, 05 de enero de 2025
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Un día después
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Un día después

Actualizado 27/12/2024 08:13

El sol toma la mañana sin remilgos cuando llega el final de diciembre. Hay un aspecto decadente en la luz grisácea que atraviesa los visillos y se deja caer en el suelo, mojando las partículas en suspensión y mostrándolas con toda su verdad. El sentimiento es del beige que adquiere el chocolate al consumirse, el mismo del panettone plastificado, el de la purpurina yaciendo en las juntas de las baldosas.

He mandado varios mensajes para felicitar la Navidad. La mayoría tenían exclamaciones, pero me he dado cuenta de que inconscientemente he descartado los típicos emoticonos para aliviar la pesadez de las palabras. Siento la pérdida de la mitificación al doblar cuidadosamente el papel de envolver y ver los motivos carentes de alegría. En las tiendas, de las que se salvan los trabajadores, se respira un ambiente tenso y de latente competición. En las colas hay una frialdad paternalista de bolsas de grandes dimensiones repletas de vacío y superficialidad. Y escucho quejas sobre la lentitud sin atender a las razones que han llevado a ella, sin ningún tipo de análisis crítico. Los espectáculos urbanos consisten en una conjunción de lo rápido y lo automático, se valen de mensajes incongruentes y tópicos, tan carentes de personalidad que bien podrían haber sido formulados por una IA. Las luces parpadeantes no nos permiten ver que detrás de ese espectáculo hay una piedra maltrecha que ve pasar día tras días la soledad de los visitantes. La silla metálica vacía, el calefactor renqueante o el gorrión aterido son definitorios para la comprensión del día después a la Navidad. Una pareja carga con sendas flores de pascua con prisa y casi sin mirar el camino. Sus manos tan enrojecidas como los pétalos muestran la carencia de sus semejantes. Mi copa llena de agua mineral marida con el pan hasta que las voces blancas terminan de recitar las desventuras de la Virgen yendo a lavar los pañales después de haber preparado la masa madre. Y el rosal prefigura el dolor de la pasión, porque ya hace años que entendí que no hay gozo que no contenga un ápice de melancolía. Esa de la que hablamos cuando nos perdemos a nosotros mismos en la profundidad de unos grandes almacenes, en la calle iluminada erráticamente, en la compañía de risas enlatadas refrendadas por discursos poco sinceros, en las fotos al lado del árbol y en el papel de regalo.

Planeo mirar tras la ventana de vez en cuando a ver si la Navidad será blanca otra vez. Planeo cada regalo que haré con la profundidad con la que los poetas escriben un verso. Y daré al papel la gama de colores más alejada del beige que se me ocurra. Si el día de después es como hoy, pediré que todo esté bien.

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