"Es la maestra de toda la vida. Esa que sabía si te dolía la barriga y por qué, si te picaba el orgullo y por qué, si te aullaba el alma y por qué", explican desde el colegio San Agustín
Escuelas Católicas Castilla y León reconoce a Carmen Villarrubia con el Premio Docente 2024. Se trata de una docente recientemente jubilada del Colegio San Agustín de Salamanca, donde como recuerdo de toda una vida profesional recuperan el texto con el que presentaron su candidatura a este galardón hace un año:
LA SEÑORITA CARMEN
Puestos a repasar los requisitos y puntos en común que pueden tener todos los docentes que reciben estos días galardones como el mejor maestro del mundo o premio al docente innovador uno no sabe muy bien a qué atenerse. Todos los premiados parecen tener en común, eso sí, la capacidad de crear nuevos métodos de motivación que enganchen a su alumnado a otra forma de acercarse a los contenidos, tantas veces toqueteados sin sentido por el incansable cambio de sucesivas leyes educativas.
Pero si uno se para a pensar y profundiza en el sentido de esas innovaciones, de tantos y tantos métodos modernos o nuevas perspectivas de la educación por estos días, de una forma u otra te acabas dando cuenta que muchas veces la clave está en volver a la esencia. A lo más simple y efectivo.
Un personaje que viene a nuestra cabeza cuando pensamos en el catálogo de superpoderes básicos de un docente es, precisamente, la maestra. La de toda la vida. Esa que lo hizo todo por sus alumnos, de los que conocía nombres, apellidos, dirección y casi toda su casuística familiar, actualizada día a día en la fila, el momento de llegada de los niños. Esa maestra –para qué vamos a engañarnos, casi siempre eran mujeres– que sabía si te dolía la barriga y por qué, si te picaba el orgullo y por qué, si te aullaba el alma y por qué. Esa maestra que conocía perfectamente lo que de verdad importaba de la educación, ajeno en aquella época, por obligación, a las pantallas, las redes o las plataformas globales.
Carmen ha sido siempre una de esas maestras de tiza y muchas horas de pupitre junto a sus alumnos. A punto de jubilarse, todavía es incapaz de entender una clase sin levantarse de su mesa y caminar entre las mesitas de sus alumnos –58 años más jóvenes– para corregir unas líneas aquí, una cuenta allá. Es raro verla sentada delante de un ordenador. Dudo mucho que la veamos proyectando una simulación o alguno de esos materiales digitales por los que las editoriales han apostado. A veces me pregunto si habrán consultado a una maestra como Carmen al respecto.
Uno podría pensar que los alumnos ya no necesitan a maestras como Carmen y se equivocaría plenamente. Los niños, quizás mejor que los adultos, sorprenden dejando a un lado esa gran diferencia de edad. A fin de cuentas, salvando lo accesorio, lo que ellos necesitan es algo tan sencillo que muchas veces se da erróneamente por supuesto en el caos legislativo educativo: humanidad y personas. Recuerdo una frase de Carmen que lo dice casi todo: “¿Descriptores operativos? Yo lo que quiero es que la niña entienda lo que lee.” Y para conseguirlo, Carmen y otras tantas maestras como ella utilizaban su imaginación y mil recursos propios que ahora parecen propios de la prehistoria educativa. Al hilo de escribir estas líneas, recordábamos como allá por los noventa Carmen contaba con poco más que papel de calco para sacar las fichas que al día siguiente rellenarían sus alumnos.
Carmen Villarrubia Bosch fue durante muchos años la señorita Carmen en el Colegio San Agustín. El paso del tiempo ha obrado el cambio de título, pero no la esencia de aquella señorita del único grupo de E. Infantil – ¿parvulitos? – del curso correspondiente, por aquellos años de una sola línea. Ligada, siempre, a la señorita Paquita, compañera de batallas. Tiempos muy pasados en que compartían espacios colegiales con Nunchi, Basi, Azucena y Mª Ángeles, en aquellos años en los que los niños pasaban toda la mañana – y un pellizco de la tarde – con su señorita. La clase de Carmen, por lo que dicen sus antiguos alumnos, era un lugar digno de recuerdo.
Aprovechaba Carmen, junto a sus compañeras, el horario de tarde de nuestro secretario para rogar que les diera ‘de extranjis’ un boli, un lápiz, una cartulina, unos folios, una goma, un sacapuntas, unas tizas de más… Recordamos, a puertas de la temporada navideña, las entrañables funciones con representación del nacimiento y cinco o seis personajes infantiles clave: la Virgen, San José, los ángeles, los pastores; el vestuario repetido cada año, los papeles aprendidos de memoria de tales personajes infantiles, y la atención y dedicación de Carmen y las seños a que todo saliera bien. No perfecto, había que dejar algo para superarse al año siguiente.
Emilio Martín Palacios, antiguo Jefe de Estudios de Secundaria y ahora felizmente jubilado, recuerda una costumbre que conservó hasta el final: cualquier momento era bueno para dar una vuelta por los pequeños y visitar sus clases y charlar con las señoritas. Carmen, cercana siempre, agradecía la visita y daba cuenta de las peculiaridades de los pequeños alumnos sentados en el aula, además de comentar las incidencias y chismes de interés que circulaban por los pasillos.
Carmen fue siempre afable, cercana, aun en los muchos malos momentos, siempre comunicativa y confiada con quienes consideraba sus amigos. En horas escolares, y en la calle, y en espacios y tiempos no lectivos. Disfrutaba con quien estaba bien, y le fue siempre fácil confidenciar con quienes consideraba amigos, compañeros cercanos, personas de fiar, compañeros, antiguos alumnos, familias… Carmen seguirá siendo presencia constante en nuestras graduaciones de Bachillerato, mientras por ellas pasen alumnos a los que ella enseñase diez o doce años atrás. Siempre ha sido curioso ver de primera mano cómo pre-universitarios –muchos ya con barba– agradecen emocionados la presencia de su señorita.
Desconozco qué requisitos objetivos debe reunir un docente para ser premiado en estos días de sobreinformación e innovación continua. Lo que sí sé es que nuestros colegios están aún salpicados por maestras como Carmen, de la vieja escuela, cierto, pero que han sabido adaptar sus buenas artes a los tiempos por los que discurre la educación.
Me gustaría cerrar este alegato en favor de Carmen con una experiencia reciente. Carmen siempre ha tenido ese don de captar la atención de los alumnos cuando eleva el tono de voz, gesticula en exceso, aparentemente enfadada, cuando alguna fechoría, mal rendimiento o comportamiento de un alumno requiere una corrección. Sin embargo, esa capacidad de teatralizar las situaciones menores resulta paradójica cuando, por ejemplo, un niño recién llegado al Colegio, asustado, al punto de la lágrima ante el jaleo del inicio de curso, la elige a ella como punto de apoyo y seguridad. La teatralidad de Carmen se adapta a la situación y ese niño asustado se calma, aferrado eso sí, a la mano de la señorita Carmen.
¿No son esos detalles los que recordamos durante toda nuestra vida? Los contenidos y las notas pasan – ¿quién recuerda cómo hacer una raíz cuadrada? – y se pierden en nuestra memoria, la mano que nos dio seguridad cuando más lo necesitamos queda para siempre en nuestro recuerdo.
Carmen se jubila este noviembre tras 38 años dedicada a la Educación con mayúsculas. Los que aquí escribimos no somos capaces de encontrar una palabra más acertada para cerrar su paso por el Colegio San Agustín de Salamanca que GRACIAS. Para nosotros TÚ has sido nuestro premio.