Con 26 años dejó su país para especializarse en Barcelona. Tras varios años, ahora es médico de cabecera en Fuentes de Oñoro
“Soy Jeazul, soy mexicana y llegué a Salamanca hace unos años”, comienza explicando esta joven. Como cada 18 de diciembre se celebra el Día del Migrante y conocemos la historia de Jeazul. Una historia que no todos los migrantes pueden vivir de igual forma, tal y como asegura ella.
Nació en Veracruz, en la costa del Atlántico mexicano. Estudió Medicina en México y se especializó en Salud Pública y Epidemiología. “Al terminar la carrera decidí hacer el servicio social, lo que es en España el MIR, en el área de salud pública. La diferencia es que en México te exigen un máster de dos años para continuar, y tuve algunos problemas para acceder al máster en el Instituto Mexicano de Salud Pública”. Sin embargo, fue aceptada en la Universidad de Barcelona, a miles de kilómetros de su casa.
“Así que, sin pensarlo mucho, me mudé a Barcelona con mis propios ahorros, porque aunque el salario del servicio social es bajo, los gastos en el extranjero son aún mayores”. Tenía 26 años en ese momento. “Afortunadamente el apoyo de mis padres, de mi familia, de mis tías y de mi pareja en aquella época, que fue quien me animó a seguir el sueño de cumplir su especialidad en Barcelona, me trajeron hasta España”, recuerda.
Llegó a Barcelona con un visado de estudios y, tras de concluir la especialidad, estuvo en el Hospital Clínic y el Hospital de la Santa Creu i Sant Pau, donde me conoció en el trabajo clínico y luego el área de tuberculosis. Después comenzó a trabajar en la ONU, en salud pública, lo que he ha llevado a viajar y vivir en diferente s países como Mozambique, el Congo, Tanzania, Kenia... muchas misiones, viajando a estos países. “Después de un tiempo me especialicé con el Máster de Enfermedades Tropicales, lo que me llevó a la Universidad de Salamanca”. Y así fue como llegó a Salamanca.
Recuerda que al llegar a Salamanca el principio fue “raro porque aunque mucha gente llega como turista, yo llegué con un propósito, con trabajo, con un futuro claro. Mi formación me permitió integrarme rápidamente, y fue así como comencé a hacer raíces aquí”, recuerda.
“Siempre he sabido que mi futuro estaría en la salud pública y Salamanca me brindó las oportunidades para continuar con mi doctorado en esta área. Hoy, después de haber trabajado en la ONU y haber viajado por varios países, ya no tengo intenciones de regresar a México. Estoy bien aquí, cómoda, estable. En Salamanca ya he hecho raíz. Ya no puedo irme sin mi farinato a ningún lugar(ríe)”.
Salamanca “es una ciudad pequeña y la verdad que está muy bien localizada, aunque no está conectada del todo bien. Ya tengo una vida aquí con mis tres perros, un gato, y un trabajo en el ámbito rural, donde ahora soy médica en Fuentes de Oñoro", un pueblo en el que está muy contenta. "En el pueblo soy una más, ya es mi pueblo. Allá llevo dos años trabajando y cuando me renovaron pedí que no me movieran del pueblito y me encanta reactivar a la población, hablar con los abuelos, estoy muy cómoda”, asegura.
"Aunque no tengo pareja y aún me gustaría ser madre, estoy feliz de mi vida aquí. Salamanca tiene lo suficiente para que me sienta a gusto: un ritmo de vida tranquilo, buena comida, y un entorno cercano que me ha hecho sentir como en casa. Incluso la comida, como las uvas en Año Nuevo o la rosca, me hacen sentir que no estoy tan lejos de mi tierra. México y España tienen una conexión cultural muy fuerte que no he encontrado en otros lugares".
Por supuesto, la vida como migrante no ha sido fácil. “He tenido que lidiar con dificultades burocráticas, con la incertidumbre de mi estatus migratorio, pero nunca me rendí. La verdad, si no tienes una formación adecuada, las barreras son mucho más grandes. Yo tuve suerte de llegar con una especialización y poder ofrecer algo a la sociedad. Pero no todos los migrantes tienen esa suerte. El proceso para obtener un permiso de residencia o un contrato de trabajo es complicado y muchas veces no se reconoce el esfuerzo que implica”.
Todavía recuerda lo difícil que fue al principio. “No me dejaban trabajar de forma legal debido a los trámites migratorios, lo que me limitaba mucho. Estuve en una situación irregular durante un tiempo y, en ese entonces, el trabajo y la vida cotidiana se volvían un ciclo vicioso. Afortunadamente, con el tiempo, logré obtener la residencia como altamente cualificada, pero no es un proceso fácil”.
Sobre todo, “he aprendido que nadie deja su país por gusto. Todos los migrantes, incluso los más privilegiados, enfrentan desafíos, aunque algunos más que otros. Yo he tenido más oportunidades, pero eso no significa que haya sido fácil. Por eso, a veces pienso en todos los que no tienen nada y que se ven obligados a salir de su hogar en busca de una vida mejor”.
Su experiencia en Salamanca, a pesar de las dificultades, la define como enriquecedora. “Aquí he podido hacer cosas que nunca imaginé, como trabajar en un centro de salud rural, donde la relación con los pacientes es más cercana. Me gusta el trato directo, hablar con los abuelos, ayudarles con sus problemas. A diferencia de las grandes ciudades, aquí soy una más. En la ciudad a veces experimenté discriminación, pero en los pueblos la gente te ve como alguien cercano, como parte de la comunidad. Y esa es una sensación maravillosa”.
“Ahora, con el paso de los años, me siento como en casa. Ya he echado raíces en Salamanca. No sé si me quedaré aquí para siempre, pero sí sé que, por ahora, este es el lugar donde quiero estar”, concluye.