El pasado 23 de octubre se entregaron en Oviedo los Premios Princesa de Asturias, que desde 1981 -hasta 2014 con la denominación de Príncipe de Asturias-, llevan más de cuarenta años celebrando los mejores logros del la ciencia, las humanidades y, en definitiva, la cultura universal. Con la excusa de la concesión del premio de este año en su modalidad de Letras a la escritora rumana Ana Blandiana, a la que no he leído, quiero proponerles la obra de otra escritora, honrada también con el galardón asturiano, en este caso en 2018.
Se trata de Fred Vargas, de la que quiero recomendarles su obra novelística completa -más de una veintena de títulos-, aunque por obvias razones de espacio voy a centrarme en solo uno de ellos. Estamos ante una autora formidable, responsable de una literatura de extraordinaria calidad, que, pese a ello, no es demasiado popular en nuestro país, muy lejos de las arrolladoras dimensiones de su éxito en su Francia natal.
Frédérique Audoin-Rouzeau -su verdadero nombre- nació en París en 1957, en el seno de una familia vinculada al arte y la cultura. Su formación de base está unida a la Arqueología y la Historia, de la que es doctora con una tesis sobre la peste en la Edad Media. Arqueozoóloga y medievalista, ha trabajado como investigadora en el reputado CNRS y en el Instituto Pasteur, participando en diversas excavaciones arqueológicas en el país galo.
Fred Vargas eligió su apellido por el seudónimo que su hermana se “adjudicó” a partir del personaje interpretado por Ava Gardner en La condesa descalza. Desde muy pequeña empezó a interesarse por la literatura en general y la novela negra en particular. A los veintiocho años escribió su primera narración policiaca y desde entonces ha ido completando una obra, centrada sobre todo, como digo, en el género policial, formada por una veintena de novelas, además de algunos ensayos, un par de cómics y, ya con su verdadero nombre, sin seudónimo, otras publicaciones científicas en ámbitos pertenecientes a su dominio profesional. En su trayectoria cuenta, aparte del Princesa de Asturias, con numerosos premios específicos en el terreno del noir.
Las novelas negras de Fred Vargas, que son las que yo he leído, publicadas en España por Siruela, pueden agruparse en tres frentes distintos aunque con algunas conexiones entre ellos: hay alguna novela “autónoma”, que se presenta aislada, sin conexión con ninguna otra, como es el caso de Los que van a morir te saludan; está también la breve serie -una trilogía- que se presenta agrupada bajo la rúbrica de Los tres evangelistas y que incluye los libros Que se levanten los muertos, Más allá, a la derecha y Sin hogar ni lugar; y destaca, por último, la más larga serie protagonizada por el comisario Adamsberg, con once novelas ya en su edición española, en la penúltima de las cuales, Cuando sale la reclusa, de 2017, quiero centrarme también ahora en esta aproximación de síntesis casi imposible (la última, Sobre la losa, es, a mi juicio, de menor calidad, por lo que, en una recomendación tan extensa, puede obviarse sin problema).
El inspector Jean-Baptiste Adamsberg es un personaje excepcional, una construcción literaria de primer orden. Al frente de un grupo de veintisiete agentes de la Brigada Criminal del distrito 13 de París, su figura es todo menos “heroica” en el sentido prototípico que se asocia en el género al detective; ni siquiera encaja en la del antihéroe: se trata de un tipo común, delgado y bajito, sin especial atractivo físico aunque, eso sí, de admirable -fascinante incluso- personalidad. Reflexivo y de naturaleza infranerviosa, sin alterarse casi nunca, su modus operandi profesional sigue métodos erráticos que se oponen frontalmente a las pulsiones cartesianas de su equipo, cuyos miembros lo juzgaban a menudo soñador y utópico obstinado (…) Sin entender que, sencillamente, el comisario veía entre las brumas. Y es que la mayor parte de sus hallazgos surgen a partir de pálpitos, de intuiciones indefinibles, de las burbujas gaseosas que habitan en su cerebro. Ese poderoso instinto, su olfato, sus sensaciones, en ocasiones ancladas en algún suceso relevante de su pasado (las interpretaciones psicoanalíticas están muy presentes en la obra de Fred Vargas, en cuyas novelas aparece, a menudo, un psiquiatra), le harán dudar de las apariencias que ofrece la razón lógica llevándole al enfrentamiento con sus subordinados, la mayor parte de los cuales son también, por otro lado, caracteres muy bien dibujados, con verosimilitud y hondura, mostrando aristas y contradicciones, sentimientos y vida más allá de su funcionalidad como personajes de novela.
En Cuando sale la reclusa, entre alguna subtrama paralela (algo muy común también en la literatura de Vargas), el equipo debe investigar las muertes de unos ancianos, provocadas, al parecer, por sendas picaduras de la araña reclusa, la Loxosceles rufescens. La indagación, apasionante, se abre a infinidad de interpretaciones, avanzando por muchas vías, exigiendo pruebas y pesquisas varias, provocando la elaboración de múltiples hipótesis que se confirman primero para descartarse después, entre giros, equívocos, sorpresas e iniciativas fallidas, en un relato subyugante, que se lee de manera compulsiva y que deja al lector deslumbrado por la maestría de la autora, por su profunda inteligencia, por su amplia cultura, por, en suma, la originalidad de su propuesta que nada tiene que ver con ningún otro autor de serie negra (casi ni siquiera con ella misma, pues el núcleo temático sobre el que se construye cada novela es, siempre, sorprendente y novedoso, muy distinto al de las demás). Porque, como es habitual en los libros de la francesa, las historias relatadas -impecables desde el punto de vista de la más convencional “eficacia” narrativa- presentan, además, una serie de conexiones culturales, históricas, filosóficas y literarias sin parangón -al menos en mi experiencia lectora- ni en el género negro ni, en general, en gran parte de la literatura actual.
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Fred Vargas. Cuando sale la reclusa. Traducción de Anne-Hélène Suárez Girard. Editorial Siruela. Madrid, 2018. 408 páginas. 21.95 euros
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