Natural de Cantalapiedra, este joven seminarista de Salamanca cambió el Grado en Historia por la Teología. Así es su día a día mientras se forma para convertirse en párroco
Mario Cabrera tiene 25 años y lleva seis en el seminario de Salamanca. Natural de Cantalapiedra, este salmantino cada día está más cerca de convertirse en sacerdote. “La vocación es un proceso que se va descubriendo con el tiempo”, explica el joven en esta entrevista a SALAMANCArtv AL DÍA.
"A veces pensamos que la vocación se decide en un instante pero en mi caso fue algo gradual, con muchos indicios a lo largo de mi vida que me fueron marcando el camino", reflexiona.
Mario comenzó a considerar su vocación en su adolescencia, cuando, tras terminar segundo de bachillerato, se encontraba en ese punto de inflexión. “El seminario era una opción que ya rondaba en mi mente, aunque no quería ni pensarlo. La decisión de convertirme en sacerdote me parecía algo alejado de la realidad”, recuerda. Algo impensable para alguien joven como él, que disfrutaba de su tiempo libre con amigos y actividades sociales.
Recuerda que durante su adolescencia fue muy activo en la parroquia de su pueblo, participando en la catequesis, en el grupo de jóvenes y en las actividades religiosas que se organizaban. “Esos momentos de compromiso comunitario fueron los que, poco a poco, sembraron la semilla de la vocación”. Sin embargo, la gran decisión llegó después de un año en la Universidad de Salamanca, donde Mario empezó a estudiar el Grado en Historia.
Casualidades o no de la vida, en ese año los párrocos de su pueblo habían sido trasladado a Salamanca. “Justamente a una parroquia al lado de donde yo vivía. Allí estuve otra vez en contacto con ellos, ayudaba en la parroquia… y volvió todo”, recuerda. Ahí descubrió que Historia no era lo suyo. Termino el curso y se fue a un retiro que asegura “me marcó”.
"Escuché a muchas personas mayores que hablaban de las insatisfacciones que habían tenido en sus vidas, de cómo se sentían vacíos por no haber tomado decisiones diferentes. Eso me impactó profundamente. ¿Y si yo también tomaba el camino equivocado? Yo quería ser feliz, y sabía que lo que realmente me llenaba era la vocación religiosa", afirma.
A sus 19 años decidió dar el paso, dejó la carrera y entró en el seminario. "Pensé que no iba a durar ni una semana", reconoce entre risas, pero hoy, seis años después, sigue allí. Recuerda como se lo dijo a su familia, en especial a su madre. “Fue muy gracioso, recuerdo que era agosto y ella estaba en la cocina, de espaldas a mí. Le dije que había dejado la carrera porque… y no me dejó terminar la frase. Se giró y dijo: porque te vas al seminario. Y yo ya le dije: bueno ya que lo sabes tú, díselo tú a papá”, recuerda riendo.
Tanto su la familia y los amigos han sido un pilar fundamental en su camino. "Mis amigos al principio no entendían cómo podía ser cura si me gustaba salir de fiesta", asegura. "Pero al final, todos querían lo mismo para mí: que fuera feliz. Y, poco a poco, lo vieron en mí", afirma.
Pie de foto: Mario junto a sus amigos
La vida de Mario en el seminario comienza temprano, a las 7:00 de la mañana, con el rezo de Laudes, una oración matutina. Después, desayuna con los demás seminaristas y se dirige a la Facultad de Teología, donde pasa toda la mañana en clases. Por la tarde, además de estudiar, hay tiempo para la formación espiritual, las tareas del seminario y la práctica deportiva.
Aunque el ritmo de vida es diferente al de sus amigos, Mario lo describe como "normal". En mi caso el cambio más grande ha sido de vivir en el pueblo a Salamanca.
Los fines de semana, Mario y sus compañeros se dedican a la pastoral, es decir, a las tareas de acompañamiento y servicio en las parroquias de la diócesis. "Estoy en varias parroquias, como Villares de la Reina y Montrubio. Ahí es donde realmente aprendo y veo lo que significa ser cura, no solo desde la teoría, sino desde el contacto directo con la gente", dice.
El camino hacia el sacerdocio no es corto ni fácil. Mario nos explica que en el seminario hay varios pasos antes de llegar a ser ordenado sacerdote. "Al principio, pasas por un año propedéutico, que es un año de adaptación. Luego, estudias cinco años de teología. Y después de eso, hay un año de pastoral. En total, son siete años de formación, aunque esto puede variar según la diócesis", detalla.
El 20 de marzo de 2023 fue admitido en las Órdenes Sagradas, un proceso que, aunque largo, está lleno de momentos de reflexión, crecimiento personal y espiritual. "Este año me toca hacer el acolitado y el lectorado, que son como etapas intermedias antes de recibir el diaconado y luego el presbiterado", explica.
Para Mario, el sacerdocio es una cuestión de felicidad. "Lo que yo busco es ser feliz, y sé que este es el camino que Dios ha preparado para mí", asegura. "La gente suele pensar que los curas somos algo raro, pero no es así", dice. "Somos personas normales que hemos decidido seguir este camino, y como cualquier otra persona, buscamos ser felices y dar lo mejor de nosotros mismos".
Mario ha tenido que ser valiente para dar el paso, pero también nos invita a todos a ser valientes en nuestras propias decisiones de vida. "Al final, todo se trata de encontrar lo que te hace feliz y tener el valor de ir a por ello", concluye.