Para los que no me conocen todavía, debo deciros que soy un gran cinéfilo, y he utilizado en diversos cursos y seminarios, especialmente los referidos a inteligencia emocional, pases de películas que por diversos motivos dejaron huella. En la de hoy, el responsable de esta joya del séptimo arte es Francis Ford Coppola (1939) que es un director y productor, probablemente de los más influyentes de Hollywood, junto a Steven Spielberg y Clint Eastwood, que cuente en su haber con dos de las más relevantes películas cada una en su género: la saga de “El Padrino” y “Apocalypse Now”.
Justamente sobre ésta última es la que alimenta mi tribuna de hoy, y estoy seguro que van a coincidir conmigo en que se le puede sacar máximo provecho a sus diálogos y escenas, desde la óptica de la conducta humana, especialmente lo que siempre me ha interesado, que es hasta dónde llega el límite moral del liderazgo.
Porque también el buen líder en cualquier ámbito de la vida, debe pasar un examen de cierta “moralidad” en el ejercicio del poder de que disponga, sea en una organización privada o en el ámbito de la política. La Guerra de Vietnam sobrepasó sin lugar a dudas ese límite moral desde el mismo inicio de las hostilidades. De ahí la terrible contestación social que tuvo a escala global, pero muy especialmente en Estados Unidos.
También quiero hacerlo extensivo, a ese otro límite moral que la economía y los líderes políticos mundiales pasan, cuando de sus decisiones, si bien no pueden compararse a la barbarie de la guerra, también dejan bajas, sacrificios, tristeza, promesas rotas y objetivos incumplidos, porque hay injusticia social y económica que afecta a millones de ciudadanos en el mundo.
No podemos dejar de señalar, que “Apocalypse Now” (1979) es una autocrítica demoledora sobre las barbaridades de la guerra, en particular la de Vietnam, que sigue siendo un estigma para la sociedad norteamericana. Pero hoy jueves 10 de 2024 es una advertencia para los líderes políticos mundiales que siguen permitiendo que existan conflictos brutales y atroces como la Guerra de Ucrania, la de Gaza y ahora El Líbano.
La pregunta siempre pasará por el mismo meridiano: ¿es moral o han cruzado el límite? Mi respuesta y estoy seguro que el 150% de mis lectores/as coinciden conmigo: nunca jamás la guerra es moral.
En la primera escena en la que el capitán Benjamin Willard (Martin Sheen) es citado por el alto mando militar norteamericano en Saigón, le explican el por qué lo han elegido y cuál será su misión.
Entonces entra en la sede de Saigón del alto mando militar estadounidense, en el que un general tres estrellas le pone al capitán Willard en contexto y le relata que uno de los coroneles más distinguidos y condecorados del ejército, está siendo observado hace ya un tiempo. Trata de explicarle por qué creen que se ha vuelto totalmente loco, que ha cruzado esa línea roja entre lo razonable y lo que es inmoral a todas luces, que, según el general, va en contra de todo nivel mínimo de ética y conducta humana.
Para convencerle le pasan una cinta grabada en la que se escucha la voz de ese coronel Walter Kurtz (Marlon Brando) cuyas frases dejan boquiabierta al capitán Willard.
Entonces el coronel Lucas (Harrison Ford) le explica sucintamente cuál es su misión: “llegará al punto de encuentro con las lanchas de la marina y subirán el curso del Río Nun, hasta llegar a territorio hostil en manos de Kurtz y sus leales. Se infiltrará y utilizando los medios de que disponga, tendrá que eliminar al coronel”. Ante esta “sentencia” Willard pregunta: “¿Matar al coronel?” lo cual la respuesta es el silencio…o sea afirmativa.
Pero como si fuera un alivio para las consciencias, el general le explica: ”Mire Ud. capitán, en esta guerra no todo es como parece. Las cosas se confunden. Toda persona tiene un límite de aguante y Kurtz ha sobrepaso el suyo. Dirimir entre el bien y el mal, lo moral y lo inmoral…el lado oscuro del alma humana como llamaba Lincoln (en alusión al presidente Abraham Lincoln)”.
Lo que Coppola (uno de los coautores del guion) hace magistralmente, es presentar de entrada a la guerra (cualquier guerra) como un dilema moral al que se busca justificación como sea (por ejemplo, que se haya vuelto loco el coronel Kurtz) para poner en marcha una misión de asesinato en toda regla. Así de sencillo.
En mi opinión, jamás puede haber justificación para asesinatos premeditados, sino lo que debiera corresponder es un consejo de guerra y la aplicación del código militar. Un liderazgo basado en el ejercicio inmoral de la fuerza o una fuerza desproporcionada, deja de ser liderazgo para convertirse simplemente en barbarie. Y cuando se llegan a justificar las atrocidades, cualquier explicación que pretenda “hacer un relato” ordenado de lo que está ocurriendo, descalifica cualquier análisis, ya que los que pagan son siempre los mismos, los civiles inocentes que viven allí dónde caen las bombas.
Una vez que Willard inicia su misión a bordo de la lancha norteamericana, se ve como está leyendo todo el expediente del coronel Kurtz, su gran capacidad militar, inteligencia, logros y objetivos cumplidos frente al enemigo, condecoraciones, destinos, etc. Y Coppola con su toque mágico habitual presenta un capitán Willard sentado en la lancha, absolutamente impresionado por lo que está leyendo, y entonces se escucha su voz en off haciendo una reflexión que destaco: “me pregunto cómo pueden decir que en esta guerra un alto miembro del cuerpo del ejército puede ser acusado de asesinato. Es lo mismo que pretender poner multas de alta velocidad en la Carrera de Indianapolis”. No le faltaba razón a Willard, porque en la grabación había escuchado a Kurtz diciendo “los asesinos me acusan de asesinos, qué inmoralidad”, como siempre tapado o revestido de un dudoso manto de legalidad que Coppola pone en evidencia, dando a entender al espectador que es lo habitual en el ejercicio del poder de la guerra. Lo que siempre ocurre: la justificación de la barbarie.
Pero sin duda, hay una escena que se “come la película” y es la intervención del teniente coronel Bill Kilgore (Robert Duvall) que está a cargo de un cuerpo de caballería (helicópteros) que son los que hacen avanzadillas bombardeando y echando el terrible gas naranja (NAPALM) sobre el enemigo.
Cuando la lancha le deja a Willard en el punto de encuentro con Kilgore que es quién se supone tiene que priorizar y dar cobertura a la misión del capitán, se encuentra con un personaje que en plena batalla le preocupan el nivel de las olas para practicar surf. Absolutamente demencial, pero es la manera en que Coppola desnuda y destripa la esencia de una guerra sin contemplaciones, que, independientemente de muertos y heridos, un coronel se cree en el derecho de practicar surf a pesar de los riesgos que ello supone para él y sus subordinados.
Un detalle que utiliza Coppola para caracterizar al personaje del coronel magníficamente interpretado por Duvall, es que éste ante las decenas de cadáveres del enemigo que ha producido su ataque, dice: “¿Dónde están mis cartas?” y un soldado le explica a Willard que son las cartas que pone una a una sobre los cadáveres porque esa actitud le mete miedo en el cuerpo a “Charlie” (la forma de llamar a los Vietcong). Impresiona por la crueldad y al mismo tiempo una especie de fascinación por la muerte y la destrucción.
Siempre me ha impactado está película por lo descarnado del relato e imágenes. Pero debo decir que despertó en mí un tremendo sentido de oposición a la guerra (cualquier guerra), al mismo tiempo que me ha permitido fortificar lo que en mi opinión debe ser el más alto atributo del liderazgo: no trabajar solamente para la ausencia de violencia, sino para que no debamos extrañar la falta de justicia.
Por eso vengo sosteniendo a lo largo de estos años, que el buen líder no es solamente el que tiene una visión privilegiada del mundo, sino que posee un irrefrenable sentido de justicia. Y cuando éste se tiene…debería ser suficientemente influyente para para detener la barbarie de cualquier guerra.
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