preocupante porque estamos ante una generación de jóvenes a los que no les ha faltado de casi de nada y tienen casi de todo, conseguido con poquísimo esfuerzo, y sin embargo, están llenos de miedos e inseguridades. Tienen un teléfono móvil en la mano en edades cada vez más tempranas y están enganchados a redes sociales, es decir, lugares donde se relacionan (virtualmente) con mucha gente, y sin embargo, se sienten solos y consumen más ansiolíticos y antidepresivos que nunca. Tienen ideas y sueños, como los jóvenes de todas las generaciones de la historia, pero el umbral de la frustración lo tienen muy bajo y el pedal del esfuerzo a medio gas. Como generación, han perdido capacidad para las relaciones humanas ciertas y reales y han perdido herramientas y habilidades sociales por el agujero de su mochila vital. El consumo del porno, al que los especialistas no deja indiferente por su elevado crecimiento en edades cada vez más tempranas, aún siendo una trampa, produce una satisfacción casi inmediata. Pero el sexo real, el del roce de la piel, el del cruce de miradas, el de los besos y abrazos, se ha convertido en un universo para muchos jóvenes donde parece que el suelo se tambalea y por ello, es necesario apuntalar con una pastillita para que todo vaya como que tiene que ir. Lo mismo ni se toma, pero siempre en el bolsillo, por si acaso. Miedo. Inseguridad. Falta de confianza. Y el sexo reducido a genitalidad, quitando todo lo maravilloso que tiene de encuentro personal y afecto.

No son los jóvenes culpables de esta situación a la que les hemos llevado. Como cultura y sociedad hemos caído en la trampa de querer ser siempre jóvenes, guapos y atléticos o al menos de pensar que está a nuestro alcance si vamos a un gimnasio o hacemos una dieta, me da igual la de la piña tropical, la bilis de sapo o la de no comer nada simplemente. Nos hemos creído que tenemos que tener un prototipo de cuerpo para gustar más a los demás, perder kilos y eliminar los michelines incipientes o no tanto, tener pelo en la cabeza o unos pechos firmes y proporcionados. Nos hemos creído que necesitamos ser distintos, cambiar algo de nosotros o maquillarnos la cara y el alma hasta perder nuestra propia identidad para gustar más a no sé quién. En el fondo es como si me tuviera que disfrazar para sentirme mejor, un despropósito que también nos hemos tragado los adultos.

La verdad es que con el paso de los años se tiende a coger peso, salen canas y arrugas, pierdes velocidad, memoria y capacidades. Pero más allá de esos signos exteriores, el ser humano es mucho más, con nuestros maravillosos dones y no menos maravillosas fragilidades. Somos mucho más que nuestro aspecto físico y ciertamente, no podemos gustar a todo el mundo. Pero alguien tiene que explicar a los jóvenes que amar a un hombre o a una mujer, como pareja o como amigos, está más allá del esplendor corporal. De lo contrario, somos cómplices de una mentira atroz, que les capará como generación a la que dimos pocos asideros a los que agarrarse, y ni la familia, ni la política, ni las iglesias lo son para la mayoría. ¿A dónde se pueden agarrar los jóvenes para no caerse en la primera curva del tren de su existencia? ¿Dónde pueden llenar su botella de agua de plenitud y eternidad, de qué fuente? ¿Quién saciará su sed? Ni el dios fútbol, ni las redes parece que lo puedan lobrar, aunque quiten la sed de forma momentánea. Es un espejismo y una “crisis” en toda regla.

Pues mientras tanto, a seguir buscando, porque el que busca es el que puede hallar. Y nosotros, a ponernos a su lado, a acompañarles, a ayudarles a que confíen más en ellos mismos, y a recordarles y a recordarnos que con miedos se puede avanzar también, y además, se debe. Iba a escribir que nuestro ejemplo cuenta y ayuda, pero me doy cuenta que muchas cosas que hacemos los adultos son de vergüenza ajena y propia, así que mejor que no se fijen demasiado en nosotros y hagan su propio camino. Pero que lo hagan con decisión y coraje, esfuerzo y capacidad de encontrarse con otros seres humanos y con un mapa de fuentes fiables de las que beber y saciar su sed. ¡Ánimo!

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