La persona cuando ora no puede prescindir de su mundo: trabajo, familia, tensiones, alegrías o tristezas. Oramos desde lo que vivimos, entramos en comunión con Dios a través del mundo y las personas y es el padre el que iluminará y hará más humana nuestra existencia. Dios ha intervenido y sigue interviniendo en nuestra historia y ésta la podemos interpretar, en el acontecer de cada día, en el aquí y en el ahora, sin una ayuda especial del Creador.
Si el creyente ora desde la vida, también debe orar para la vida. No agrada a Dios el que dice “Señor, Señor, sino el que hace la voluntad del Padre…” “No es oración lo que no nace de la vida, tampoco, lo que no tenemos intención de convertir en vida” (M. Estrade).
El documento que se publicó, sobre el culto, en la cuarta Asamblea del Consejo Mundial de Iglesias de Upsala, abordó esta doble conexión entre oración y vida:
En nuestros cultos estamos llamados a aportar ante Dios las preocupaciones del mundo. También se nos da la posibilidad de obedecerle en lo cotidiano del mundo en que vivimos. El cristiano, al orar, tiene que hacer suyas todas las alegrías y las penas, todos los éxitos y los fracasos de la humanidad actual.
Una oración que no tome en cuenta la vida y cargue con ella, es vacía. Al mismo tiempo que escuchamos a Dios, en la oración, tenemos que escuchar los gritos del mundo y hacernos solidarios de su historia.
Vivimos según rezamos; tendremos, pues, que concluir que rezaremos según vivimos. Oración es estar vuelto al otro, no es cuestión de tiempo y lugar, aunque exija tiempos y lugares, sino de amor.
La oración nos exige ponernos a disposición del amigo, del otro, ya que no somos nuestros, sino suyos: no nos pertenecemos. Él, que siempre tiene la iniciativa, me va a guiar y conducir por caminos de amor, si es que yo me dejo.
La oración nos da nuevos ojos para ver a Dios y a los otros de distinta manera. La oración nos hace ver el mundo desde la fe, no nos ciega para que no veamos los problemas del entorno, al contrario, encontrarnos con Dios, nos lleva a comprometernos con el hermano.
La vida de oración nos lleva a centrar nuestra vida en Dios, a cambiar nuestra vida. Pablo VI enumera algunos efectos de la oración: es una “fuente de alegría y esperanza de que tiene necesidad nuestra peregrinación terrena”; “ilumina el camino, mantiene tensa la vigilancia y estimula la conciencia”; “vence la oscuridad y el cansancio de nuestro camino. La oración, la vida de oración, es decir, la habitual dirección del espíritu hacia Dios, mediante una conversación filial y el concertado silencio con él, conduce a aquella forma de espiritualidad que está llena del don de sabiduría del Espíritu Santo (Rom 8,14), y que podamos llamar, incluso en el simple fiel, vida contemplativa”.
La oración nos exige una coherencia de vida. “Nadie alaba a Dios, si sus acciones no están de acuerdo con el canto de sus labios, en el amor a Dios y al prójimo” (san Agustín). La vida ha de ser el lugar para el encuentro con Dios y con Cristo.
Un diálogo en plenitud es aquel en el que las partes involucradas se sienten escuchadas, respetadas y comprendidas. Es un intercambio auténtico de ideas, emociones y perspectivas, donde no solo se trata de hablar, sino también de escuchar activamente. Igualmente pasa con Dios.
Este miércoles, día 11, el P. Eusebio Gómez Navarro presentará su último libro titulado Oración, diálogo en plenitud, a las 18:30, en el salón de los Carmelitas de la calle Zamora, 59
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