Con motivo de la festividad de la Inmaculada, la pieza fue bendecida en una emotiva ceremonia
Una parroquia humilde de barrio, humilde como la quisieron los párrocos que fundaron “El nombre de María” en los bajos de un edificio del Alto del Rollo, el barrio humilde de fábrica y ferroviarios surgido del fervor del barro y la laboriosidad de las gentes cercanas al campo y al río. Una parroquia que recibe a sus gentes con las manos abiertas de una pieza delicada de Agustín Casillas, vecino de sus calles, que talló en sus paredes exteriores los símbolos marianos de su advocación y la tiendecita de campaña que aludía a su carácter humilde y peripatético que quiso Heliodoro Morales, también artífice de la iglesia del Puente Ladrillo. Una parroquia que responde al empeño de sus párrocos, Tomás Gil y Juan Andrés Martín comprometidos no solo con el trabajo pastoral, sino con el evangelio vivido a través del arte, un arte moderno que regresa a la iglesia a través del discurso de artistas como el propio Casillas, Ángel Luis Iglesias, Florencio Maíllo y ahora, Amelia García.
Natural de Valverdón, docente y artista durante largos años en la Escuela Superior de Arte de Palma de Mallorca, Amelia García regresa a la Salamanca de sus estudios de la mano de Álvarez del Manzano con su excelso trabajo de ceramista y escultora que hemos podido disfrutar en una exposición en La Salina así como en su pueblo natal, Ávila y León. Comprometida con la causa de la mujer, sus elevadas figuras femeninas son un canto a la sororidad, a la fuerza de la mujer, a su dignidad y su capacidad de dar la vida. Y es esta maternidad la que glosa en su homilía Tomás Gil, recordándonos que aunque el arte ha pintado muy bellamente a una María sumisa e idealizada, de manos juntas y actitud pasiva, la auténtica María de Nazaret es como las mujeres que talla la escultora: de grandes manos para la entrega y pies bien hundidos en la tierra para soportar los embates de la vida. Una mujer a la que aplicar este “Peregrina de la esperanza” con la que se nombra esta imagen que la propia artista presenta a la parroquia con la emoción de las grandes ocasiones: “Yo trabajo con la idea de la mujer, busco y pretendo que las mujeres sean iguales a los hombres y titulé esta obra “Soledad” porque estaba trabajando sobre la violencia de género y una mujer embarazada por una parte es la esperanza de la vida nueva y por la otra, es el miedo a lo desconocido. Su fuerza radica en la verticalidad para afrontarlo todo”. Una fuerza, que nos recuerda Tomás Gil, responde a una Virgen no al uso, tierna y sumisa, sino que es una María de la tierra, a punto de sufrir la discriminación y el oprobio tras recibir la visita del arcángel Gabriel, el mensajero.
Bendecida con una sencilla ceremonia, la imagen de la escultora salmantina es una buena muestra del acercamiento al arte moderno de una espiritualidad renovada. Y cercana en su empeño de parroquia de barrio, de problema diario, de devoción directa. La imagen, de una equilibrada serenidad y de una sobriedad que se rompe en la posición de sus grandes manos que cuidan y protegen el vientre, es una maternidad próxima y valerosa. Tanto como lo es la artista, conocedora del dolor y la sororidad con los que sus grupos escultóricos y sus figuras femeninas enfrentan la verticalidad y la altura, la dulzura, la soledad y la serenidad. Se trata de una pieza que borda el tejido de su vestimenta con el punzón de la artista y responde a un lenguaje ya perfectamente reconocible. El arte, de nuevo, es vehículo de fe, fe y arte en la sensibilidad exquisita de quienes peregrinan en el día a día de la esperanza.