Jueves, 12 de diciembre de 2024
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Delicada delicadeza
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Delicada delicadeza

Actualizado 09/12/2024 20:38
Charo Alonso

Frente al estrépito de las luces de la calle engalanada, busco la delicadeza de la llama de una vela exquisita. El pulido verdor de las hojas del acebo y su regalo rojo de bola navideña. Un ángulo me basta para evocar la mesa llena y el cristal heredado que brilla desparejo porque las copas se rompen y los platos bonitos son una redonda constelación de buenos deseos plenos de aquello que nos gusta y no de lo que la costumbre de otros nos obliga. En la mesa de mi abuela, sobria y siempre generosa, todo tenía la sencillez de la fiesta campesina y de la pieza de cristal que se guarda para la navidad, la patrona y la pascua de resurrección. El gesto de fiesta, la pasta y el vino dulce, la celebración económica que se alegra del goce de la compañía.

Preparamos los fastos de las fiestas y hay niños en los belenes derruidos de Gaza que por no tener, ni el aliento cálido de la mula y el buey. Los nacimientos guardan un ángel que anuncia la buena nueva, no la alarma por el bombardeo ruso en tierras donde los pastores acarrean tanques. Nadie está libre del miedo de que llegue el agua, el calor extremo, el plástico que flota en el mar de todos los veranos, esos veranos tan lejanos del aliento frío que se condensa en las bocas abiertas ante las luces excesivas, los paquetes que rasgan niños que todo tienen, la comida que sobra mientras nos reunimos. Y en esa mesa que debe ser compartida y medida, un ángulo me basta, el de la alegría de tenernos y de pasarnos el pan y la sal que necesitamos, nada más. Un ángulo donde quepan los que se quedaron ahí donde los enfermos pasan los días, donde trabajan los indispensables: de cara al río de todas las aguas reflejado en las ventanas del hospital. Días de fervor para desearse lo bueno y guardarse en la casa iluminada con esa sola vela, con la inocencia de un niño que nace y nos hace felices. Tanto como una tarde de niebla en otro hospital en el que apareció ella, como una bendición que ahora se inclina sobre la mesa y sonríe feliz, porque encuentra aquello que le gusta y no pide más. Es la delicada felicidad de los días de asueto, a la espera del hielo y del gorro de lana; es el recuerdo del fuego donde la abuela le tostaba el pan duro que se ornaba con aceite. El tiempo evocado de una delicada belleza sin alharacas, sencillez y bendita sea.

Charo Alonso.

Fotografía: Fernando Sánchez Gómez.

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