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El viaje a ninguna parte
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COLES DE BRUSELAS, 93

El viaje a ninguna parte

Actualizado 25/10/2024 10:26
Concha Torres

Hubo un momento en la historia al que me gustaría ponerle fecha: ese en el que la gente decidió no parar. Quizás dentro de un par de siglos se estudie el fenómeno, y eso si seguimos en pie sobre la tierra y si los historiadores siguen existiendo; yo no viviré para verlo pero he sido parte activa y culpable de todo lo malo que pueda derivarse de ello: he participado en las bajadas y subidas del precio de los aviones, he encarecido los viajes en tren por no cogerlos, he dormido en hoteles donde quizás se maltrataba al personal y he visitado lugares a los que ya no se puede ir porque corren peligro de venirse abajo; he dejado tras de mi una estela de keroseno abundante y caminado por senderos naturales donde la fauna ya no se asoma porque los caminantes somos multitud. Sí, me acuso, lo he hecho; no creo que confesar estos pecados (ni ninguno en realidad) me abra las puertas del cielo, pero al menos, convicta y confesa, puedo escribir esta columna con mayor libertad.

Hubo otro momento en la historia en el que toda esa gente que va de acá para allá como pollo sin cabeza, encontró su boletín oficial en las redes sociales; y concretamente en Instagram, porque Facebook ha dejado de ser una red social para ser el hogar del pensionista de los que osaron meterse en una red social. La gente va y viene y se retrata para dejar constancia de ello y lo que no aparece en Instagram no se acepta como viaje; eso ha provocado una avalancha todavía mayor de personas que quieren ir a donde otros fueron antes (y se retrataron) y no quieren ir al puente romano si viven en Salamanca porque a pesar de que es lugar más que retratable y de que hay una escultura de Agustín Casillas de una belleza sobrecogedora, el Lazarillo no era influencer ni se habla de él en las redes; y aunque haya pasado a la historia como el primer pícaro conocido, hay otros sinvergüenzas que han venido después para enmendarle la plana y el Lazarillo, visto con los ojos de este siglo, es un piadoso monaguillo.

Hubo otro momento de mi vida en el que me dieron una beca Erasmus, el primer año de su existencia. Aquello fue como si me hubieran regalado un bonobús que tenía como límite geográfico Copenhague por el norte, Berlín por el este, y el Reino Unido por el Oeste. Todo lo comprendido en medio era susceptible de visita y admiración; incluido el muro el año mismo en el que lo tiraron abajo y la libertad fue algo más que una palabra destinada a defender a la hostelería y sus horarios. Ahora, me cuentan los padres de los Erasmus actuales que a la que se descuidan, el niño se coge un avión a Dubái desde Múnich, porque ir en tren desde la capital bávara hasta Berlín (pongamos) le cuesta lo mismo, lo que no deja de ser un despropósito. Luego queda por ver el interés que tiene Dubái, con respecto a Berlín, que para mí es poco, pero claro, yo soy del siglo XX. Y los del siglo XX ahorrábamos para ir a Londres algún día como nuestros padres pensaban que ya era un logro ir a Canarias de viaje de novios y nuestros abuelos a Madrid; ahora el mundo ha pasado de bola grande a pelota de ping-pong y a estos muchachos les parece que en los centros comerciales de los países del Golfo encontrarán a lo mejor un Zara con ropa diferente a la que compran en la calle Toro.

Y también hubo un momento hace no tanto en el que nos dijeron que no se podía ir a ningún sitio y que todos en casa a hornear pan y bollos varios y después a hacer gimnasia con las aplicaciones del teléfono para bajar tanto pan y tanto bollo. No querrán ustedes acordarse, pero en unos meses habrán pasado cinco años de aquello, y estas estampidas de viajeros (que ríanse ustedes de los búfalos en la pradera) son también el resultado de aquellos encierros tantas veces desproporcionados y poco entendidos. Yo quisiera vivir lo suficiente para ver en qué acaba todo esto, o a lo mejor no…El viaje, esa palabra evocadora y excitante, puede acabar siendo un viaje a ninguna parte, porque será el único lugar donde uno no se encuentre con miles de viajeros retratándose.

Concha Torres

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