Los documentos han sido transcritos, fotografiados y han pasado a formar parte del archivo del monasterio de la Anunciación en Alba de Tormes
Comienzan a conocerse más detalles tras la apertura del sepulcro de Santa Teresa de Jesús que tuvo lugar el pasado 28 de agosto en Alba de Tormes. Los Carmelitas Descalzos han informado del hallazgo de cinco actas notariales en un rollo junto al cuerpo de la santa andariega. Se trata de documentos de gran valor histórico, manuscritos en pergamino y en papel. Además destaca la presencia flores de tela y una palma encontradas sobre el cuerpo de la Santa.
Además, en el rollo de cartón que contenía la documentación, se han encontrado fotografías del cuerpo de la Santa realizadas por el padre carmelita descalzo Eliseo de San José en 1914. Los profesores Margarita Ruiz Maldonado y José Navarro Talegón, por encargo de la Orden del Carmelo Descalzo han transcrito estos documentos.
Testimonio del traslado del cuerpo de santa Teresa de Jesús, desde el sitio en que a su fallecimiento fue sepultada, al nuevo lugar que la Orden del Carmelo Descalzo ha dispuesto en su honor en la iglesia del monasterio de Alba de Tormes y en atención a sus devotos visitantes y a una urna de piedra destinada a preservarlo, tras la obtención de reliquias del mismo, veneradas como milagrosas en toda la cristiandad. Se mencionan expresamente, las del corazón y brazo izquierdo, que posee el convento de la Encarnación de Alba de Tormes, y la de la mano izquierda, entonces en Lisboa (en el convento de las madres carmelitas descalzas de San Alberto).
Se alude a la fragancia emanada de su primera sepultura, determinante de la exhumación y del hallazgo del cuerpo incorrupto, exudando “óleo de suavísimo olor”.
Registra su beatificación y que se espera su canonización. Dado por el definidor general y secretario de la Orden del Carmelo Descalzo, refrendado por el padre general de la misma, por su secretario personal y por don Antonio de Toledo en calidad de representante del duque de Alba.
Acta notarial de la comparecencia el 18 de octubre de 1750 del duque de Huéscar, don Fernando de Silva Álvarez de Toledo, con todo un séquito de testigos, entre los que figura el famoso doctor don Diego de Torres Villarroel, en el convento de Carmelitas Descalzas de Alba de Tormes, en el camarín alto, donde, abierta el arca que contenía el venerable cuerpo de santa Teresa de Jesús, reconocidos pormenorizadamente aquélla y éste, declara bajo juramento con “su mano derecha sobre el Toisón que viste”, que son los mismos que reconoció y adoró en presencia de diversos testigos el día dos del corriente mes de octubre, cuando los sacaron de la urna sepulcral de piedra que los resguardaba, metida en el hueco de la pared del altar mayor de la iglesia, bajo grandes piedras y entre rejas, así como del poder que otorgó a don Alonso de Oviedo, alcaide de la fortaleza, para representarlo en el acto del restablecimiento del arca y del cuerpo santo a la urna sepulcral, al que no podrá asistir porque tiene que acudir al Escorial a llamada del rey.
Es copia autorizada sacada el 19 de octubre de 1750 del original, datado el día antes, para introducirla dentro de la urna sobredicha.
Testimonio de la apertura del sepulcro de santa Teresa de Jesús el 2 de octubre de 1750, motivada por el propósito de los reyes Fernando VI y Bárbara de Braganza de viajar a Alba para ver y venerar su cuerpo el día 15 de dicho mes, festividad de la santa. Relata cómo sirviéndose de cuatro albañiles liberaron la urna, de piedra blanca de Villamayor, de los grandes bloques de cantería sobrepuestos a la misma en el vano del muro del retablo mayor, cerrado por ambas haces con sendas rejas, de las que la del lado del camarín, de dos hojas, se abrió con las tres llaves que poseían y aportaron la casa ducal de Alba, representada por el duque de Huéscar, primogénito de la duquesa titular, el general de la Orden y la priora del convento de la Anunciación. En su presencia y la de otros concurrentes se halló dentro de dicha urna el arca de madera con el santo cuerpo. Ésta se describe detallando sus dimensiones y ornamentación: forrada al exterior de terciopelo carmesí, enriquecida con tachones, sobrepuestos zoomorfos, tarjetones con textos bíblicos y quintillas, cantoneras, estribos esféricos, guarniciones, refuerzos y bisagras de cierre, todo ello dorado, de bronce o de hierro. Descerrajada una cerraja por no encontrar la llave, la abren y la encuentran forrada de damasco carmesí, con “el santo cuerpo entero e incorrupto” conservado “con piel y carne y huesos”, si bien mutilado de partes que se veneran como reliquias, las de mayor entidad en casas de la Orden. La cubrían un lienzo de holanda y un paño de seda encarnada; al lado, en una caja de plomo, apareció un pergamino con el acta del traslado del cuerpo de la santa efectuado el 13 de julio de 1616, cuyo texto se transcribe. Venerado el santo cuerpo por los presentes, y asegurado el cierre del arca con una cerraja provisional y clausurado el acceso al camarín, encomiendan a un cerrajero que incremente la seguridad del arca dotándola de dos nuevos candados, uno en la cabecera y otro a los pies, con cuyas llaves se quedarían el padre general y la madre priora; a la cerraja central que tuvieron que descerrajar le haría una llave para la casa de Alba. Así cerrada, la expusieron en el vano del muro coincidente con el nicho central del retablo mayor, entre sus dos rejas, para el día de su festividad y su octavario, acordando que al cabo de este, ante la incomparecencia de los monarcas por haber enfermado la reina, se introdujera de nuevo el arca en la urna sepulcral y que sobrepusieran a ésta las piedras garantes de su inaccesibilidad, fragmentando la mayor para facilitar el desmontaje en previsión de posibles aperturas futuras. El 18 de octubre, antes de que tal decisión se ejecutara, el sobredicho duque de Huéscar y heredero del ducado de Alba, don Fernando de Silva y Álvarez de Toledo, ante la imposibilidad de asistir a dicha reposición por tener que ausentarse llamado por el rey, entra en el convento acompañado de testigos y de un escribano público y en presencia del padre general, de la priora y la comunidad, abierta de nuevo el arca y descubierto el cuerpo santo, jura con la mano sobre el Toisón que una y otro eran los mismos que sacaron de la urna el pasado día 2 y apodera a don Antonio de Oviedo para que lo represente en el acto de la restitución del arca y cuerpo a la urna sepulcral. Ésta tuvo lugar el 29 del mismo mes, a las dos de la tarde, en presencia de los que habían asistido el día 2 a la apertura, excepto uno, ausente por enfermedad, tras abrir otra vez el arca y comprobar que ésta, con dos candados más, y el cuerpo que contenía eran los entonces descubiertos, después de retirados el lienzo y el paño de seda que velaban los restos de la santa, para distribuirlos como reliquias, y cubrirlo con dos sábanas y un tapete nuevos más toca y dos velos para la cabeza, y una vez asegurado su cerramiento a base de candados, cerradura y bisagras.
El redactor del texto y fedatario fue fray Francisco de San Antonio, secretario del padre general, fray Nicolás de Jesús María, que lo autoriza con su firma, al igual que todos los asistentes.
Testimonio del traslado del cuerpo de santa Teresa a la “urna de plata ricamente adornada de realces” y “forrada toda por dentro de terciopelo carmesí”, donada para su “mayor culto y veneración por los católicos reyes don Fernando VI y doña María Bárbara de Portugal, ya difuntos.
El arca con el venerable cuerpo se encontraba depositada provisionalmente en “el mismo paraje que sirvió a dicha Santa Madre en su vida de habitación”, donde el padre general, fray Pablo de la Concepción, el provincial, los integrantes del definitorio, la priora y monjas del convento reconocen que coincide con la descrita en el testimonio del 29 de octubre de 1750. Desde allí es conducida en procesión por seis religiosos, alumbrando con velas los demás asistentes, hasta el camarín bajo, donde comparecieron don Alonso de Oviedo, como apoderado del duque de Alba, y el arquitecto de S.M. Jaime Marquet y se procedió a la apertura del arca con la llave del generalato, correspondiente al candado de la cabecera, con la del ducado de Alba, para la cerradura central, y con la de la priora del convento para el candado de los pies. Se reconoció que el santo cuerpo se encontraba “en el mismo ser y estado” y con las ropas de 1750, fue venerado por los asistentes, algunos religiosos tocaron a él reliquias, rosarios, cintas y telas, y se volvió a cerrar el arca.
Al día siguiente decidieron exponerlo en el coro bajo conventual, abriendo de nuevo el arca “para consuelo de este pueblo y de muchos circunvecinos”, cuyas gentes durante siete horas, a través de la reja coral, pudieron ver la cabeza de la santa y velado el resto de su cuerpo, vigilado por religiosos. Hacia las cuatro de la tarde, concurriendo también el cardenal Solís, arzobispo de Sevilla, y el obispo de Salamanca, seis religiosas trasladaron el cuerpo santo con sus ropas a la urna de plata; en ella fue venerado por los asistentes y llevado procesionalmente, con velas encendidas, al camarín alto. Allí introdujeron la urna de plata “en otra exquisitamente labrada de mármol de San Pablo, con sus adornos de bronce dorado de oro molido, que se halla embutida en un arco del mismo mármol”, en el centro del retablo, “con toda magnificencia y dos ángeles” encima.
Autorizado por dos notarios y por el secretario general de la Orden y de su Definitorio y confirmado por las firmas de los testigos.
Acta de la apertura del sepulcro de santa Teresa autorizada por un autógrafo del papa Pío X, de 6 de junio de 1914, que tuvo lugar el 16 de agosto siguiente en presencia del general de la Orden y del provincial de Castilla con sus respectivos secretarios, del prior de Alba y de la priora y monjas de la comunidad de la misma villa.
Haciendo uso de las tres llaves que custodian el duque de Alba, el general y la priora sobredichos, se abrieron la reja, la urna de mármol y la de plata, que se colocó en el centro del camarín alto, donde hallaron el sagrado cuerpo como estaba cuando lo trasladaron a ella el 13 de octubre de 1760. Venerado por los presentes, quedó allí expuesto a la veneración de carmelitas venidos de distintos conventos de España, siempre bajo la vigilancia del padre general, garante del cierre del camarín tras los actos de adoración. Él y otros padres tocaron diversos tejidos y objetos piadosos al cuerpo santo hasta el día 23 de dicho mes, en que, después de fotografiarlo, cerraron el arca de plata y la embutieron en la de mármol sin extraer reliquia alguna y sin otra alteración que la de cambiar por un tubo de cartón el de plomo, “completamente pulverizado”, para las actas de apertura. La refrendan con sus firmas los presentes.