Como siempre, basándome en mi experiencia personal de residente en esta ciudad, calculo que esa minoría de conciudadanos con aversión a la limpieza de los espacios públicos y a las normas que posibilitan una convivencia relajada y agradable, quizás no llegue ni al 10% de la población. Solo que, aunque pocos, su conducta de hacer las cosas mal o no hacer caso de lo prohibido, se nota mucho; se nota tanto, primero porque esas conductas son diarias, y, además, sin ellos podríamos afirmar con contento y seguridad de Salamanca: ¡es una ciudad limpia y acogedora!, además de poseer gran riqueza histórica.
Son siempre los mismos los que “dan la nota”. Los que forman el subgrupo de los “maleducados”, como decíamos antes, distinguiendo a los vecinos cuyas costumbres y conducta eran “educados” y los que no lo eran. Desgraciadamente la educación cívica está devaluándose y disminuyendo no solo en la vida cotidiana, sino en las pantallas de de las televisiones y en las redes sociales.
En relación a los hábitos de limpieza se puede afirmar que esa minoría de personas que no quieren echar el bote vacío de cerveza o de cualquier otro refresco en el punto de limpieza más cercano, el papel sobrante, o el envoltorio, o los excrementos de su perro, como dictan las ordenanzas de la ciudad, son incapaces de ponerse en el lugar del otro, usuario o transeúnte, en ningún momento. Se imaginan o desean infantilmente ser los únicos habitantes de esa ciudad o de ese lugar; la mayoría de ellos son personas que no pagan los impuestos que deberían pagar, y así, no valoran el coste del personal de limpieza, de jardinería, de conservación de una ciudad.
Cuando en alguna esporádica ocasión le he recordado con amabilidad a algún fóbico a las prohibiciones, por ejemplo al conductor del coche que se adentra y aparca en un jardín público para llevar a su niño al colegio, que está prohibido ese estacionamiento, la respuesta más frecuente es “¿Y a usted por qué le molesta?”. Parecen no poder o querer entender que no se trata de algo individual o privado, sino público; ni siquiera muchos entienden el simple hecho de pensar que si alguien hace algo en un lugar prohibido, como por ejemplo aparcar el coche, tirar el bote, o confundir el lugar con un wc, dada la naturaleza humana otro le va a imitar al poco tiempo y muchos otros harán lo mismo en unos cuantos días.
En nuestro país se ha demostrado que aquellas ciudades que han tenido campañas de educación en la limpieza y de conducta cívica en los lugares públicos, incluyendo también durante un tiempo sanciones y multas a los incumplidores, han conseguido un cambio muy positivo en el nivel de limpieza y de ausencia de atropellos de peatones en las calles de la ciudad.
A Salamanca le queda muy poco para que destacara, como otras ciudades españolas, en limpieza y civismo. La belleza de su conjunto histórico le empuja a que se convierta en la ciudad limpia y acogedora por antonomasia.
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