Comienza un año del que no espero absolutamente nada, que es un mecanismo de defensa para que todo lo que me traiga sea por añadidura y lo disfrute más y mejor. No vengo aquí a contarles lo que hay que hacer para llegar a este estado de paz con el mundo y sosiego propio, no soy influencer de nada y ahora hay influencers que enseñan tanto a depurar el intestino como a convertirse en un as de las finanzas, ¡cómo voy a competir yo con tanta sabiduría!
Es difícil llegar al estado dichoso de no esperar nada de un algo llamado futuro. Hace un par de meses, asistí a una charla que daba una amiga psicóloga sobre la ansiedad (intentando verificar cuantos síntomas de esta se me aplicaban, para qué engañarles) y resulta que la mayor fuente de ansiedad para los humanos es el futuro, independientemente de que uno sea joven en paro, pensionista, banquero, padre de familia o soltero recalcitrante. El futuro, su impredecibilidad y la imposibilidad de controlarlo, es un surtidor de ansiedad para los que queremos eliminar los riesgos inútiles, los malos ratos, la enfermedad, el duelo, las carencias, los gases de las lentejas y la artritis reumatoide; esto es, prácticamente la gran mayoría de la humanidad. Así que con eso ya me dejó tranquila mi amiga: soy ansiosa, pero como los somos todos y, al descubrirlo, me he quedado en paz y hasta cierto punto resignada ante este futuro puñetero que no me avisa con lo que me aguarda ni me da pistas. No sé si la resignación es un sentimiento tan común, y mira que, bien dosificado, nos haría mucho bien.
A ver si me explico: no le pido resignación al joven recién diplomado y masterizado que sale a la calle a buscar un empleo que justifique las muchas horas de estudio para llegar ahí. Tampoco a la persona con discapacidad que lleva toda su vida intentando que le reconozcan que es un ser humano entero con todos sus derechos; ni al que viene en patera cuando lo recogen para decirle que todos los peligros pasados no han servido de nada porque lo van a devolver a su lugar de origen (lugar del que salió huyendo y no de paseo, recuérdenlo siempre). No hay que resignarse a que te saquen los dientes sin anestesia, te robe tu banco cada mes o a tu anciana madre le sugieran en el centro de salud que pida la cita por Internet. No pueden ni deben resignarse esas pobres gentes valencianas que dos meses después siguen sacando barro de sus casas que ya no son casas mientras una panda de niñatos metidos a políticos se acusa unos a otros de lo que no han hecho ni medio bien.
Pero podemos resignarnos a no celebrar un desfile semanal por muy Navidad que sea: si ya existe la Cabalgata y encima parece traída de un parque de atracciones, no nos saquemos de la manga otra cabalgata para Papá Noel, que hasta hace nada era un arribista al que no esperábamos en nuestras casas. Podemos resignarnos igualmente a jugar a la lotería, incluso compartiéndola como dice el anuncio, pero sabiendo que la probabilidad de que nos mate una vaquilla en un encierro veraniego es mayor que la de que nos toque el Gordo. Podemos resignarnos a celebrar la Navidad sin hartarnos de marisco, que para eso lo tenemos el resto de año a precio más razonable; como podemos resignarnos a peinar canas, vernos las arrugas en el rostro (mejor si son de reír a mandíbula batiente) y hacer deporte sabiendo que no adelgazaremos, pero le haremos un favor a nuestro corazón que se vuelve perezoso con la edad. Podemos resignarnos a sacar vírgenes y cristos a pasear en Semana Santa y dejarlos quietecitos el resto del año; a leer varios periódicos porque ni uno solo es capaz de contarnos las cosas como son y hay que sacar la nota media entre dos o tres; y podemos resignarnos a dejar que el futuro se nos vaya acercando a su ritmo y no sepamos lo que vamos a hacer ni qué nos va a pasar el mes que viene, que no somos la Caballé en sus mejores tiempos, caramba.
El futuro que empieza este 2025 nos es ni mejor ni más negro que otros futuros empezados otros años, cuanto menos pensemos en lo que pueda traernos, mejor. Y para decirles la verdad, he escrito esta columna después de ver unas imágenes de la Cabalgata de Sevilla (que se ha convertido en la madre de todas las cabalgatas de España, aunque no se sabe bien si pasa el rey Melchor o la Macarena se ha equivocado de día) donde colgaba de un balcón una enorme pancarta que decía “ya solo faltan 97 días para el domingo de Ramos”, un ejemplo claro de que la ansiedad la provoca el futuro…
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