Una noche vieja de tanto dudar

Aún no he comprendido por qué todas las Nocheviejas mi parte obsesiva se agudiza y me pongo a dudar de todo: desde los detalles más simples, como por ejemplo los regalos de Reyes que tengo que comprar a mis nietos, a los asuntos más trascendentes como qué pasará el verano de 2025 y si debo ya reservar alguna plaza anticipada para julio y/o agosto, pues posiblemente las temperaturas en nuestro país serán insoportables.

Muchos lectores sabrán a qué me refiero con esa cadena imparable de pensamiento dubitativo, que agota más que una oposición a Notario. Si empiezo a dudar con los platos de la cena de Nochevieja, no paro ya hasta haber decidido si es el momento idóneo de cambiar el viejo, pero eficaz, coche, por uno nuevo, más sencillo, ecológico y útil. Los comerciantes, las televisiones, la información de Google, no nos ayudan nada a nosotros, los insoportables obsesivos: nos inundan de posibilidades, de fórmulas de pago, de ventajas de cada modelo, ignorando que cuanta más información nos den, más difícil nos ponen la serena decisión y más nos alejan del sencillo acto que debería ser elegir el que más te guste y/o te conviene. Si alguien de mi familia me intenta ayudar con buena voluntad a salir del bucle obsesivo, sin darme cuenta convierto a mi familiar en otro obstáculo más y terminamos riñendo.

Me ha ocurrido incluso con el título y contenido sobre este artículo de Nochevieja: me puse a pensar (es el viejo placer malvado de todo obsesivo) el domingo por la mañana y estaba anocheciendo y en casa no habíamos decidido ni siquiera si poner en la mesa esa noche un plato de langostinos o bien ser más originales y sustituir los langostinos por alcachofas rellenas de crema de guisantes. Con mi artículo me pasó igual: pasé todo el día de ayer decidiendo si escribir sobre todo lo que deberían cambiar nuestros políticos en el nuevo año 2025 o sobre la utilidad de escribir una lista de todo lo que deberíamos cambiar los que estamos descontentos con nuestro modo diario de vivir.

Los obsesivos tenemos tanto miedo a las acciones, a cualquier acción que nos saque de la duda, como el Sr. Mazón, todavía presidente de la Generalitat valenciana, cuando le empujan a dimitir o al menos a enseñar a los periodistas la factura de la comida en el Ventorro de aquel trágico día 29. Bloqueo absoluto. O decir algo aparentemente nuevo que es más viejo que las enseñanzas del catecismo.

Si los obsesivos tomáramos el poder, ¡tengan la seguridad que nos las apañaríamos para aprobar un decreto-ley PROHIBIENDO EL CAMBIO DE AÑO! A ver, ¿por qué hay que cambiar? ¡Con pensar ye tenemos suficiente!

¿O es que tengo que demostrar a alguien que puedo cambiar mi estilo literario?